viernes, 23 de agosto de 2013

Kemosabe



Creo que es la hora de decirlo. Mis numerosos lectores aguardan hace meses que me juegue, que deje de marear a una perdiz que ya esta desplumada y servida a la toledana. La indiferencia no puede ser un recurso y mi pluma está lista, me cueste lo que me cueste. Es un tema álgido, donde todos guardan su interpretación contundente, por eso me he demorado. Pero los últimos hechos no permiten más la presencia de los grises, de los débiles, por eso me lanzo. Aún cuando pierda algunos preciados lectores, pero Dios, la patria y no me acuerdo a quien más se menciona actualmente, me lo demande. Y aquí voy, les doy la oportunidad que salgan del blog o que vuelvan a releer las bondades de las patatas fritas o la nota de Mad Men que yo creía redondita y nadie me la ha halagado.


Son momentos de debilidad, de desconfianza, de flaqueza, de miseria interior. Y estos hechos no se pueden tolerar. Nos quieren seguir manipulando, nos tergiversan la historia y el que tiene memoria debe decir basta. Nos quieren enfrentar, nos quieren hacer sentir que nuestra niñez y adolescencia fue un fraude, que todo lo que nos contaron o aprendimos era mentira, que nos dejamos engañar, que nos llevaron de las narices. Nos dicen que lamentablemente, nos vamos a dar cuenta tarde, cuando ya no se pueda remediar. Hay algunos que dicen que ya vieron esta historia, pero yo con mis cuarenta y seis años, me desayuno luego de leer en la tan nefasta prensa, que me obviaron un hecho contundente y que yo lo repetía como un corderito obediente. Por eso, pongo el listón alto, tomo aire para no desfallecer en las siguientes líneas y espero que a la salida de este post no me espere el juez de turno o me investiguen los fondos reservados para café con leche con la lectura del Marca, que cada mes limito aún más. Pero ahí voy, no pasará de este párrafo, luego será todo más fácil de explicar, me quitaré la presión y espero que mi dialéctica y vocabulario me permitan defender mis principios ante los sicarios de turno, ante los portadores de la tristeza permanente. ¿Siguen allí?, espero que sí y por primera vez no me interesa el me gusta del face o que me lean en Suiza o los países bajos. Quiero quedar en los anales antes que me rompan mis principios. Y lo digo: "Miente… Miente… Miente… Disney miente".

Uff, que alivio. Es verdad que la conversión te libera. Me siento un barrilete cósmico que se quitó años, siento que aunque me corten las piernas al menos podré medir algo así como metro setenta y me conformo, dicen que es la medida standart y estoy agotado de ser extra large. Después del arrepentimiento, de la explosión, estoy dispuesto a ser subsidiado, solo espero el mejor postor. Pero no me quiero apartar del tema, vuelvo a gritar que miente, que el habitante del superfroost miente aún en la tumba y que no debe quedar impune.

Sé que el escrache no es democrático, aquí me lo recuerda Mariano Rajoy todo el tiempo, que es de fascista lo de los abrazos simbólicos. Que sabrá lo que es ser facha, conozco un país donde uno se lo dice al otro, y el otro al otro y así todo el tiempo. Y todos contentos porque en el fondo no saben que significan la palabra, es como un cliché, como decir todo el tiempo too much, como que es cool y hay que usarlo, como ahora aquí en Spain, donde todos se empecinan en decir algo así como: “-no es guapo, es lo siguiente”, ó “-no es inteligente, es lo siguiente”. Y así yo me quedo con la duda, nunca llegamos a ver lo siguiente, siempre nos quedamos en el ahora y así no vamos a ningún lado. Y yo siempre a trasmano de los modismos, si me costó una década acostumbrarme a esa frase que me decía todo y yo creía que no me decía nada, esa cita que sintetizaba al máximo el vocabulario y yo creía pobreza de léxico, esa frase que fue la primera que recibí en este País Vasco y que porque guardo memoria, decía textualmente: “-Vamos a ir a conocer el Puente colgante y tal y cuál…”. Y yo, en esa timidez absurda que me acompaña, me iba a la cama a la noche con la insatisfacción de no haber percibido si llegué a conocer el tan mentado tal y cuál. 

Yo prefiero creer que mienten los herederos de Walt, porque se derrumbarían los bastiones de mi niñez, no podría transmitir a las siguientes generaciones mis horas perdidas jugando a imitar al personaje. Prefiero creer a Editorial Aguila, por que en el fondo soy un lelo que cree en todo lo escrito, si me leo el Boletín Oficial no me llego a dar cuenta que éste miente, sigo siendo un niño, y en el fondo creo que me enorgullezco.

