viernes, 2 de agosto de 2013

Cosas que se leen para que luego se escriban



La mayoría de mis escritos nacen de una idea casual, de un momento de inspiración. La mayoría de las veces lo que se puede leer en la entrada del blog, poco tiene que ver con la idea original. Pero mucho tiene en cuenta el estado de ánimo de ese momento o la soltura que tienen tus dedos a la hora de teclear y ver como toma forma la hoja en blanco. Y generalmente, al momento del primer punto y aparte, suelo tener en claro si lo que estoy garabateando tiene algún valor. Y me asusto, porque estoy llegando al primer punto y aparte de este escrito.

Al escribir trato de mantener una metodología. A poco de publicar una entrada, pasan unas horas y ya pienso con que tema debería continuar y me mentalizo en retrasarlo unos días para madurarlo, aún cuando comience a buscar información que lo complemente. De momento la metodología se concentra en acomodar mi cabeza en un nuevo argumento, distinto al anterior. Aún no he llegado a una disciplina donde de antemano pueda saber que la siguiente entrada responderá a deporte, libros, actualidad, recuerdos u otras clasificaciones. Sin ir más lejos, hace unos días pensé que era hora de escribir algo sobre cocina, pero ya ven, mis dedos me están llevando hacia otros lares.
Y leer también tiene su método. Al menos, eso creo. En estos casi doce años que llevo en el País Vasco habré superado las mil lecturas, la mayoría novelas y bastantes ensayos. Me cuesta dedicarme a los cuentos, no sé porqué, mas teniendo en cuenta que he leído muy buenos. Para la elección de los textos tengo un par de cuadernos donde agrego y agrego autores a conocer y leer y a esos le tengo que sumar a los que ya he leído y debo actualizar su obra. Una vez que leo un título, lo subrayo con resaltador y hago una ficha de su autor. Pero con respecto al resaltador, no llego nunca a tener el cuaderno resaltado siquiera en su mitad. Siempre me ganan las obras que aun no he leído.
-¿Y cómo se que un texto que escribí es bueno?; ¿Y cómo certificar que el libro leído es bueno?-. Con respecto a mi escritura, es difícil de responder. Al terminar un escrito lo siento tan próximo que me cuesta ver sus errores, imperfecciones o frases confusas. Espero que algo parecido le suceda a los grandes escritores: que la emotividad y la falta de distancia le juegue en contra. Una opción es tratar de compartirlo rápidamente con Fernanda. Ella, con sus silencios, con sus interrupciones, sonrisas, aprobaciones, con sus dudas sobre mi ortografía y etcéteras, logrará además de aprobar el concepto o idea, manejar la distancia de mi perspectiva y bajarla a tierra. Es un ejercicio duro, recuerdo que cuando frecuentaba los talleres literarios, no me permitía ni el cambio de una coma. Y muchas veces, me enojo cuando Fer intenta mutilar alguna frase que considero sublime.
Si de leer se trata, me fijo una meta anual. De los entre sesenta o ochenta títulos que acometa en el año, tengo que sentir una emoción intensa durante la lectura y un orgasmo de confusión al terminarlo con al menos tres o cuatro obras. Y lo suelo alcanzar. Pero no puedo precisar que sea fruto de excelente literatura y menos que menos quiero entrar en ese campo donde los supuestos eruditos desacreditan lecturas a las que de manera peyorativa analizan como best sellers o  libros de autoayuda. Si bien no suelo leer esos géneros, se que la gente lee lo que quiere o necesita y el resultado de cada uno es lo que importa. Si un libro te llega, eso es lo que prima.
Con el paso del tiempo y con las ganas o necesidad de volver a escribir periódicamente, me fijé seguir una serie de objetivos que alguna vez leí de Clara Obligado (publicaba en una revista sabatina en el periódico de aquí y yo hice taller literario con su hermana María allí). El primero, leer buena literatura: porque un gusto bien formado me permite escribir hasta encontrar mi modelo o estilo; luego, no preguntar indiscriminadamente por su opinión a personas que no están acostumbradas a comentar o leer textos; prestar mucha atención a los buenos lectores, tanto conocidos como de blogs o revistas culturales. Si varios de ellos coinciden en la elección, casi con seguridad la obra será buena; dejar de ser destructivo. Lo confundía con ser exigente y en el momento de mayor confusión creativa, no pasaba del primer punto aparte porque todo me parecía inmaduro o carente de ingenio o sentido; y la última consigna aún no la puse en práctica, que es dejar reposar mi escritura durante un tiempo en un cajón cerrado para que ese lapso ponga mi perspectiva en su lugar. Este debería ser el próximo objetivo irrenunciable.
