domingo, 25 de abril de 2021

Y cuando salto de cubierta y me abandono a la corriente

 

Intenté ahogar mis dolores, pero ellos aprendieron a nadar”.

Frida Khalo.


Fue la frase que me acompañó en mi casi salida de la niñez, siempre vinculada a la necesidad de poder obtener cosas, en mí caso, a progresos emocionales. En otros órdenes no soy osado ni ambicioso. Pero aquella frase resuena en mi interior al afrontar situaciones difíciles o dubitativas. Hace tiempo que tengo claro que no puedo huir de mis problemas, debo estudiarlos, valorar mis posibilidades pero decididamente, enfrentarlos, aunque no los supere. Aún aquellos que no dependen de mis decisiones, como puede ser este momento de mi vida. Esa frase reapareció en estos días y me regresó a esa primera infancia, parado al borde mismo y con mis dedos de los pies tocando agua: “tirate a la pileta” me pedía romper con mi miedo a entrar a la piscina por la parte honda y quedarme. Y lo superé a medias, pero la perspectiva del tiempo pasado te permite comprobar los supuestos fracasos como la punta de lanza de cosas superadas.


El “tirate a la pileta” nos acompaña como eslogan para animarnos a dar pasos en la vida. Es un cliché, demasiado utilizado. Pero a mi me recuerda a la piscina de mi tío, hermano de papá, y a mis pasos por aquella quinta en los veranos de la escuela primaria. Una piscina puede darnos idea de como somos como personas, todo con pequeños detalles. Está aquel que se mete por las escaleras tímidamente, o el que entra rígido porque siempre siente fría el agua. También existe el que quiere ser discreto y se mete en el más profundo de los silencios y movimientos, casi sin despeinar al agua. Otros necesitan del vértigo de una zambullida que recuerde al resto que ha entrada al agua; están aquellos que necesitan ser brutos al entrar en bomba y están aquellos como mi “yo de la infancia” que preferían tirarse en salto desde la parte honda para especular caer lo más lejos posible y de esa manera sortear la parte psicológica de la profundidad del agua. Eso estuvo bien hasta que me topé con mi viejo.


Si le pregunto a mi padre no se acordará. Parece injusto porque fue un momento duro para mí, de importancia. Tal vez mi padre estaba cansado de que su único hijo perdiera el tiempo concurriendo a la piscina de River Plate para aprender a nadar y al momento de la evaluación en la parte profunda de aquella pileta “T” decidiera postergar la evaluación y comenzar nuevamente el ciclo. Reconozco en ese lejano finales de los setenta al pibe que dilataba el momento, que miraba como los demás se enfrentaban y punto, zambullida, estilo y salida de la piscina con el deber cumplido y con el acto iniciático henchido en el pecho. Ese yo sin barba y sin arrugas no podía llevarse “el mundo” que era la piscina de River por delante porque mentalmente se engañaba con el vuelve a comenzar que aún no estás listo. Tal vez me pasé todo un verano, con la incómoda comodidad de creer que tomaba una decisión madura cuando en realidad solo dilataba cobardemente dar un paso ya aprendido. Entonces regresa mi mente y mis dedos -que tipean- a la piscina de mi tío y a la jugada que me realizó mi viejo.


No puedo precisar si esos pequeños miedos imprimen o condicionan el carácter futuro. A lo largo de la vida tal vez sean anécdotas pero lo que estoy floreando como hito de mi vida no pase de anécdota tonta por la que han pasado más de uno. La parte honda tarde o temprano se tiene que sortear pero esa frase de Perogrullo no siempre se puede llevar a cabo, conozco tanta gente que no ha podido transitar nunca la comodidad y confort de nadar en aguas profundas. En mi caso la insistencia familiar me instigaba a romper con ese miedo, varias veces habían querido empujarme. Pero no lo esperaba de mi padre, entre otras cosas porque de tanta libertad que siempre me brindó, parecía que no le importaba nada de lo mío, porque nunca cargoseo, fue de aquellos que te decía las cosas con énfasis una sola vez y esperaba que tarde o temprano, le hicieras caso. Mi viejo sin ser presencia en la corta fue enorme comparecencia en la larga, duradero en mi vida.


Tal vez esta escritura sea la excusa para hablar de mi viejo, en un momento jodido de su existencia. Si el inconsciente me ofreció un atajo para recordarlo, se lo agradezco. La escritura que debería ser reproche por lo rudo de las maneras sea un exagerado y empalagoso gracias, de esos que -vayas casualidades- a mi viejo no le gusta. Pero volvamos a ese descuido, descuido mío porque ahora que lo pienso no estaba conversando tranquilamente con mi primo en el borde de la parte honda porque se dieran las circunstancias. No, mi primo estaría entongando en la trama, sería lo que llamamos el cebo. Y funcionó. Lo trágico de todo esto es que nunca recordaré de que conversábamos, tan existencial sería la charla que no me permitió ver la periferia de la jugada de mi padre.


No tenía miedo de pararme en el borde de la parte honda. Era un cobarde a medias, sabía que sabía nadar, pero le tenía respeto al agua. Mis braceadas donde hacía pie eran -sin fardar-armoniosas pero los movimientos en la parte profunda, torpes y acelerados, con la intención de salir rápido y volver a la zona de confort. Mis pies o cerebro necesitaban obsesivamente firmeza en donde apoyarme. Era un componente psicológico, que puede alcanzar en el tiempo magnitud por el que la gente necesite de los psicólogos. Siempre relacioné las piscinas como un ámbito agradable con una alta dosis de inquietud. El no perder pisada firme como metáfora de no arriesgar en la vida parecía ser mi primer mandamiento. Pero mi padre ya era agnóstico y a la mierda el credo.