Quien no leyó las revistas de El llanero solitario, quien no recibió un libro de sus colecciones de regalo, quien no vio los dibujitos animados o quien no se aferró con desesperación a seguir los veintitrés minutos que duraba cada serie en blanco y negro, para después seguir con Viendo a Biondi. Yo era uno de esos adeptos, casi adictos y hoy defiendo mi juventud, no al personaje porque debo confesar que casi no me acuerdo de ningún capítulo, pero sí recuerdo y eso es indeleble en mi cerebelo, tres o cuatro frases que serán inmortales, aun cuando los operadores de turno me quieran quitar parte de mi infancia.

“Kemosabe”, “Hi-yo, Silver” ó “¿Quién es ese hombre enmascarado?. –Es el Llanero solitario”, frases repetidos en el zaguán de mis tías Coca, Chiche y Betty mientras mis guionistas mentales mejoraban la secuencia recién vista y yo galopaba con la escoba de mis tías buscando algo que se asemeje a una bala pero me debía conformar con una cucharita que decían que era la única platería de importancia en esa casa.

“Con su fiel compañero indio Toro, el audaz e ingenioso jinete enmascarado de la llanura inició su lucha por la ley y el orden en el temprano oeste de los Estados Unidos. En ninguna de las páginas de la Historia se puede encontrar a un mayor campeón de la justicia. Vuelven a nosotros ahora esos emocionantes días de ayer. ¡Desde el pasado viene como un trueno el galope del gran caballo Silver! ¡El Llanero Solitario cabalga de nuevo!”. Así rezaba mi preámbulo de lunes a viernes, era injusto que existiera el fin de semana. Al menos los sábados a las trece horas contaba con Ron Ely y ese increíble Tarzán que no necesitaba un afeitado o el paso por un peluquero, para contentar mi calenturienta imaginación en esos días llamados de descanso. Y repitiendo el preámbulo me animo a nombrar por primera vez al personaje, aquel que necesita una rápida reparación al menos de los latinoamericanos, que parece que se negaron a llamarlo de otra forma, porque era peyorativa, y en América no peyoramos a nadie.


Disney es astuto, no es un secreto para nadie. Va a darnos un golpe mortal pero lo hace de manera solapada. Ya lo vivimos con Bambi, el tipo mató enseguida a la madre y con la vieja no se juega, pero el tipo lo hace y se convierte en éxito. Como no iba a subir la apuesta. Pero se apoyó en un ganador, al menos en lo que a personajes fantásticos se refiere.

Me gusta Johnny Deep, pero en algunos personajes, sólo en los mágicos y debo reconocer que tiene muchos. “El joven manos de tijeras” o menos conocido como Edward Scissorhands fue su carta de presentación; el papel de J. M. Barrie me devolvió a mi querido Peter Pan en “Finding Neverland”; junto con Tim Burton recuperamos la imagen de “Ed Wood” y más recientemente las excentricidades infantiles pero tan queridas de Willy Wonka en “Charlie y la fábrica de chocolate”; el mismo Burton nos estremeció con las hamburguesa de carne humana que generaba el peluquero Sweeney Tood en la pelí del mismo nombre; el sombrerero en Alicia en el país de las maravillas (otra vez Burton por medio) o el personaje máximo para Disney, el de Jack Sparrow en cualquiera de la tetralogía de Los Piratas del Caribe. Para el niño que llevo dentro, los personajes de Deep han dejado marca e inspiraron confianza a la hora de ver y creer en dichas películas.

A la hora de presentar el elenco de El llanero solitario a los ejecutivos Disney, Gore Verbinsky adelantó que tenía apalabrado a Deep para el film. Por un momento todos pensaron: “Huau, Deep en el papel de Llanero Solitario, negocio seguro”. Pero el director enseguida los contradijo, Deep haría el papel de segundón, el de personaje que despertó mi hartazgo e indignación ante la manipulación y mentira.

-¿Pero porqué el enojo?, me preguntarán. Crecí mirando la serie o leyendo la revista y siempre, pero siempre llamé al indio como Toro, como al pan pan y al vino ídem. Pero Verbinsky aprovecha al desempolvar al héroe del western y asignarle el papel de indio a Deep para decirnos muy suelto de cuerpo a toda América Latina que el personaje en realidad siempre se llamo… “Tonto”. Como muchos, creo que estoy cansándome de Verbinsky, a ustedes no le sucede?

