jueves, 29 de abril de 2021

Jugar con fuego si me quedé sin aliento

No soy lector ni autor de novelas didácticas, y a pesar de lo que digan, Lolita carece de pretensiones moralizantes. Para mí, una obra de ficción solo existe en la medida en que me proporcionó lo que llamaré, lisa y llanamente, placer estético”.

Vladimir Nabokov


Sostenemos una confrontación absurda. La literatura no educa, nos conmueve a través de un arte que resulta de la combinación de las palabras. Leer ficción nos permite enriquecer talentos, no solo alimentar la imaginación o fantasía. La continuidad en la lectura nos permite observar mejor la realidad, nos educa en la percepción de matices, luces y sombras. Pero luego, la incongruencia que pueda darse entre el conocimiento y el propio comportamiento escapa de la ficción, de la literatura y de la propia filosofía. Según James Wood, crítico literario, la literatura es una experiencia de co creación. El autor escribe, el lector imagina situaciones y se adentra en lo enunciado y en lo no enunciado.


El problema es que no todos los lectores son iguales. Podemos arriesgarnos a una clasificación: inocentes, sofisticados y astutos. Pero en la masividad y en las carencias lectoras que se avizoran en nuestras sociedades, podemos confirmar que predominan los inocentes, los que siguen tramas sin siquiera leer entre líneas. Muchos lectores no reúnen los requisitos requeridos para poder decodificar un texto como un constructo que conlleva un esfuerzo y estilo para deconstruir y reconstruir sin caer en la aceptación de los prejuicios hegemónicos -palabra que los mentirosos suelen bastardear-, pensando que son prejuicios propios. Para ellos, un texto como un mero engarce de acciones. Para ellos, la lectura fácil es su máximo cometido.


Un lector sofisticado digamos que puede ser aquel a quien le importa poder reflexionar sobre literatura. Son lectores creativos porque leer significa interpretar y reescribir lo que se lee, como si cada uno de estos lectores estuviera sujeto a “su libro interior”. Para que podamos saber de literatura no es tan necesario leer sino tener ideas previas que nos permita alcanzar determinadas lecturas, disfrutando la belleza de los textos. Y nos queda el lector astuto, quien puede encarar lecturas bien de cerca y predisponer una responsabilidad de pensar, descubriendo la complejidad moral y el material estético de una lectura, buena o mala. Para el lector sofisticado y para el astuto, “Lolita” de Vladimir Nabokov es una obra maestra.


Esta novela fue publicada en 1955, seis décadas y media después sigue dando que hablar. Su primera versión la publicó una editorial pornográfica francesa, Obelisk Press, fundada en 1929 por su editor británico Jack Kahane. La característica de esta editorial era el poder publicar en Francia libros escritos en inglés y no estar sujetos al tipo de censura que se podría practicar en Gran Bretaña o los Estados Unidos. A Nabokov cuatro editores americanos rechazaron su texto por tocar un tema tabú. En aquel momento el dilema residía en la transgresión de una moral sexual demasiado estrecha. En la actualidad, el debate se vuelca sobre la vocación que encierra la obra: historia rara de amor o historia de un pederasta y el abuso sexual. Para muchos críticos entre sofisticados y astutos, “Lolita” no es una apología a la violación sino un tratado sobre la depravación, decadencia, perversión, soledad o maldad que predominaba en EE.UU de ese tiempo.


No podemos discutir que Lolita ha generado rechazos tan intentos como adhesiones que despierta. Racionalizar el fenómeno no ha sido un asunto fácil. “Lolita es famosa, no yo”, siempre declaró Nabokov. Si recurrimos a la página del RAE -Real Academia Española- y tipeamos Lolita nos dirá en su primera acepción: “Adolescente seductora y provocativa”. Tal vez la novela, fuera de polémicas y discusiones morales, precisa como nunca antes, que la idea del deseo humano carezca de limites, y que muchos nieguen culpa o vergüenza por un accionar de este tipo. Dependiendo de la clasificación de lectores enumerada anteriormente nos llevará a la necesaria subjetividad del lector para determinar que Lolita fue una víctima y no una provocadora.


Moral o no moral, el mito Lolita expresa una cruda realidad: un cuarentón seduce con engaños a una niña de doce años, manteniendo con ella una apasionada y enfermiza relación amorosa y sobre todo, carnal. Hasta ahí todos suponemos que sabemos leer. Pero nos cuesta suponer que alguien será pederasta por haber leído la novela de Nabokov. Y mas no cuesta entender que una libro se prohíba hoy por adoptar la mirada de género de una sociedad que ha ido avanzando en sus regulaciones -no tanto en sus conductas íntimas- nos permite dudar si estamos en una sociedad de personas sofisticados y astutos o inocentes banalizadores de las cosas que existen en la moral de las personas. Esa infantilización que parece asentarse en nuestras sociedades nos hace creer que si prohibimos algo, ese algo no anidará en las entrañas de los seres humanos.


La mayor parte de nuestras decisiones morales se suelen manejar como intuiciones automáticas, no en la razón. Luego, cuando se razonan, parecen muchas veces o exagerados o mal rumbeados. En este caso se juzga una creación literaria y recreada en primera persona por el personaje que sabe que lo que cometió es antinatural, execrable y conlleva castigo tanto moral como jurídico. Pero esa respuesta automática toma ventaja en la interacción social y no tanto, en la búsqueda constante de la verdad. Lo monstruoso de la relación entablada entre Humpert y Lolita no permite valorar “literariamente” si ese automatismo enfermizo de Humpert no se encuentra genéticamente en los seres humanos y de repente, se materializan en una relación incestuosa y prohibida.


No se trata de seguir eternamente si se está a favor o en contra del aborto, como hace cuarenta años la discusión giraba sobre el sí o no del divorcio, o un poco más atrás sobre la esclavitud, o en estos momentos la errática duda si las potencias alientan el calentamiento global o si esta bien la eterna duda sobre el consumo de drogas. Los grandes temas tarde o temprano permiten un giro en la legislación, más si conllevan un dilema moral. Es cuestión de tiempo, invención eterna del ser humano. 


Algún día en ese futuro mental que me gobierna releeré esta novela de Nabokov, esperando encontrar placer literario -que no me generó una primer lectura- a una obra que generó que automáticamente algunos sofisticados consideraran obra maestra y que los lectores inocentes no aceptaron por ser automático el tratamiento del tema -entre los inocentes podríamos sumar a Borges y tantos otros-. Para cuando llegue ese momento de relectura, tal vez encuentre el simpático antídoto propuesto por Groucho Marx a la hora de encarar la lectura de la obra ni bien editada en EEUU. “Voy a leer a Lolita dentro de seis años, cuando la niña cumpla los dieciocho”. Lolita hoy seria Lola de setenta y ocho años, tal vez sobreviviente o no de su propia historia plagada de todo tipo de insinuaciones sobre la moralidad púdica o esteta que casi todos niegan en el trato, menos Nabokov y unos pocos, llamados automáticamente como inmorales o impúdicos...


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