domingo, 15 de marzo de 2015

Mal bicho




“Nada se parece más a un hombre honesto que un pícaro que conoce su oficio”
George Sand.

El contexto es similar. Finalizando el siglo XX y arrancado este siglo XXI, los cambios drásticos sociales alimentan aún más su eterna presencia. Los picos de abundancia y los declives de la crisis, han servido de marco. La idea, equivocada o no, de que para escalar socialmente se necesita dinero o poder, les atrae como a moscas. La globalización ha explotado por momentos, se inestabilizaron y eclosionaron los mercados y el individualismo pasó a ser la receta dominante, por sobre las sociedades. Todos estos motivos, y alguno más que no me viene a la mente, devolvió a escena, a un personaje esencial del siglo XVI, aggiornandolo malamente: el pícaro.

El emprendimiento honrado es muy sufrido, y la apuesta en el tiempo de su éxito, no suele ser aguardado. Mediáticamente contemplamos al osado que triunfa gracias al olfato, la picardía, los contactos o la astucia. No solemos reparar en el que saca adelante con abnegación, similar a la de nuestros antepasados, constancia o esfuerzos parecidos a otros tiempos, una propuesta adelante. Estamos tolerando el engaño, la picardía, la estafa o el embuste, porque en un punto, hasta creemos que este es, lamentablemente, el camino escogido por todos. Y de tanto tolerarlo, hasta llega el punto de que en distintas escalas, la practicamos. De esta manera, regreso ya cansinamente, al gran problema vigente: el escaso esfuerzo moral o falta de ética.
El pícaro nació como consecuencia de agudizar los sentidos, simplemente para sobrevivir. La avivada diaria para intentar arrimar un poco de pan a la boca. Por lo general provenía de un nivel social bajo, sin un oficio conocido y con la experiencia de transitar la calle, que le permitía encontrar entre sus víctimas preferidas, al ingenuo o distraído. Hasta hemos calificado en tantísimas oportunidades, como un hecho gracioso o de picardía, y hasta a veces hemos aplaudido el engaño a otro (nunca se digiere el engaño a uno mismo), por la creatividad del embuste perfectamente aplicado. La picardía solía ser graciosa, de hecho es un término muy utilizado para destacar la personalidad de un niño desenvuelto.
No solo la utilizamos con los niños, también son incluidas las mascotas traviesas o astutas. En los niños se permite liviandades como considerar pícaro al púber de buen humor, simpático, desenvuelto y con una ligera tendencia a abusar de las maldades, jugarretas o con una astucia tantas veces parecida a la malicia. Pero en el caso de los niños, es un adjetivo que lo ensalza. Lo solemos decir con una sonrisa admirativa en la boca. Y muchas veces, adjetivamos a un niño como pícaro, cuando apenas es inocente.
En el arte encontramos testimonio de esos niños pícaros de la mano de los lienzos de Bartolomé Murillo, pintor barroco español, quizás el más reconocido fuera de España. Se caracterizó por introducir en sus obras pormenores tomados de la vida cotidiana, convirtiendo esas escenas, en cuadros de género, logrando humanizar a sus personajes, ya que les confirió un aura de gracia y dulzura propias de su época, el siglo XVII. Murillo fue contundente en sus trazados, entre 1665 y 1675 el pintor sevillano realizó sus pinturas a través de los llamados pícaros, quizás retratados de la literatura picaresca tan representada por El lazarillo de Tormés, Guzmán de Alfarache, ó El buscón, de Francisco de Quevedo.
Hasta ese momento, la pintura reflejaba contenidos religiosos, epopéyicos o vinculados a la vida monacal o monárquica. Fuera de este nivel, se utilizaba también las figuras de pordioseros, retrasados mentales, chiflados o vagabundos. Esos personajes ambientados en las plazas mayores de los pueblos, considerados los tontos del lugar, que con sus gracias o desgracias, divertían a los ciudadanos. La obra pictórica de Murillo logró plasmar a gente humilde, llevadera de su pobreza con dignidad, aun necesitada de la permanente ayuda de los otros. En resumen, escenas que reflejan la extrema pobreza, en las que laten un sentido dramático realista y sin estridencias, sin plantear esas necesidades éticas de permanente enfrentamiento entre pobreza y riqueza.
Pero salvo esa etapa de Murillo o algunos lienzos de Velázquez, los frescos no han dado muestras relevantes del tratamiento del pícaro. La causa fundamental puede ser, que hasta ese momento, la pintura intentaba producir belleza. Otro motivo de ausencia puede ser que la pintura se solía ejecutar por encargo, y los que encargaban tenían dinero, no parece ser el caso de este segmento sufrido de la población. Y otra razón, quizás de peso, es que el arte pictórico es un “golpe” visual, su observación suele ser rápida, mientras que la literatura se puede permitir un desarrollo. Eso, sumado a que la literatura picaresca podía ser escrita bajo seudónimos y estaba contemplado escribirlas como autobiografías. La pintura, hasta ese momento, representaba con mayor o menor subjetividad, solamente lo externo, ensalzando cualidades divinas o santidad.
Es entonces, en la literatura, donde el pícaro y sus andanzas marcan una época. La picaresca es considerada un género literario, y arriesgando algo más, puede ser considerado el género más genuino y representativo de la literatura en España. Y más que una invención literaria, es un aporte directo de una realidad. Como contrapartida a la idealizadora narrativa de caballerías y epopeyas, surge entre el Renacimiento y el Barroco, dando inicio al Siglo de Oro. El lazarillo de Tormes es el emblema distintivo de este género.
