jueves, 1 de abril de 2021

Que nunca acabaría pero sin embargo terminó

 

Todos experimentaban sentimientos monótonos. -Ya es hora de que esto termine-, decían, porque en tiempo de peste es normal buscar el fin del sufrimiento colectivo y porque, de hecho, deseaban que terminase. Pero todo se decía sin el ardor ni la actitud de los primeros tiempos, se decía sólo con las pocas razones que nos quedaban todavía claras y que eran muy pobres”.

Albert Camus – “La peste”

Si las teníamos, este confinamiento ha terminado con parte de nuestras certezas. El encierro confinamiento programado según tácticas utilizadas en la Edad Media nos ha vuelto más escépticos -si cabe-. Cuanto mas profundo es el dolor, menor será la probabilidad de que termine sin dejar marcas importantes. De momento podemos distinguir acciones individuales pero es indudable que las diversas ciencias deberán trabajar en los problemas colectivos que estamos ya acarreando. Es incierto el saber lo que encontraremos a nivel social detrás de esta crisis, el futuro será el fruto de la masa madre de este presente que distinguimos como una distopía sin llegar aún a comprender sus bases y sus consecuencias. La mirada y la escucha serán los principales ingredientes que fijen la experiencia y el relato el medio para que en el futuro no se pierdan estas historias. Somos todos testigos de esto que nos está pasando pero aún no sabemos quien ha de ser el mejor relator o escritor de esta epidemia.

La peste está presente en la vida humana desde la cultura sagrada grecolatina donde el mito adquiría un estatus de observaciones científicas o precursoras del pensamiento filosófico -saltearé la mal llamada Sagrada Escritura a la que considero una plaga en sí-. En aquellas primeras historias enseñaban el dolor del grupo que las había padecido. El mensaje de los dioses enviado como castigo -motivadas por infidelidad o desobediencia- exacerbaba la superstición o la espiritualidad que llevaba el ser a culparse o cumplir una penitencia para redimirse. Todos aquellos relatos primitivos de castigo, se complementaban con las ideas filosóficas de que epidemias o plagas eran simplemente parte importante de la vida al tratarse de enfermedades. Hipócrates, referente de dicho enfoque científico, invitaba a describir detalladamente los síntomas para que si en el futuro sobrevinieran, se estuviera en las mejores condiciones para no errar en el diagnóstico.

Las epidemias se han encargado de contagiar a la literatura y a parte de sus escritores. Tucídides narró en el año 430 AC los estragos de la fiebre tifoidea. La Plaga de Atenas también contó con el relato del poeta Tito Lucrecio Caro en “La naturaleza de las cosas”. Los más de cien mil muertes a consecuencia de esta plaga contribuyó al ocaso de Atenas pero las fuentes literarias de la época permiten presumir que los efectos físicos de la peste fueron tan importantes como los efectos de declive moral y político instalados en la ciudad de Perícles, anticipando el triste colapso de la democracia ateniense. Tucídides deja reflejado en “Historia de la Guerra del Peloponeso” que la epidemia fue para la ciudad el comienzo del desprecio hacia las leyes al ver de repente la mudanza de fortuna entre los ricos que fallecían y los pobres que nada poseían ni antes ni después, aún cuando fueran dueños de algunos bienes.

No solo la literatura narró las secuencias de las plagas sino que innumerable cantidad de escritores sufrieron los efectos de la “plaga blanca o romántica” -por ser fuente de inspiración en los círculos bohemios- como se conoció a la tuberculosis. Con paciencia podemos dedicar este párrafo a enumerar autores que padecieron en su persona los efectos de esta enfermedad como Rousseau, Goethe, Walter Scott, Schiller, Novalis, John Keats, Charlotte y Emily Bronte, Walt Whitman, Dostoyevski, Becquer, Jacinto Verdaguer, Stevenson, Leopoldo Alas “Clarín”, Gorki, Chejov, Kafka, Orwell, Delibes, Miguel Hernández o D.H. Lawrence, por citar a algunos de los trascendentes. La tuberculosis convirtió a muchos lectores en voraces leedores y a los escritores en ávidos autores, llegando a reflejar los efectos de la enfermedad en sus frondosas literaturas. Por último el reflejo de “la enfermedad elegante de languidez, piel fina y pálida con rubor en las mejillas y labios incoloros” también se reflejó en autores que no padecieron la peste pero la describieron con veracidad, como Alejandro Dumas, Dickens, Emilia Pardo Bazán, Thomas Mann, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Virginia Wolff, Antonio Tabucchi, Susan Sontag o Manuel Rivas.

El cólera también tuvo representación literaria abundante. En un rápido recuento de títulos destacaremos “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez, “La muerte en Venecia” de Thomas Mann, “Memorias de ultratumba” de François Rene de Chateaubriand o “El husar en el tejado” de Jean Giono, quienes reflejaron una muerte en forma de plaga para más de cuarenta millones de personas, sintetizándola de manera más espantosa que las que certificaban como dulce en el caso de la tuberculosis. También la lepra ha sido mención literaria por antonomasia debido a su magnificada contagiosidad o el estigma del deforme. “La prueba” de Emilia Pardo Bazán es fiel testimonio del temor a la enfermedad pero es en la escritura de Gabriel Miró quién más desarrollara los efectos contagiosos de la enfermedad con títulos como “Niño y grande”, “Años y leguas”, “Figuras de la pasión del señor” o “El obispo leproso” que permitieron testimoniar la fragilidad y vulnerabilidad, además de dejar claro la improvisación que nos obliga en los primeros tiempos de tratamiento de lo desconocido.

