sábado, 17 de agosto de 2013

Faltan gauchos!!



Hace unos meses y por casualidad me tocó ojear El Periódico de Aragón. Y para mi sorpresa me reencontré con unos personajes que conocí a pocos meses de establecerme en Plentzia, “Los gauchos cuatro”. Emilio Mas, Antonio Latino y Lucho Murillo acababan de editar su disco 26 y habían repartido su música folklórica casi por todo el mundo. Cuarenta y seis años atrás habían formado en Santa Fe el grupo Los Arribeños y a consecuencia de sus giras por España y norte de Portugal, algunos integrantes se radicaron en Zaragoza y dieron forma a Los Gauchos cuatro.

En el reportaje, me enteré que en un principio eran cuatro pero a la muerte  de uno de ellos hace dieciocho años, continuaron con el mismo nombre y sin el reemplazo, en su homenaje. Miraba la foto y recordaba que había conversado solo unos minutos con Mas, y me trajo los recuerdos de los primeros meses fuera de Argentina, cuando a través del mail me comunicaba con familiares y amigos de manera al menos semanal y me apoyaba en esas comunicaciones. Y me acordé de mi nostalgia inicial, del dolor de no estar cerca de los míos, de la lucha empecinada porque todo aquí fuera igual que allí, de aquellos arrebatos por querer volverme entrada cualquier noche. La nota terminó, no alcanzaba la pagina de duración, pero a mí me quedó la nostalgia, no la de aquellos tiempos, sino una nueva, que se va perdiendo, cuando llevas una década fuera de tus pagos y vos mismo te reconoces lejano a aquel personaje nostálgico y errante de los primeros días.
Al llegar a casa, busqué y busqué y con alegría puedo decir que conservaba en mi casilla de correos un mail de julio de 2002, que había enviado a mis amigos. Ahí recordé que en una visita a Buenos Aires, mi amigo Micky en una cena en su casa con sus padres se levantó de la mesa y fue a buscar la hoja impresa de ese mail y la volvió a leer y todos se rieron con lo que allí les contaba. Por eso, aprovecho esta entrada, para hacer un refrito y pidiendo disculpas por la poca producción (tengan en cuenta que regreso de mis vacaciones) dejarles este recuerdo que en ese momento fue muy emotivo. Confieso que el correo sufrió algunas modificaciones, se supone que estos años han mejorado mi escritura y no me podía permitir publicarlo sin una minuciosa corrección.
   
