domingo, 28 de mayo de 2017

Todo creciendo hacia arriba

“En la inquietud y en el esfuerzo de escribir, lo que sostiene es la certeza de que la página queda algo de no dicho”.
Cesare Pavese.

A veces me pregunto porque me gusta ver en el metro, en una reposera en la playa o en un banco público a una persona leyendo un libro en papel. Me genera un magnetismo tal vez absurdo. Mi mente valora positivamente ese gesto y le otorgo un bonus de confianza o supuesta inteligencia, pasión o vocación a esa eventual persona a la que observo leer. Es como si me dieran ganas de interrumpir su lectura, conversarle y confirmar lo inteligente que es. Es quizás esta, una entrada más vinculada a la terapia, pero la encuadraré -quizás para preservar mi salud mental- dentro del ámbito literario. Luego de ese primer golpe de imagen, sobreviene la curiosidad: saber que está leyendo. Ese dato tal vez defina el concepto de inteligencia que me haga de esa persona. No hay algo tan motivador que encontrarte a un desconocido que lea lo mismo que te agradó leer a ti. Esa confirmación solo motivó dos conversaciones con extraños: una vez un señor me preguntó a mí por “Emaus” de Baricco, y yo le consulté a una chica sobre “La verdad sobre el caso Harry Quebert”. Estoy hablando de los últimos años, supongo que tuve más conversaciones con extraños, pero hoy sólo me vienen a la mente esas.

sábado, 20 de mayo de 2017

Hazte la fama y échate a dormir

“La fama póstuma de nada sirve al muerto, pero puede servir a los vivos con el estímulo del ejemplo que deja el que ha fallecido.”
Carta XXVIII, de José Cadalso en Cartas Marruecas.

Y un día recuperé mi voz. No se trata de una profunda afonía, sino del uso de la metáfora para anunciar que retornaron mis ganas por redactar, por exponer. Una larga década -y un poco más- me alejaron de escribir frente al ordenador. Comencé mi derrotero con la locura de presentar una novela al concurso de Alfaguara, luego pasé a imprimir de forma casera mi propia revista de deportes, me enfrenté al desafío de escribir algunos cuentos, y para completar mi formación casi anarquista, me entregué a los que supuestamente saben, a través de talleres literarios. Lo hice porque sabía internamente que tenía voz, pero no sabía en absoluto si afinaba, así que me fui a comparar en un medio público y privado -pagué y fui a talleres gratuitos-, con el mundillo de la escritura algo más profesional. Y en el proceso me quedé sin voz.