lunes, 23 de marzo de 2015

Fumando espero




“El amor, el tabaco, el café, y en general, todos los venenos que no son lo bastante fuertes para matarnos en un instante, se nos convierten en una necesidad diaria”.
Enrique Jardiel Poncela, escritor y dramaturgo español

En una época se solía iniciar la gente con el cigarrillo como un emblema de un ser maduro, interesante y hasta sexy. La postal mostraba al fumador como alguien encantador, enigmático o independiente. Con esa imagen, terminaban engañando al consumidor, convirtiéndolo en un triste prisionero de la nicotina. No era nada sexy, solo que las publicidades se empecinan en mostrar sólo situaciones ideales, todos queremos ser más adultos de lo que somos, hasta el momento en que sólo deseamos volver sobre nuestros pasos, e intentamos recuperar en vano, una imposible juventud.

domingo, 15 de marzo de 2015

Mal bicho




“Nada se parece más a un hombre honesto que un pícaro que conoce su oficio”
George Sand.

El contexto es similar. Finalizando el siglo XX y arrancado este siglo XXI, los cambios drásticos sociales alimentan aún más su eterna presencia. Los picos de abundancia y los declives de la crisis, han servido de marco. La idea, equivocada o no, de que para escalar socialmente se necesita dinero o poder, les atrae como a moscas. La globalización ha explotado por momentos, se inestabilizaron y eclosionaron los mercados y el individualismo pasó a ser la receta dominante, por sobre las sociedades. Todos estos motivos, y alguno más que no me viene a la mente, devolvió a escena, a un personaje esencial del siglo XVI, aggiornandolo malamente: el pícaro.

jueves, 12 de marzo de 2015

No hablare del final por ninguna razón




“Señor – dijo por fin-, es la primera vez que asisto a una batalla; pero ¿es esto una verdadera batalla?”
“La cartuja de Parma”, de Stendhal.

El comienzo de la novela “La cartuja de Parma”, la segunda gran obra de Stendhal, se desarrolla en Waterloo. Fabrizio del Dongo, protagonista, asiste a la batalla más corta y de resultado más estrepitoso que sufriera Napoleón. Un joven Fabrizio, idealista napoleónico, corre sin sentido por el frente de batalla, observando entre el humo, barro, gritos y lamentos, mientras aguarda reencontrarse con su regimiento de húsares. Al cruzarse con unos y otros, manifiesta una única obsesión, la de consultar donde estaban los combates. El caos que tenía frente a sus ojos no coincidía en nada con el concepto épico de batalla, como “noble y común arrebato de almas generosas” que había recogido de Napoleón. Si bien la novela continúa con intrigas y ansias de poder, desde el vamos queda reflejada la poca capacidad histórica de comprender los hechos, que el hombre protagoniza.

domingo, 8 de marzo de 2015

La dicha no es una cosa alegre




Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos directos al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto.
Historia de dos ciudades (1859), de Charles Dickens.


Existen diversas maneras de contar una misma historia. Dependiendo del prisma, de la pasión con la que se vive el momento o con las expectativas que esos movimientos nos generan, podemos definirlos  como el mejor o el peor de los tiempos que transitamos. La iniciación de “Historia de dos ciudades”, de Dickens, reflejaba exactamente las dos aristas de la víspera de la Revolución Francesa. La visión de un pálpito, de que el caos sacará lo mejor y lo peor de nosotros, de la historia de los hombres, de los pasos a seguir.

martes, 3 de marzo de 2015

Superlógico




“Estuve tan ocupado en escribir la crítica que nunca pude sentarme a leer el libro”.
Groucho Marx.

En una de las últimas entrevistas al escritor chileno Roberto Bolaños, le preguntan si había derramado alguna lágrima por las múltiples críticas recibidas de sus enemigos. Él respondió: “Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?”