“La fama
póstuma de nada sirve al muerto, pero puede servir a los vivos con el
estímulo del ejemplo que deja el que ha fallecido.”
Carta XXVIII,
de José Cadalso en Cartas Marruecas.
Y un día recuperé mi voz. No se trata
de una profunda afonía, sino del uso de la metáfora para anunciar que
retornaron mis ganas por redactar, por exponer. Una larga década -y un poco
más- me alejaron de escribir frente al ordenador. Comencé mi derrotero con la
locura de presentar una novela al concurso de Alfaguara, luego pasé a imprimir
de forma casera mi propia revista de deportes, me enfrenté al desafío de
escribir algunos cuentos, y para completar mi formación casi anarquista, me
entregué a los que supuestamente saben, a través de talleres literarios. Lo
hice porque sabía internamente que tenía voz, pero no sabía en absoluto si
afinaba, así que me fui a comparar en un medio público y privado -pagué y fui a
talleres gratuitos-, con el mundillo de la escritura algo más profesional. Y en
el proceso me quedé sin voz.