lunes, 17 de junio de 2013

El orgullo nacional



¿Han estado algún 16 de junio festejando el “Bloomsday”?. Juro que todos los años pienso en acercarme a Dublín en esa fecha, pero aún no he cumplido con la intención. No  puedo afirmar que me va a gustar, pero al menos, reconozco que me atrae la celebración del día donde transcurre el Ulysses de James Joyce.
¿Han leído el Ulysses?. Lo encaré después de un viaje a Irlanda a la vista de tantos monumentos y señales de su existencia en la recorrida por Dublín. Doble paradoja, Joyce se exilió en varios puntos de Europa para terminar en París enojado y hastiado del nacionalismo irlandés, jurando no regresar. El sentimiento hacia él de sus conciudadanos también fue de menosprecio, pero ahora caminando por Dublín, todo lo que se puede vender de la ciudad turística estará identificada con el perfil aguileño del escritor o de la cerveza Guinnes, el otro ícono de la ciudad. La segunda paradoja es que el Ulysses es un libro clave en la historia moderna de la literatura universal, pero no se puede presagiar un porcentaje optimista de gente que lo ha leído y tratando de suavizar la afrenta, la cantidad de los que al menos han encarado su lectura sin completarlo.

Como paliativo, podemos coincidir que es un libro difícil para traducirlo al castellano. Generalmente un libro en nuestras manos no nos permite detenernos a pensar que cada frase tuvo que ser traducida con exactitud, con criterio y con el prisma del autor y de su época. Una anécdota asegura que ante un comentario despectivo de Borges ante una nueva traducción del libro, un joven que lo escuchaba defendió el trabajo de José Salas Subirat al expresar que el señor Subirat tendría que ser el más grande escritor en lengua española. A criterio de muchos, este argentino logró que la turbulenta prosa joyciana pudiera ser traducida con valentía, logrando dar a conocer de una manera aproximada un texto de traslación casi imposible. El mérito de Subirat fue intentar plasmar en castellano las diversas ironías lingüísticas que propone Joyce en sus más de ochocientas páginas, aún cuando en ocasiones tuvo que mantener palabras originales porque no era fácil encontrar su correlativo al castellano. Y en muchos párrafos podemos presumir que trata de un juego de palabras, pero en la traducción no podemos presagiar la calidad de ese juego. Treinta y cuatro años después, la traducción de José María Valverde mejora los errores de la traducción de Subirat pero se equivoca en querer imponer esa voz española más que la castellana que proponía el argentino.
Es un libro difícil porque el mismo Joyce lo ha ido corrigiendo a lo largo de las primeras ediciones, amén de las distintas variaciones en las que incurrió durante los ocho años que le llevo finalizar el texto, en los penosos tiempos de la primera guerra mundial. A punto de ingresar en imprenta, su primera editora, Sylvia Beach, propietaria de la librería Shakespeare & Cía., consideraba caprichosas y caóticas las correcciones que intentaba, aún en el proceso de impresión, llevar a cabo Joyce.
Es un libro difícil porque en el mismo momento de su publicación, el 2 de febrero de 1922, los críticos no se pusieron de acuerdo. Si bien el éxito de los primeros dos mil ejemplares publicados fue inmediato, los críticos puritanos acusaron al autor de “obsceno” y “pornográfico”. Leonard y Virginia Woolf fueron de los primeros en rechazar la publicación del libro, mencionando la obra como indecente. Los quinientos libros enviados a los Estados Unidos fueron quemados al llegar al país por acción de la Sociedad para la Prevención del Vicio. Del otro lado, poetas, escritores e intelectuales apostaron fuerte por el Ulysses, hasta el punto de conseguirle editores en los demás países del continente.
El experimento que surgió del Ulysses es sobretodo verbal, un juego de palabras permanente que reemplaza a las ideas, notas a pie de página o refinamientos técnicos que no se utilizaban hasta entonces inaugurando el realismo decimonónico. Leopoldo Bloom, el protagonista fue considerado como un don Nadie, un personaje mediocre, que mostraba sus pensamientos insustanciales o vacios, que no concordaban con la literatura épica hasta ese momento. Pero con el tiempo y las siguientes ediciones el personaje se vuelve más próximo, más verdadero, adoptando la forma de personaje esencial de la literatura. Bloom logró ser una voz reconocida, que saca a la luz los trapos sucios y las “monstruosas” realidades ocultas de la mente, que de día y noche maquinan los hombres vulgares, convirtiéndolo en un anti-héroe.
El Ulysses acompaña a Leopold Bloom durante un día cualquiera, un solo día, el día más largo de la historia de la literatura, en este caso, el 16 de junio de 1904. La fecha es conmemorativa, es el día que Joyce conoció a Nora Barnacle, el amor de su vida. La jornada comienza a las ocho de la mañana para terminar en las profundidades de la madrugada siguiente. En ese margen de tiempo efectúa un recorrido tan exhaustivo de Dublín que Joyce solía decir que si algún día la ciudad desapareciera de la faz de la tierra sería posible reconstruirla a partir de su libro. Y lo llamativo de tanta precisión es que escribió la mayor parte de la obra en un exilio voluntario, en ciudades como Trieste, Zurich o París.
A lo largo de dieciocho capítulos – a capítulo por hora, menos el último que podría representar un poco más de  tiempo- , se conjugan diversos estilos (casi también estilo por capítulo). El capitulo 3 es un monologo interior caminando por la playa; el 5 y 6, soliloquios por la calle y humor negro en un entierro; el 8 la nausea de Bloom al mirar comer en un restaurante; el 11, un homenaje a la música; el 13, una parodia de las novelas rosa; el 14, una pequeña historia de la prosa inglesa, imitando a varios autores conocidos; el 15, entre teatral y cinematográfico, en el barrio chino; el 17, con Bloom volviendo a casa, está tratado con preguntas y respuestas largas; y el final, con un monologo interior de la señora Bloom sin pausas ni puntos apartes. Es por esto que Joyce revoluciona para siempre las estructuras del género narrativo. Intentó parodiar la Odisea de Homero a través de Leopoldo Bloom (Ulises), Molly Bloom (como una falsa Penelope) y de Stepehn Dedalus (como Telmaco) pero solo logró modificar para siempre la literatura inglesa y universal.  
James Joyce.
Desde 1954, coincidiendo con el 50 aniversario de la obra, se celebra cada 16 de junio en Dublín, el Bloomsday.  Los seguidores de Joyce se visten con ropas de la época eduardiana y recrean el ambiente de la ciudad de 1904 repitiendo el periplo que vivió Bloom a lo largo de ese día. Comienzan la mañana desayunando salchichas, bacón, judías y black and White pudding con tostadas que sirven casi todos los pubs, se bañan en la playa de Forty Foot, visitan la Martello Tower y así hasta cubrir las principales localizaciones que aparecen a lo largo de la obra. Desde las ocho de la mañana hasta pasadas las diez de la noche, todos los que participan de los festejos concurren a homenajear a un escritor y a una ciudad.  
Es un libro difícil, muchos no lo han encarado, tantos otros abandonaron antes de la página doscientos, varios intentan cada tanto retomarlo y otros finalmente lo consiguieron. Su lectura es compleja, muchos capítulos brillan pero algunos pueden pasar por tediosos e indescifrables. En todo caso, la lectura es una experiencia a intentar y como recompensa, una pinta de cerveza bajo una sombrilla victoriana puede resultar un aliciente en un día cercano al verano dublinés.

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