Como puede uno aceptar esta arbitrariedad o bajeza para modificar la historia. Si siempre fue Toro, si siempre le dijo Kemosabe las pocas veces que habló durante los episodios. Y el imperialismo ocultó en la traducción al castellano de América el nombre hiriente, el que generó Frank Striker (el creador) ya que era una palabra inexistente en inglés pero asociada a lo “salvaje” en lengua nativa norteamericana. Muchos aducen que la conducta esquiva o dispersa del personaje justificaba el uso del nombre, pero a todas luces representaba un comentario peyorativo a los indios, como si fueran escasos de entendimiento o razón. Y la madre patria lo sabía, siempre lo llamaron Tonto, ni siquiera le dieron la opción de llamarlo Comanche como algunos latinos prefirieron y nos lo ocultó. De ahí que me suene aun más hiriente una frase tan común en la península: “-¿Chaval, tu eres tonto o qué?”.

A pesar del escándalo que quiero generar ante esta situación, debo reconocer que la particularidad de esta producción es que se considera subversiva, retratando a la caballería americana como la mala mientras que los indios comanches son finalmente la raza postergada o héroes condenados. Es intención de Deep, confesado en conferencia de prensa, reivindicar definitivamente a los originales habitantes de EE.UU ante el eterno maltrato dado por Hollywood.

Pero quiero continuar con el relato, que en este caso me van a llamar el relator de este relato. Si la intención de Deep es reivindicar a los pueblos originarios, porque insiste en llamarse tonto?. Acaso alguien cree que somos tontos, no lo puedo creer. Hay jefes de estado que nos hablan con tanto cariño durante tantas horas tratándonos como hijos dilectos que me cuesta creer que puedan creer que somos tontos o que nos hacemos los indios. Doscientos cincuenta millones de dólares en producción y otros ciento setenta y cinco millones más en gastos promocionales en todo el mundo al menos permitiría registrar en autores el nombre que toda América clama en nombre de nuestras infancias idílicas: el carapintada Toro y su caballo Scout.

Hace un tiempo que tengo en lista de espera escribir sobre la problemática de identidad sexual de nuestros héroes de los comics, también compañeros de lectura desde pequeños y atacados en los últimos años. Cosas que nunca interesaron ahora parecen ser indispensable a la hora de analizar las particularidades de cada serie. El pasado mes de junio nos desayunamos que Linterna Verde es gay; en realidad se pide llamar linterna fluor, una pesadilla para las toneladas de comics leídos de ese superhéroe. Hace poco el periódico también americano The New Yorker (para cuando una ley de medios en ese país de desestabilizadores) nos mostró en tapa la relación homosexual de Beto y Enrique de Plaza Sésamo. Que decir las desdichas de Robín en su afán de ser solamente paladín de la justicia y adlátere de Batman, al que se le ridiculiza esa frase tan justiciera como la de chico maravilla. Y Toro tiene mucho en común con Robin. El indio apareció en el episodio 12 radiofónico para complementar las hazañas de John Reid, para que el héroe contara con compañía y ayuda para sus misiones. Comenzó como partenaire y brilló, pero temo que alguna mente pícara decida lanzar el cotilleo de que Toro vino para hacer más llevadera la vida de kemosabe.


Y ahora, cuando estoy tan cerca de cumplir los cincuenta, me obligan a decirle tonto al indio que hace el trabajo sucio o de inteligencia al llanero solitario. Y me resisto y digo basta: no mientan mas, conozco gente en mi país de origen que han dicho hace poco que nunca mienten. Y yo quiero ser así antes de cumplir el medio siglo.

La apuesta de Disney será seguramente un éxito de taquilla; luego habrá que discutir las bondades del guión y la dinámica de la historia. Quizás se plantee en breve la secuela y la disputa por el nombre del aborigen deba ser el precio a pagar por todos los americanos (los buenos, no los malos) para reflotar ese western abandonado hace tiempo y olvidado hasta que se convirtió en demanda.

Esta entrada debía ser una investigación sobre el significado de la clásica palabra kemosabe. La madre patria dice que es un vacío legal de la traducción, que en realidad es una especie de kienlosabe. Siento que continúe el vacío existencial del concepto. Uno se deja llevar por las emociones; la niñez no se mancha y no es posible seguir sufriendo las mentiras del imperialismo y de los medios de comunicación. Salgamos a las calles, inundemos los pasillos de los cines donde se exhiba, insistamos en llamar Toro al tonto y estemos atentos, defendamos nuestra industria, porque temo que en breve alguien ose indagar sobre los hobbies o inclinaciones de otro grande de la máscara, el tierno tío de Anteojito, aquel que García Ferré en un arrebato de originalidad y sin el uso maligno de ningún dialecto americano, bautizó como Antifaz.

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