De esa conversación encendida en el borde de la piscina no queda recuerdo ni tan siquiera reproche por la burda encerrona. Nunca culpé a mi primo, solo a mi viejo y su hermano por esa sonrisa descarada ante el hecho consumado. Tal vez mi viejo no se burló de mi patosa experiencia, tal vez se río a carcajadas y en forma desmedida por forzarme a superar el miedo. Visto desde abajo, cuando el agua tapa tus gritos de socorro, todo parecía dantesco y mi viejo, el malvado ogro, el amigo que te traiciona y encima disfruta. Creía que se me iba la vida en ello, el patalear para encontrar fondo donde apoyarme. Si uno grita y mueve ampulosamente los brazos, no se sale, tarde o temprano te hundes. Seguramente entre las risas desatadas de mi padre y tío -y tal vez de mi primo escondido- estaban las consignas de “venga ya, nada de una vez y terminemos con el absurdo bloqueo”. Pero yo de nadar, hasta ese momento nada. No estaría asustado, tal vez molesto por tener que salir de esa situación dilataba y enojado con mi viejo, por esa absurda y anti pedagógica metodología del no dejes para mañana lo que debes hacer en el momento.


Salí del agua maldiciendo al que me encontrara en el camino, aún a mi pobre vieja que pasaba por allí y creyó que me estaba divirtiendo. La indignación no me permitió ver que trámite estaba resuelto. Le retire el habla a mi padre por un rato cuando en realidad debería haberme quedado a comentar el paso dado. Pensé que mi padre era tosco en sus enseñanzas, casi cruel. Tuve todos los elementos como para manifestar enojo y no satisfacción por el deber cumplido. Lo logrado recién lo comprendí cuando regresé a la piscina de River y me presenté ante mi profesor en la parte honda de aquella “T”.


Nunca le tuve miedo a una piscina y con el tiempo, tampoco al mar abierto. Ahora recuerdo que en el verano del 2009 mi viejo me veía nadar en Plentzia y por esa manera rácana de expresar orgullo, el tipo no decía nada del depurado estilo o por mi confianza en una sana actividad. No, tal vez reiría por dentro -no se lo preguntaré- al acordarse lo bien que la había pasado aquella tarde en “Tortuguitas” cuando me dio el primero de los empujones importantes de mi vida. Gracias viejo...


4 comentarios:

  1. Genio Javier Tan profundo y talentoso. Te quiero y admiro, adriana

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  2. Muchas gracias!!! El sentimiento es recíproco!!!

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  3. Por alguna razón proveniente de ancestros prehumanos, ligados a la conservación de la propia integridad, un sentimiento instintivo resuelve el primer contancto con personas hasta ese momento desconocidas, polarizando la reacción subjetiva entre el "me cayó bien", "parecía majo" o similares, y los negativos "¡vaya raro!", "no me agradó" y parecidos.
    La educación, y el conocimiento empírico tras aciertos y, sobre todo, errores propios mitiga en gran manera el impulso a clasificar de antemano las presentaciones. Aprendemos con el tiempo a "dar tiempo al tiempo".
    Hemos agradecido convivir con personas que forman parte de nuestra propia persona, con vidas ajenas pero emocionalmente próximas que se erijen en parte de nosotros aunque su entrada no fuese óptima en nuestro mundo. Más profùsamente incluso, con nuestra familia.
    Y hemos intentado evitar influencias de personajes abstrusos y dañinos.
    En la ley de Gravitación Universal, Newton olvidó señalar la excepción que ratifica la regla. Según está ley la atracción entre cuerpos el directamente proporcional a la suma de las masas, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa. La excepción concreta es que cuando los cuerpos que se presentan son el de una persona y el de un tipo al que no soporta, a distancias más próximas la atracción se trasmuta en una dilatadora repulsión.
    De la misma forma, las actuaciones de personas cercanas son convidadas a las experiencias positivas y aprobadas con mayor celeridad que otras parecidas provenientes de agentes "hostiles".

    Después de leer tu precioso relato, me pregunté qué hubiera pasado si el que te empujó a la piscina hubiese sido el imbécil y boludo de Armando (por poner un nombre), el insoportable Armando, el que siempre buscaba que los problemas te revoloteasen, al que le caiste mal solmanente porque le sacabas medio palmo de altura, el chorra de Armando que digería mal el desayuno si una pibita te sonreía.

    El hecho es el mismo, pero la lección es distinta o no hay tal lección.

    No, no. El hecho no es el mismo, ni siquiera parecido. Porque lo que envuelve el hecho y le da consistencia emocional, es algo superior al propio hecho. El hecho no es importante, la forma no es importante.
    Lo que te transciende es su proveniencia y su carácter instructor.

    Grande tu padre que sabe trasformar una putadita en lección, y grande Javi, que lo interpretas y les extraes el néctar conveniente, proporcionada y adecuadamente.

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  4. Ha habido más de un digamos Armando quien me ha esperado en el cordón mismo de las piscinas. Con algunos he caído como con el empujón de mi viejo. De esos si me acuerdo, no es con nostalgia.... Gracias por el comentario

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