jueves, 11 de abril de 2024

Polaroid de locura ordinaria

Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal”.

José Saramago


Solemos olvidar que la mejor foto es la que nunca podremos sacar ni mostrar. Al creer que el mejor recuerdo de un viaje son sus fotos, nos estamos olvidando de mirar, perdemos la perspectiva de lo importante de cada lugar, de conocerlo, vivirlo, sentirlo y memorizarlo. La foto antes era un complemento, un recuerdo de treinta y seis fotos o dispositivas como refuerzo de una conversación. El uso del móvil o de la cámara bien equipada y ahora hasta del dron con su cámara en altura, hacen que viajar se convierta en una frivolidad. Se busca la foto, se acepta un postureo y se pasa por alto la idiosincrasia del lugar a visitar, porque con comportamientos inapropiados que creen justificar el subir a redes las tomas “mas originales” se está generando un turismo de masas que además de ir contra las normas sociales, ambientales y de convivencia con la comunidad anfitriona de los lugares visitados, nos enfocan nuestro narcisismo, ego y onanismo por cumplir con los idílicos parámetros de un Instagram.


La fotografía o imagen turística en general solía ser considerada como motor turístico. El significante icónico de un folleto en agencias de viajes o catálogos invitaba al descubrimiento. La irrupción de las redes sociales vinculó aún más la fotografía con la actividad turística, potenciando la pasión por las fotos sin dosificar que pasión no es desesperación, obsesión o falta de originalidad. El lenguaje que por un lado parece estancado por la falta de uso de millares de conceptos, incorpora a cada rato nuevas palabras, a las que no solemos tener tiempo para detenernos a conocerlas. La práctica obsesiva de la fotografía turística nos lleva a un turismo “instantáneo”. Esto implica una asociación inmediata con personas influyentes en las redes sociales y no necesariamente representa una imagen real, sino que se busca el efecto de repetir la imagen ideal, que además requerirá de filtros de edición. La gente acude en masa a lugares del que nunca han oído hablar pero se vuelven “virales” por una serie de televisión o por ser vistos en la lente de Instagram.


Se promocionan destinos “instagramables” a través de los “influencers”, que sus fotos de diseño necesariamente pasarán por “software” de edición. El “geoetiquetado” genera un impacto negativo ya que permite a las personas tener el conocimiento exacto de que parte del mundo se ha sacado tal foto y se propicia de manera desesperada imitar la ilustración soñada. Equivale a encontrar zonas turísticas saturadas de personas que forman fila para repetir la misma foto, misma pose y misma localización. Se registran innumerables accidentes mortales en el afán de repetir “selfies” paradisíacas al posar en lugares o situaciones peligrosas. Erosión, peligrosidad, mas basura, violación de las normas locales -que siempre se desconocen-, aumento de la delincuencia, resentimiento de la población local, abuso en los precios de alquiler de propiedades, propiedades destinadas a uso turístico que generan un mercado especulativo del sector inmobiliario, son parte de las tendencias negativas de este fenómeno social. Una vez obtenida la foto “repetida” proyectar una siguiente visita a otro lugar desconocido, olvidándose en el acto del lugar visitado.


El efecto Instagram, vinculado a la abundancia fotográfica turística y sus filtros genera un sobreturismo que origina además de las incomodidades mencionadas, un efecto característico en la tendencia de modificar nuestros hábitos de ocio o estilo vacacional, ya que antes solo se buscaba un lugar donde descansar y retomar vínculos familiares mientras que ahora recorremos distancias de nueve o doce horas para satisfacer nuestra demanda fotográfica de un lugar que desconocíamos y regresamos más cansados de cuando llegamos, lo que hace que nuestra salud física y mental tampoco pueda ser considerada “sostenible”. La “sacralización” de los lugares genera frustración cuando el turista comprueba -tardíamente- que lo sagrado es la repetición y ahí no hay talento. El “instaturismo”, “instagramability” o “instagrameable” refieren a paisajes, lugares u objetos que por su potencial visual resultan excelentes para ser fotografiados.


El culmen de esta situación se plantea en convertir un pueblo en algo así como un parque temático para los Instagramers. Ese lugar existe, en el pueblo chino de Xianpu

los locales ejercen de actores para satisfacer esa épica foto de un pescador sobre la barca en un atardecer, un joven pastoreando sus animales, un agricultor junto a su buey entre los reflejos del sol por entre los árboles, o quemando hierbas para generar el efecto nebuloso sobre el campo o pantano; todo responde a un guion prefijado para prepara una bucólica postal. Xianpu pasa a ser un recuerdo presente de como era la China rural de antaño, y se ofrece como el estandarte de un fenómeno en crecimiento, el de la nostalgia por una vida que ha desaparecido.


Instagram reactiva la economía de los paisajes aunque ya no podemos precisar que es verdadero y que es falso. Parece que ya nadie accede a unas vacaciones, sino que cumplen el deber del ocio y de su catálogo de requerimientos como un modelo de atracción artificial, donde todos miramos lo mismo y tachamos de la lista el lugar recomendado para pasar ni bien se pueda al siguiente escenario “sagrado” de consumo por los ojos; donde lo sagrado será la repetición y sus likes tarde o temprano nos llevaran al colapso, no solo de las ciudades visitadas...

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