martes, 3 de marzo de 2015

Superlógico




“Estuve tan ocupado en escribir la crítica que nunca pude sentarme a leer el libro”.
Groucho Marx.

En una de las últimas entrevistas al escritor chileno Roberto Bolaños, le preguntan si había derramado alguna lágrima por las múltiples críticas recibidas de sus enemigos. Él respondió: “Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?”

No puedo conjeturar como debe ser la actitud de un buen crítico. En  definitiva, de su interpretación se puede catapultar o eclipsar el contenido de una obra artística. Algunos, los que desarrollan un arte, pueden considerar en forma peyorativa que la crítica es una actividad pasiva, mientras que el arte expresado es materia viva. Muchas veces una crítica o reseña nos permite descifrar los secretos de una obra, es clarificadora. Tantas otras, un comentario adverso o cargado de ironía o denuesto, puede lograr que nunca nos acerquemos a una creación, por considerarla nefasta de ante mano.
Al momento de desarrollar una crítica, no está claro si el crítico utiliza una visión objetiva o subjetiva. Tampoco si responde a intereses comerciales o a viejos prejuicios o resentimientos. Nunca sabemos si la persona a la que le encargaron la opinión está capacitada, si reúne las condiciones elementales para conocer de antemano, los secretos que forjaron el arte expuesto. Demasiadas preguntas que no muchos se deben hacer, salvo seguramente el artista criticado.
Herman Melville fue destrozado por la crítica cuando publicó Moby Dick. No le había ido mejor con el resto de sus obras. Hubo críticos que consideraron la historia de la ballena como algo patético o lamentable. La escribió en 1851. Cuarenta años después murió casi olvidado, dicen que en la indigencia. En la segunda década del siglo XX su figura se revalorizó hasta alcanzar la condición de uno de los más apreciados escritores de la literatura universal. Él no lo pudo disfrutar, la crítica lo destruyó.
La crítica puede legitimar obras o creaciones que no son sublimes, al tiempo que desestiman, subestiman o ignoran otras de excelente perspectivas. Algunos críticos consagrados están ante una enorme disyuntiva, que no comparten en público. ¿Son ellos tan inteligentes que sólo pueden admitir la joya artística que revoluciona o se consagra como obra de arte definitiva? ¿Son ellos los únicos que pueden vislumbrar un cambio, una creación única?
La actriz Lindsay Duncan, en su papel de Tabitha Dickinson, crítica top de teatro en el Times, solo aparece en el film “Birdman” poco más de cinco minutos, en apenas tres escenas. Pero es tan determinante, su presencia está latente todo el tiempo, ante la presión que genera lograr una buena crítica en el preestreno de la obra teatral. De la rubia actriz nos acordaremos de su sentencia: “Voy a destruir la obra”, un día antes de llegar a verla, amparándose en un odio cultural, de saber de antemano que un héroe de comics no tiene nada que hacer en las grandes salas teatrales de Broadway. “Tú no eres un actor, eres una celebridad”, el desprecio con que valora al personaje de Michael Keaton. Pero el menosprecio le vuelve en forma de pregunta, del que afronta la puesta a punto de la obra de teatro: “¿Qué has arriesgado tú, que te ha pasado en la vida para decidir ser crítico?”
La palabra crítica deriva del verbo en latín, “krinein”, que significa crisis, y se puede desmenuzar en algo así como separar, juzgar y decidir. Cuando un autor decide que su obra está terminada, se la enseña a sus amigos, a su agente, a la exhibición pública, y el porqué, es que lo hace buscando trascender, necesita una valoración. Esa manifestación se asocia irremediablemente con un accionar crítico, comprobar si gusta o no tu creación. Para la presencia masiva de público es necesaria la valoración positiva de un crítico, porque la mayoría de nosotros no podemos discernir si es buena o mala. Particularmente no determino mis aficiones según comentarios especializados. Los escucho al pasar y trato de hacerme una idea personal que me permita acercarme o no al contenido. Es un proceso de independencia, de autoridad, de intuición o afinidad. Y sí, es verdad, tengo valores de referencia para ampliar información, sobre algo que me interese. Pero la viña se caracteriza por la variedad. No todos tienen los sentidos a pleno o el ego desarrollado.
Y Birdman refleja una lucha de egos, y una constatación llamativa. La escena y el drama motivan más vida o arrebato, que la existente fuera de ella. Dudas, miserias, frustraciones y vacios se reemplazan ante el grito de acción. Los personajes viven con más pasión la obra que sus propias vidas personales. Los actores han aceptado que entre la batalla de la realidad y la ficción, se sienten más contenidos en la libertad de la fantasía, de la interpretación, del divismo. El escenario es el lugar ideal para esconder o posponer las frustraciones y las carencias. El escenario da plenitud, la vida puede almacenar vacios.
