jueves, 6 de mayo de 2021

Como me voy a olvidar

¡Qué pobre memoria es aquélla que sólo funciona hacia atrás!”.

Lewis Carroll


Cuando George Orwell escribió “1984” intentó mostrarnos a través de su distopia lo cruel que podría ser el mundo si nos dedicáramos a recibir instrucciones y obedecerlas con docilidad. Lo que se considera una denuncia de la omnipresencia y vigilancia de un Gran Hermano o Hermano mayor que manipula la información, parece haberse convertido, en el tiempo, en un brillante manual de instrucciones que se utiliza para someter a varias naciones. Es habitual utilizar el recurso de estar viviendo en sociedades “orwellianas” cuando nos queremos referir a sistemas que reproducen actitudes totalitarias y represoras. Lo que fuera una crítica despiadada hacia el fascismo y el estalinismo concebida en forma de novela con los términos de una pesadilla nos encuentra, setenta y tres años después, inmersos en la pesadilla de lo que nos acontece es tan verosímil como lo reseñado por el escritor inglés.


A los agujeros de nuestra memoria los cubrimos con parches instrumentales que faciliten no el recordar lo que en verdad hemos vivido sino borrando el pasado, sino dándole disciplinadamente nueva forma mística y engrandeciendo gestos inexistentes o minúsculos. La reescritura del pasado y la técnica del doble pensar ya tienen amplio arraigo en nuestras sociedades. La manipulación es tan habitual que lo perpetúan unos y otros, enfrentados. Esa neolengua aceptada hace imposible cualquier otro tipo de pensamiento. El rebaño siente ligeros pinchazos cuando la virtualidad del discurso parece ser mentira fragante, pero logran reconducir con pericia la situación, ignorándola para privilegiar el estandarizado y monótono mensaje repetitivo de un pésimo manual de instrucciones. No son personas racionales recuperables aunque se les note deprimidos por incompatibilizar el fastuoso pensamiento con la patética realidad.


Esa sensación de doble pensar ya no ofrece resistencia. El mensaje convencional dictado en forma reglamentaria obliga sostener opiniones que son contradictorias pero creíbles ambas. Sostienen al mismo tiempo una posición y la contraria, creyendo ambas. La lógica lucha contra otra lógica y se termina repudiando a la moralidad para olvidar lo que nos aconsejan olvidar para transmitirnos el verdadero mensaje. Nunca se preguntan como los demás están manipulados mientras que ellos no, portan una especie de “verdad divina”. La paradoja de estos totalitarismos es que se perpetúan con el único argumento de tocar el corazón de los sometidos, aquellos vulnerables que creen que su vida fracasa a causa de crisis económicas o avances sociales que suelen pasar de largo, convirtiéndolos en viudos/as de generaciones frustradas. Estas “inocentes almas” decepcionadas consigo mismas, tediosas y con necesidad de encontrar culpables fuera, han despertado un anhelo ficticio de sentirse parte de un colectivo que revindique. De esta manera se contruye de material fino una realidad paralela a partir de una falsedad deliberada aceptada sin acuerdos básicos y con un nuevo tejido cultural, moral, ético y social, que destaque por la absoluta falencia de esos componentes. Pura desafección.


Tal vez se explique esta inocente interpretación de la realidad en otra “invención” orwelliana quien en el mismo “1984” brevemente ilustró como el agujero de la memoria: esas cosas en el suelo ubicadas en el Departamento de Registros del Ministerio de la Verdad a las que los funcionarios del partido insisten en lanzar cualquier pedazo de papel que no sea afín a su idea. La alegoría de un horno interno que destruya imágenes o recuerdos del pasado para reemplazarlos con el control de un pensamiento único o único vinculo permitido con la historia. La versión del pasado del partido no podrá ser nunca discutida. Más allá de intentar comprender lo remoto se intenta traducir todo a un uso nostro visto desde el prisma e intereses actuales. No es un problema que las sociedades tiendan a construir su identidad recurriendo a lo ocurrido. El problema es que se quiera permanecer en un pasado inexistente sin miras de intentar un porvenir.


La memoria colectiva puede ser más la suma de los olvidos que de los recuerdos. El hilo que une a una nación parece ser tensada por los olvidos y no tanto por los recuerdos. Todo aquel que quiera enfrentar a ese pensamiento colectivo no tiene mejor argumento que desconfiar de la rigurosidad de la visión del pasado con solo observar como se hace trampa a diario con la visión del presente. Recordando a Walter Benjamín, filósofo, crítico, ensayista y traductor alemán del pasado siglo, “articular el pasado históricamente no significa reconocerlo tal y como propiamente ha sido”. Tan solo una imagen del pasado vivida por unos se puede presentar de forma imprevista y con ánimo de eternizar un materialismo histórico.


Con el paso del tiempo, la lucha obliga a estar permanentemente enfrentados, desgastando la paciencia y marchitando las convicciones. Es imposible permanecer todo el rato en las trincheras, más cuando se pelea contra el absurdo. Ese Ministerio de la Verdad recreado por George Orwell ha permitido que los hechos incómodos de la historia desaparezcan de la memoria y se transmita a las nuevas generaciones de manera obligada bajo una disciplina social, donde el pasado será dictado y el presente nunca escrito. Ya no se puede seguir peleando contra un sistema que no tiene una cabeza definida sino una múltiple representación actoral que cuente con el apoyo de una mayoría de ciudadanos insignificantes -muchos de ellos nobles y sinceros en sus creencias- que avalen lo improbable de las utopías. “1984” siempre ha sido pausible. Lo que George Orwell escribió para alertarnos de un fraude se ha convertido en manual de estilo y lo único que parece ser revolucionario es decir con escasa voz una verdad absoluta o relativa...

 


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