La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan y los humanistas, en primer lugar, porque no han tomado precaución” esta frase destaca tal vez al autor que mas se relaciona con una plaga, tras la escritura de “La peste” donde Albert Camus aprovecha la correlación de las enfermedades con los problemas de conciencia que arrastran parte de una autoritaria humanidad. La alegoría de una enfermedad mortal como el nazismo basada en la estupidez y oscura miseria del alma humana, da respuesta al dolor y desasosiego que sobrevivió a la Segunda Guerra. Camus ha dejado reflejo de una estupidez que insiste siempre, no importa el siglo en que toque, seremos débiles ante lo absurdo y pocas veces tendremos el control de algo. Ante esta situación, se imponen los mejores valores del ser humano -capacidad de reconocimiento en el otro, la dignidad y la solidaridad, puesto en boca del Doctor Rieux, el protagonista y héroe de la obra: “Es una idea que puede hacer reír, pero la única manera de luchar contra la peste es la honestidad”.

Tal vez mi favorita siempre sea aquella “peste blanca” que nos relatara con crudeza José Saramago en “Ensayo sobre la ceguera”. La eterna advertencia sobre la responsabilidad de tener ojos cuando los otros los perdieron cuaja una obra inolvidable que recuerda que una enfermedad pandémica también puede ser producto de una sociedad podrida y desencajada. Somos sociedades sin ojos que reflejan la ceguera mental del mundo que vivimos y modificamos. Esta novela publicada en 1995 tiene tanta vigencia hoy que durante el confinamiento del 2020 se ha vendido a la par que la novela de Camus – novelada en 1947-. Ambos intentan concienciar sobre otorgarle a la cultura un valor de elemento sanador que aliente la escasa o mucha inteligencia y decisión reinante para encontrar lo de valor que hay detrás de cada crisis. Saramago y Camus aún hoy -ambos muertos- proyectan futuro.

El Sida también tuvo su registro literario. Desde su aparición y reconocimiento publico a principios de los años ochenta del pasado siglo ha sido juzgada como una catástrofe sanitaria. La confirmación de que su propagación se generaba por transmitirse por la sangre y los fluidos sexuales disparó paranoia y flagelación al primer colectivo señalado, el de las personas gays. Fue considerada como un juicio con castigo a parte de la sociedad, asociándolo con promiscuidad y trangresión. El miedo al contagio exacerbó más la homofobia radicaba en el corazón mismo del ser humano. Los damnificados vivieron un infierno a pasos acelerados donde la muerte se debía compulsar en el mejor de los silencios para que no trascendiera el motivo del deceso. El Sida fue un estigma moral y sumado a una carencia para combatirlo médicamente se convirtió en una alarma de los encuentros sociales vinculados a la libertad sexual, clasificando a la libre sexualidad como grupo de riesgo. Para esta enfermedad también encontramos literatura: “Al amigo que no me salvó la vida”, de Hervé Guibert, “Antes que anochezca”, de Reinaldo Arenas, “Salón de belleza”, de Mario Bellatin, “El desbarrancadero” de Fernando Vallejo, “Philadelfia”, de Christopher Davis, “Más grande que el amor”, de Dominique Lapierre, “El faro de Blackwater”, de Colm Toibin o “Las noches salvajes”, de Cyril Collard. En muchas de estas narraciones, sus autores intentan asumir la homosexualidad de una manera realista.

La mal llamada Gripe Española -quizás la antecesora del drama del covid vigente- no ha tenido éxito como argumento literario. A pesar de esto, los últimos siglos han sostenido un caudal de riqueza vinculado a la distopia de las letras sobre infección humana. Mientras aguardamos la pluma literaria que inmortalizará al coronavirus y sus consecuencias sociales, numeramos algunos escritos más que cada tanto, nos recuerdan la definición de lectura recurrente: “La peste escarlata” de Jack London, “Diario del año de la peste” de Daniel Defoe, “El último hombre”, “Némesis”, de Phillip Roth, “En el blanco”, de Ken Follet, “Peste y cólera”, de Patrick Deville, “El Decamerón”, de Geovanni Boccaccio, “Utopía”, de Tomás Moro, “Una misa por la ciudad de Arras”, de Andrzej Szczypiorski o la futurista “Apocalipsis” de Stephen King.

En tiempos de Google y de aceptación de cookies en hemerotecas digitales debemos generar nuevos cronistas oficiales que con independencia creativa compilen los tratamientos encarados ante las nuevas desgracias. Si logramos entender lo que en verdad representan, podremos vivir como sociedad con gestores culturales para un relato que recoja lo mejor, lo relevante que sea analizado para proyectar un futuro donde se puedan hacer mejor las cosas y alcanzar antes la inmunidad de rebaño que la impunidad de los vigentes rebaños...


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