Y esa realidad se expresa a través de la comicidad y la ironía. Utiliza un idioma directo, y narra su vida en primera persona, son personajes activos. Tiene una estructura de falsa autobiografía, donde el protagonista guarda una doble perspectiva: como autor y como actor principal. Y narra sobre un contexto histórico y social determinado. Critica a ciertos estamentos dominantes, principalmente nobles y clérigos. Una de las principales características del personaje pícaro era una procedencia ruin que le permite encarnar el personaje de antihéroe, y lo escrito en anti novela. La mayoría de sus comportamientos están motivados por un afán de ascenso en la escala social.
El contexto de la época refleja una economía agotada por mantener el poder internacional de los Austrias, generando un sinfín de penurias a las clases más desfavorecidas. Se desmoronan las viejas estructuras sociales, y el dinero juega un papel esencial, desalentando la producción y estimulando una economía basada en créditos bancarios y negocios de cambio. El pícaro es consecuencia de la delincuencia, mendicidad y vagabundeo en España. Es el resultado de un descontento ante un mundo que se degrada, y la desvalorización de la sociedad, primando el interés individual
Las novelas están escritas desde la perspectiva final del desengaño. Una vaga idea moralizante se deja trasmitir, a través de una mirada pesimista de la situación y la posibilidad de enmendar esa conducta aberrante. A través de la estructura lingüística, se busca retomar el concepto ejemplarizante de una sociedad, y con la ayuda del humor, se suele dejar claro que el pícaro fracasa y vuelve a fracasar, sin dejar nunca su condición de pícaro. Parece no haber solución posible para esa época, la estructura es  abierta, las aventuras podrían continuar indefinidamente.
Además del estandarte de “La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades”, se destacaron las siguientes obras: “La vida del buscón”, de Francisco de Quevedo, “Guzmán de Alfarache”, de Mateo Alemán, “Segunda parte del Guzmán de Afarache”, de Juan Martí y “La vida y hechos de Estebanillo González”, atribuido a Gabriel de la Vega. Pasados más de doscientos años, el género recobró prestancia a través de Pio Baroja, quien en 1904 presenta la trilogía “La lucha por la vida”, donde el escritor guipuzcoano, además de criticar su época social, compara al pícaro con el vividor, dominante de una nueva etapa de descontento y degradación.
La rápida reseña del género nos trae nuevamente a la actualidad, hoy el pícaro sigue siendo considerado un vividor, y se le agrega el mote de caradura. A diferencia de aquel estado de necesidad atribuible a la picaresca del Siglo de Oro, hoy se persigue un afán de estar o de ser. El personaje que logra “estar” en el lugar adecuado y parodiar un “ser” con aristas vulgares pero mediáticas, tiene gran parte del tramo ganado. Aparentar ser es la metáfora donde el interior no se muestra, y el exterior es ficticio, grandilocuente, aún en lo detestable. Ya no se engaña para sobrevivir, se engaña para ejercer el poder. Ya no están en la literatura, han preferido residir en el mundo real, y ejercen o tratan de ejercer, desde la misma cúpula de la escala social.
Ya no es una figura marginal, como en sus orígenes. Tenemos al pícaro de la nobleza, al pícaro del jet set, al del FMI o banca, al presidente de comunidad, provincia o país, al abogado o financista de renombre. Han evolucionado, se han “preparado” para, sin ser delincuentes, estar al filo de la ley. El triunfo puede ser efímero, pero nadie reniega de la caída si es la condición de triunfar en una escala social. A pesar del sofoco que genera su imagen, se caracterizan por vulgarizar al personaje común, abochornándolo constantemente y definiéndolo como si fuera peyorativo el concepto de moralista, redefiniéndonos como imbéciles.
Nos queda por reflejar la etimología de la palabra. Algunos lo atribuyen al griego “pica”, que significaba miserable, y provenía de la costumbre romana de vender los esclavos atándolos previamente a una pica. Otros mencionan la palabra “picus”, cuyo significado se estima en abrirse paso a los golpes, pero con esfuerzo. En literatura, su primera referencia puede atribuirse al Arcipreste de Hita. Y a América no llegó como polizón, sino comandando los barcos y las intenciones. Con el afán de continuar con delirios de grandeza y sueños de gloria, desean reproducir y comandar una nobleza, de la que no estaban llamados. Y el concepto ha sido persistente. De aquella consigna: “Se acata pero no se aplica”, utilizada para contrariar la lejanía de las directivas de la corona sobre las indias, hemos perfeccionado el estilo, quizás hasta convertirlo en rasgo nacional.
“Una de las glorias de nuestra literatura ha sido, en efecto, dar hombres –y mujeres- de carne y hueso al teatro del mundo. Por ello saltan tan fácilmente de las letras de la vida y nos los encontramos en las calles: Celestinas, lazarillos, quijotes, don juanes y pícaros”, dicho por Jaime Ferrán en “Algunas constantes de la picaresca”, de 1979. Los pícaros se han convertido en un clásico, todos sufrimos a uno bien cercano, y hasta nos fastidia que ante cualquier arreglo, nos quieran cobrar justo a nosotros, el IVA o los impuestos de rigor. Por eso, en la última película Relatos Salvajes, la violencia deja en segundo plano a la ética, y se puede resumir en una secuencia en una panadería. El personaje de Ricardo Darín le consulta a la dependienta si tiene factura, y ella suelta de cuerpo y con una voz impregnada de ironía, contesta con un juego de palabra: Facturas, masas, panes y otras delicias. Y así vamos, considerando inmoral al otro, es que ninguno de nosotros se considera clave ni trascendente en la próxima literatura universal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario