sábado, 20 de mayo de 2017

Hazte la fama y échate a dormir

“La fama póstuma de nada sirve al muerto, pero puede servir a los vivos con el estímulo del ejemplo que deja el que ha fallecido.”
Carta XXVIII, de José Cadalso en Cartas Marruecas.

Y un día recuperé mi voz. No se trata de una profunda afonía, sino del uso de la metáfora para anunciar que retornaron mis ganas por redactar, por exponer. Una larga década -y un poco más- me alejaron de escribir frente al ordenador. Comencé mi derrotero con la locura de presentar una novela al concurso de Alfaguara, luego pasé a imprimir de forma casera mi propia revista de deportes, me enfrenté al desafío de escribir algunos cuentos, y para completar mi formación casi anarquista, me entregué a los que supuestamente saben, a través de talleres literarios. Lo hice porque sabía internamente que tenía voz, pero no sabía en absoluto si afinaba, así que me fui a comparar en un medio público y privado -pagué y fui a talleres gratuitos-, con el mundillo de la escritura algo más profesional. Y en el proceso me quedé sin voz.


Cambié de país de un día para otro. No estaba siquiera meditado, pero los acontecimientos y un pasaporte de otra nacionalidad sin estrenar me llevaron a un mundo desconocido, y yo casi sin estar destetado. En apenas tres meses de ese proceso, me encontraba como anestesiado en un avión que me llevaba a Madrid -mi primera parada-, madurando recién en las alturas que tenía bastante miedo por una decisión tan drástica. Me llevé conmigo sólo los libros de Saramago y un puñado de fotos que demostraran que poseía un pasado, rico en entorno familiar y de amigos. Las fotos me acompañaron en la pared de la cocina durante años, hasta que un día decidí que no podían seguir allí observando todas mis comidas o charlas post, por lo que cerré esa puerta de mi pasado añorado, llevando las fotos a sus álbumes. Y me senté a cenar con mi esposa, por primera vez en mucho tiempo, sin tantos ojos protectores. Pero la voz no regresaba.

Trabajé en cosas que no me gustaban, en profesiones que desconocía. Y en los primeros tiempos, me sentí libre por quitarme la mochila de la presión de trabajar en puestos de importancia. Paradójicamente, ese tiempo serenó mi espíritu al tiempo que no me preparaba para la siguiente crisis, la de imponer mis condiciones en una sociedad, que, si bien me ha respetado siempre, nunca me tendió la mano para demostrar lo que tanto valía en otro contexto. Y sin la voz que antes me defendía, y en un silencio por ser un desconocido a los treinta y cinco años, me aferré a la literatura. En ese momento me di cuenta que me sentía más cómodo en la lectura que en la vida misma. Pero aún en silencio, trataba de compatibilizar los dos mundos.

Leí como un poseso, como si para recuperar mi voz necesitara de palabras y pensamientos ajenos. Cien novelas al año, durante años. Pasé a ser el Alonso Quijano de mi pueblo, casi todos me relacionaban con un libro como mi mejor compañero. Y era cierto, tantas veces me he sentido protegido con ese libro como prolongación de mis extremidades o en la cálida seguridad de debajo de los brazos. Algunos pronosticaban mi próxima locura, de Alonso Quijano pasaría en poco tiempo a ser un mortal Don Quijote peleando con los molinos de no saber imponer su talento en una nueva sociedad. Y me amparaba en las líneas de clásicos, de talentos que tal vez llevaban más de trescientos años de su fallecimiento. El día de hoy, como paréntesis de mi recorrido, sigo sintiendo más comodidad de leer lo pasado que a mis contemporáneos. Este dato seguramente algún día lo trataré en terapia, o la humanidad viviente lo trate en general como fracaso del presente.

La terapia me dio una mano. El paro es un estado casi definitorio para menoscabar tus propias condiciones. La búsqueda de un reciclamiento para regresar a la actividad rentada me acercó a la psicología. Y mi terapeuta contribuyó a reconocer mi voz. Un día de sesión me solicitó que mis dolores más profundos en esos días oscuros fueran representados a través del papel. Y como soy un chico tan obediente para las consignas, el día que el pecho se me partía de tanta ansiedad y soledad por la falta de trabajo, tomé valor y me senté a escribir los miedos que me oscurecían el día a día. Quizás fue el segundo paso para recupera mi voz. El primer paso apenas lo mencionaré en esta entrada -y fue anterior a esa terapia- porque en breve lo escribiré en este blog, pero fue mi mujer la que me empujó con talento a recuperar mi escritura, cuando en un trabajo absurdo que duró un mes, me pidió que, para soportarlo, le escribiera una carta diaria donde le contara lo que se me ocurriera. Pero lo dicho, ese detalle tan lindo de parte de ella, merece una entrada aparte. Regresemos a los últimos años.

Y como debo tener un costado narcisista, no podía regresar a la escritura a través de un diario personal encallado en el primer cajón de mi mesa de luz. Es que yo había comenzado mi proceso de escritor nada menos con una novela -que nadie habrá leído -, es decir el camino a la inversa. Tenía que pensar en otra manera de poseer una bitácora personal. Y me presentaron el blog, medio idóneo para compartir una voz. Presumí que podía ser el medio ideal de documentar todo lo que tenía dentro y finalmente salía. El blog tiene tantas finalidades, pero navegando por la web, compruebo que el hombre necesita documentar ideas, experiencias, fotos, contenidos o simple información, y han utilizado el blog periódicamente para reflejarlo.

Y el blog está disponible para todo el mundo, porque la consigna de la web 2.0 es que la información se comparte para interactuar, aún con el riesgo que nadie interactúe en tu portal. Porque el riesgo es grande, existen enormes bloggers que publiquen lo que publiquen, representará la vigencia de la celebridad. Y estamos los que nos contentamos con un comentario cercano en alguna de tus tantas entradas. La web tiene más de estos personajes que aquellas celebridades blogueras. Simpleza, rapidez y multiplataforma de medios es la consigna para interactuar, y yo que, para recuperar mi voz, me empecino en escribir como mínimo cuatro carillas. Acorde con mi cabezonería, mi anarquismo me permite aggiornarme, pero imponiendo mis condiciones, que son ir siempre por el camino inverso de los convencionalismos.

Y los blogs tienen una particularidad aún vigente: al tiempo que día a día se crean más blogs, una cantidad aún mayor deja de actualizarse. Esto podría venir a decir que la blogosfera, si bien es una fuente notable de comunicación, también puede ser un enorme cementerio, caldo de investigación arqueológica en un futuro no tan lejano. Falta de tiempo, aburrimiento, desilusión, demasiado copiar y pegar, falta de entusiasmo, pereza, carecer de contenidos interesantes, tantos pueden ser los motivos que alimenten esta necrópolis de los que no pueden, no saben o no quieren competir. Esa anhelada comunidad de lectores no llega nunca a pronunciar nuestros blogs. Y de momento sigo, quizás porque en el fondo, utilice este medio como la manera de desarrollar esa voz. Pero me suelo preguntar que será del deltreceenadelante dentro de cincuenta años. ¿Cómo se verá? ¿Lo verán? ¿Será un hallazgo o un tardío reconocimiento? Preguntas sin respuesta, pero cuestionamientos, al fin y al cabo.


Frank Kafka puede haber sido el escritor más influyente del siglo XX. Otro rasgo inmortal de su talento era su originalidad. Es un icono durante la visita a Praga, a pesar de que, en vida, él tuvo una sensación de ahogo en esa ciudad. Y otro rasgo notable del escritor checo es que Kafka no fue el Kafka del que todos hablamos o valoramos, mientras estuvo vivo. Dicen que Kafka fue un talento que funcionaba a raudales dependiendo de momentos específicos, de fluctuantes estados de ánimo. La literatura profesional le traía sin cuidado. Pero tuvo a Max Brod, quién se empeciné en que Kafka fuera Kafka, tanto en vida como luego de su fallecimiento. Finalmente lo logró, pero fue el esfuerzo póstumo, la celebridad que Kafka nunca conoció. Frank se avergonzaría si viera los carteles que inundan la ciudad mencionándolo. Kafka representa aquella posibilidad siempre expectante de ser inmortal una vez bien muerto. Y quizás mi bitácora pueda representar eso para las generaciones venideras. Y ese reconocimiento en la postrimería, que quizás no veré, puede ser suficiente para un anarquismo moderado como el mío. De momento, la voz está encendida, me resta sospechar quien de los que me rodean, pueda oficiar del salvador Max Brod, cuando mi necrológico anonimato me lleve a congestionar el cementerio de la blogosfera…

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