De nuevo desde Plentzia.
Me olvidé de contarles algo que sucedió una vez recibida el alta de la faringitis, amigdalitis y otras yerbas que me dejó, además de débil, muy sensible. Una noche cualquiera salí de trabajar del bar y me dirigí al bodegón donde labura Fer para estar con ella un rato. Luego de media hora viendo como ella corría de un lado al otro para atender todas las mesas, decidí ir a casa a descansar para volver a buscarla cuando terminara su jornada. No sea cosa que me enfriara y tuviera una recaída. No solo me aconsejan y retan aquí en Plentzia respecto a mi salud, , sino que también me llegan sugerencias desde mi patria... Así que presto a hacer las cosas bien, enfilé por la carretera a mi casa.
De repente, desde la Iglesia de la Magdalena llegó a mí un ruido de gente, aplausos y música. Recordé que en medio de tantas fiestas del pueblo, se trataría de un concierto más de los tantos a los que aún no le había dado importancia ni presencia. Les cuento que la fiesta va por barrios, cada uno a lo largo del verano tiene su verbena, pero el concepto de barriada es muy distinto al que podemos tener en Capital Federal. Dos manzanas pueden considerarse barrio o barriada. ¡Ustedes verán cuantas fiestas se celebran en Plentzia! La cosa es que si sumamos de a dos manzanas, tenemos fiesta todas las semanas. Esa noche le tocaba a la Iglesia de la Magdalena.
Retomando los aplausos, en un principio solo miré ligeramente hacia arriba (la iglesia está en una cuesta, junto al Casco Viejo) y continué mi marcha a casa. Las campanas del Ayuntamiento anunciaban las doce, el cambio de jornada. Podría dormir un par de horas antes de regresar a buscar a Fernanda. Pero de repente comienzan a cantar Adiós Pampa mía y juro que me quedé de piedra, mil veces escuché esa canción sin escucharla y era la primera vez que me dolía la letra y al mismo tiempo el reconocer algo que pertenecía a mis recuerdos habituales me llenó de emoción y alegría. Subí la cuesta casi corriendo (bah, ustedes saben que no me gusta correr) y me mezclé entre la gente, casi ciento cincuenta personas. Lo de mezclar es una licencia que me permito, porque para mi curiosidad todo el mundo estuvo pendiente de su curiosidad por mis movimientos y emociones. Los que en el escenario terminaban el tema, se llamaban Los gauchos 4 (pero por más que mirara por todos los rincones del escenario solo distinguía a tres tipos), y tocan temas folklóricos de nuestra tierra. Dicha información recabé entre la gente mientras tres de los supuestos cuatro comenzaban los acordes de Memorias de una vieja canción, que me recordó a Horacio Guarany. Decidí quedarme allí, la debilidad de la enfermedad estaba a salvo, el entorno me transportaba al barrio de Belgrano y esas canciones que antes escuchaba de fondo desde la radio de la cocina, ahora me arrancaban más de un suspiro, entendí que eso era lo que denominan identificación o raíces. En esa hora que estuve allí me pasaron cosas curiosas y graciosas. El primero que se acercó era un hombre que frecuenta diariamente el bar en busca de un blanco rueda por la mañana y un claro (rosado) rioja por las noches. Se pegó a mí, me ofreció un sentido abrazo y me dijo: ¿-Alguna vez pensaste que ibas a ver en vivo fuera de Argentina a los gauchos 4-?. Yo, tratando de que no aflorara mi habitual hasta entonces ironía, solo atiné a decir: - No, nunca lo imaginé -. Entonces el hombre se emocionó y me dio otro abrazo, éste  más fuerte. A partir de ese momento estuvo todo el tiempo junto a mí y no regateo en muestras efusivas hacia mi persona. Mientras tanto, yo tarareaba las chacareras y canciones que estos gauchos utilizaban en su repertorio. Cantaban bien, pero yo no tenía la menor idea de quiénes eran...
No soy de aquí ni soy de allá, cantaban y yo haciendo gorgoritos al recordar la versión de Alberto Cortez y la original de Facundo Cabral. Al rato, se me acerca otro cliente del bar y me pregunta: ¿-Están viejos, no-? y yo, otra vez algo sorprendido, contesto: -Pero no tanto como pensé...- El buen hombre me dijo que tenía razón y se quedó del otro lado, pero éste sin abrazarme. Solo me guiñaba el ojo, sin poder distinguir aún entre cercanía o tic. Después de cinco temas, todo Plentzia se arrimaba a consultarme cómo estaba. Preguntaban si se me había pegado la morriña (la nostalgia, para nosotros). Yo les confesaba que sí, que estaba emocionado por no decir conmocionado. Pero ellos pensaban que lo estaba por estar frente a Los gauchos 4, que en ese momento ya eran más leyenda que los Rolling Stones o Los redonditos de Ricota.
En medio del desfile de plencianos a mí alrededor, me quebré al escuchar los primeros acordes de Zamba de mi esperanza. Recién en ese momento recordé la cantidad de veces que canté de niño esa canción y juro que lloraba por dentro, necesitaba volver a Buenos Aires. El tipo de los abrazos, que no dejaba de mirarme, me abrazaba más fuerte.
Cuando estaba por terminar el concierto, se acercaron otros dos clientes del Biritxi. Uno me preguntó si esa era la formación original del grupo, a lo que inicialmente me tenté de decirle que faltaba Cipollati, pero solo dije que no sabía. Todos, pero todos allí conocían a Los Gauchos 4 y el único que no tenía ni soberana idea de quiénes eran esos tíos era yo, casualmente otro gaucho, el quinto, aunque por lo visto podría ser el famoso cuarto, el que faltaba.
Lo último, ya en los bises. El primer bis fue Yo soy argentino. Se acercó otro conocido, también Javi y me dijo: -Tengo un poster-. Lo miré y dije: -¿De quién?-. El contestó: -De Gauchos 4-, todo orgulloso. Yo no podía imaginar que estos ñatos tuvieran hasta poster, así que solo atiné a decir: -Qué bueno-. Javi me miró y con complicidad me dijo: -¿Lo quieres?-. Yo le dije: -Bueno, me gustaría-. El tipo se fue corriendo hasta su casa (bajando la cuesta), regresó todo transpirado cuando promediaba Cuando un amigo se va y me entregó el poster de tres tipos bastante fieros (no me pregunten dónde quedó el cuarto gaucho) y dijo: - Es para ti -. Yo, que a esa altura tenía que mostrar que estaba eufórico por estar frente a los míticos gauchos 4, solo atiné a decir: - Lo voy a pegar en la cocina -. El tipo me abrazó (perdí la cuenta la cantidad de abrazos recibidos) y dijo: - ¿Para qué estamos los amigos? – justo con el final del tema de Alberto Cortez.
Ahora todas las mañanas veo antes de ir a trabajar reposar sobre el sillón del comedor el  poster, que no me animo a tirar por temor a que se enteren de tamaño sacrilegio. Así que, a veces con Fer, al terminar exhaustos nuestras jornadas laborales nos quedábamos a dúo en la sala mirando a un cuarteto que a todas luces era un trío.
Por último, al terminar el recital, el alcalde de Plentzia (al que hasta ese momento no me había dirigido ni una mirada al entrar al bar y tenía cara de amargo), se acercó y con cara de político en campaña me preguntó si los quería conocer. Cualquiera que me conozca bien sabe que no me interesaba conocerlos (no por conocerlos, sino por timidez de acercarme), pero no pude decir que no. Así que caminé treinta metros hombro pegado al alcalde, mientras todos me saludaban y me decían: Gaucho o pibe. Me presentaron al que cantaba y recién allí el tipo me dijo que el tocaba con Los Arribeños treinta años atrás y que se vino a vivir a Zaragoza y armaron el grupo y les iba muy bien, sobre todo en el norte. Eran de Santa Fe y hasta participaron en una película con Cafrune y Hernán Figueroa Reyes, de nombre “Ya tiene comisario el pueblo”. Lo felicité y traté de salir sigilosamente. No quería más abrazos, ya tenía un poster y me iba tarareando Zamba de mi esperanza, el mejor regalo de esa noche que me acercó algo a mi casa, la verdadera.

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