“Digo exactamente lo que pienso. Y lo hago en forma sencilla, sin retórica. La gente que se reúne a escucharme sabe que, con independencia de si coincide o no con lo que pienso, soy honesto, que no trato de convencer ni captar a nadie. Parece que la honestidad no se usa mucho en los tiempos actuales”. Presten atención, está encomillado. No lo escribí yo, solo se lo pido prestado de un reportaje a José Saramago, uno de los más grandes (sino el que mas), que cuando leí allí por 1998 la novela Todos los nombres, sentí ese orgasmo, esa necesidad de ir por mas, de querer conocer a ese hombre que con tanta tranquilidad me contaba tan bien una historia. Y me acompañó desde ese momento, aún hoy cuando nos dejó hace más de tres años. Y me acompañó en el momento más duro. Cuando tuve que meter toda mi vida en dos maletas para venirme a vivir a territorio desconocido, sólo atine a dejar mi biblioteca casi intacta en Buenos Aires, pero subir al avión los diez títulos que de Don José tenía en ese momento. Y aquí lo seguí comprando casi el mismo día que salía. Era la manera de agradecer con mi fidelidad, la fidelidad del luso de compartir historias.
-¿Y los momentos de clímax con la lectura en lo que llevamos de año? No tengo que hacer mucha memoria, los títulos están ahí, a la alcance de la mano. “Esta historia”, de Alessandro Baricco (en breve estará en el mismo pedestal que Saramago). Esta historia es similar a casi todas las historias del italiano, pero te dejan una sensación agradable de querer seguir soñando aun cuando el libro terminó hace bastantes estaciones (recuerden que leo mucho en el metro); “Ocho noches blancas”, de Andre Aciman. Al libro llegué por una recomendación al suplemento Babelia de otro al que admiro, Javier Marías. La novela me atrapó, me angustió, trata sobre todo de la inseguridad que tenemos ante el avance de las relaciones; “Y que se duerma el mar”, de Gustavo Martín Garzo. A Garzo lo encaré el año pasado, leyendo su interpretación de la historia de amor de María y José, visto desde la óptica de José, el personaje bíblico quizás menos mentado. Y este año seguí con esa historia, pero esta vez escrita desde la perspectiva de María, y para mí, que no estoy atravesando un momento de armonía con la fe y las sagradas escrituras, fue sentir que me contaban una buena versión de una historia trillada y sin ese tufo a mentirillas; “Paradero desconocido”, de Kressmann Taylor. De este libro generé una entrada el mes pasado, no voy a ahondar más pero si fui sutil y no contundente, lo recomiendo en Argentina para ver si se refleja ese país enfrentado que tanto se lastima. Y “Si esto es un hombre”, de Primo Levi, que a lo largo de este mes, se verá en entrada aparte al blog.
-¿Y qué hay de cómo saber si lo que escribo es bueno?- No sé si es tan importante. A mí me gusta, a otros también, de otros no tengo ni una referencia y habrá también al que no le diga nada o no le llegue o no le guste ni un poquito. Pero siempre me acordaré que cuando compartí con mis compañeras del taller que daba tan bien mi amigo Amelio García, un cuento que se llamaba “A la deriva”, en el mismo momento de leerlo dejo de ser mío y paso a ser de los sentimientos que generó a mis compañeros. Unos me felicitaron, otros me pusieron objeciones, alguien le recordó un familiar que ya no estaba, a uno lo dio alegría el desenlace y a otro enojo lo mismo, pero en definitiva cumplió aunque sea por unos minutos un cometido, llegar a la mente y a los corazones de otras personas. Y después de varios años a la deriva, vuelvo a completar dos o tres páginas de un Word que ahora no flagelo o destruyo. Quizás no pase tanto por saber si lo que escribo es bueno, al menos retomo algo que me gusta y quiero compartirlo, y después de tantos años donde solo se me daba escribir correos electrónicos que ya casi nadie contesta, y si lo hace dedica dos o tres líneas,  recuerdo una frase de Alessandro Baricco al querer explicar su novela “Seda”: -“Lo difícil, lo realmente difícil, es transmitir el silencio”. Y eso era lo que me pasaba.

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