La esencia en el escenario les pertenece a todos los actores del film. Pero queda mucho más de manifiesto en el papel de Edward Norton. Su personificación de Mike Shiner transita por una falta de ilusión o motivación que solo encuentra reparo en el escenario. Enfrenta con entusiasmo su papel en la discusión sobre los efectos del amor absoluto, en la mesa de la cocina, logrando emborracharse sin la presencie de ginebra, tan presente en el cuento de Raymond Carver;  recupera erecciones solo en escena. Es fuera del escenario donde convive con una sobreactuación opacada.
El ego está presente también en la enajenación que produce la presencia masiva de las redes sociales. La viralidad exitosa de un video, producto por una circunstancia ridícula, refleja el éxito o estima lo fortuito y estúpido que puede ser una acción de marketing, para finalmente entender en qué consiste la pertenencia a las redes, con la frase “Tu video tiene 300.000 visitas en media hora”. La pretensión del éxito nos vuelve incómodos, algo locos por lograr cualquier tipo de trascendencia. Sigue siendo un problema que todos los mortales, en sus respectivas escalas, necesitemos una dosis de narcisismo.
Riggan Thompson, el personaje interpretado por Michael Keaton, necesita recuperar la gloria del pasado. Interpretó el papel de un superhéroe alado, y veinte años después, su ego le exige incorporarse a un Olimpo de elegidos, por otro camino: La redacción, producción, puesta en escena e interpretación en una obra de teatro mayor. Enfrentado con una crisis interior feroz, genera la dualidad de no poder deducir si sus conversaciones con su voz interior se deban a la presencia del héroe alado postergado o a alucinaciones inquietantes.
Preferimos pensar que Birdman está presente en su interior, permitiendo mantener vigente súper poderes que todos añoramos poder desarrollar. Comentando esa voz interior tan intensa que atosigaba a Keaton, tuve la mala suerte de confesar que entiendo lo que se refiere esa voz interior, ya que en mi minúscula escala, yo creo conversar con mi ego, mi interlocutor me observó con cautela, al tiempo de confirmar que nunca tuvo ese tipo de charlas con sí mismo. ¡Y yo creyendo que pertenezco a la normalidad de la humanidad! La síntesis del declive del ego puede estar presente en esa imagen final donde observamos a Birdman sentado en el retrete encarando sus necesidades fisiológicas, ese momento tan íntimo donde a todos nos iguala nuestra insignificancia.
Para terminar esta reseña, es lógico acudir a Raymond Carver. En “De que hablamos cuando hablamos de amor” encontramos un relato corto donde intenta desmitificar un sentimiento primario. Un sentimiento entre las personas que a veces no pasa de una atracción física y muchas tantas, se eleva hasta las obsesiones menos pensadas. El relato se centra en el amor, y muchas veces Carver remarca que abarca ese amor desgastado, roto por infidelidades, por excesos como el alcohol o la locura, y por ese elemento externo tan nocivo como si fuera un químico: el paso del tiempo.
El cuento está ambientado en una mesa de un hogar, donde dos parejas amigas beben ginebra y discuten sobre el amor. El tema se centra en el ex esposo de una de ellas, quién perdió la cabeza e intentó matarla antes de suicidarse. Mel McGinnis al aumentar la temperatura del relato sobre el ex marido de su mujer, confiesa que él tantas veces desea matar a su ex esposa, con un sentimiento que el propio Mel no alcanza a comprender, pero que los lectores podemos presumir que tamaña definición no puede ser otro motivo, que la vigencia aún, de un amor insano sobre aquella persona.
Para regresar a Birdman, en un momento del cuento de Carver, Mel confiesa a su mujer y amigos, que hubiera querido ser un caballero andante, con su yelmo y armadura, muriendo en combate a causa de un amor encendido. Y en la película, el personaje de Keaton busca la inversa, deshacerse del mito de personaje célebre de comic de súper héroe, para consagrarse como actor de culto, con el objetivo principal de ser amado para poder sentirse él mismo respetado. Ambos personajes están atrapados por su pasado y en la obsesión por demostrar sus fantasías: inmortalidad a través de distintas interpretaciones de lo que es la entrega y el amor.
Toda creación artística encierra presencias y ausencias. Lo mismo sucede en el interior de las personas. Cada uno interpreta “la obra” de su vida, adoptando los roles que el libreto y las presiones le permite. “La verdad es siempre interesante”, refleja el cuento y todos nos la pasamos dando vueltas en la vida a esa definición, sin poder ajustar aún que es verdad y que es derivado de nuestra interpretación o justificación, determinando nuestra propia confusión sobre si lo que nos sucede o no sucede es producto de la realidad o de nuestra propia ficción. Nos molesta cuando alguien nos enfrenta con nuestra propia historia, y allí volvemos al rol inicial del crítico, y quizás no se trate de una discusión sobre la honestidad de su existencia, sino de una historia cíclica y permanente de nunca acabar, y que no nos deja nunca desplegar sin remordimientos nuestras alas para comprobar si sabemos o no volar….

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