sábado, 22 de mayo de 2021

Cuánto tiempo más llevará

 Los momentos de perplejidad comenzaron a repetirse cada vez con más frecuencia, siempre en la misma forma. En esas ocasiones, cuando la vida se detenía, siempre surgían las mismas preguntas: ¿por qué? ¿Qué pasará después?”

Lev Tolstoi de su libro “Confesión”


Según cuenta en “Confesión”, las preguntas asaltaban con más frecuencia a Tolstoi a partir de sus cincuenta años. Y esas preguntas caían como puntos negros en un mismo sitio, sin responderse. Llegó un momento que más que puntos era una gran mancha y ya no eran asuntos pueriles ni estúpidos. El escritor ruso llegó a un punto donde siquiera aspiraba a conocer la respuesta. Ya la sabía, para él ese momento de su vida no tenía nada para desear, era un absurdo. No podía detenerse, dar vuelta atrás ni predecir lo que venía por delante. Este clima de agobio lo experimentó en un momento en que le rodeaba la felicidad completa. Tal vez en ese capítulo estuviera experimentando lo que a partir de 1965 alguien definió como la crisis de la mediana edad. O filosóficamente hablando, una crisis existencial.


En ese libro corto, Tolstoi también se cuestionó sobre la fe pero eso puede ameritar otra entrada. Pero regresemos a ese aspecto existencial que nos puede sobrevenir en cualquier momento. La sensación, tal vez exagerada, es que el tiempo se nos acaba. Y la cuestión toma peor aspecto si cuestionamos las oportunidades perdidas o no detectadas en su momento, las ambiciones fracasadas, el arrepentimiento de las decisiones pasadas, la finitud de la vida o la conciencia de la mortalidad. A pesar de la dificultad que conlleva responder tantos interrogantes, la lógica indica que los datos que utilizamos no son subjetivos, no se puede responder al no haber vuelta atrás. Pero vaya como nos paralizan, como nos detienen y quitan el aire. Para algunos la crisis existencial es una disminución predecible de la satisfacción vital a medida que se alcanza la mediana edad.


Y digo que nació en 1965 ese concepto porque el término se lo acuñaron a Daniel Levinson, psicólogo americano, quién desarrolló su teoría basándose en que a partir de una edad adulta se van marcando hitos trascendentes como la jubilación, enfermedades crónicas, nuevos roles -abuelos, perdidas familiares, aproximación a la muerte- por lo que este momento de vida es cualitativamente distinto a los anteriores - según Erik Erikson, también psicoanalista el desarrollo humano constaba de ocho etapas y la que estamos tratando era la séptima, generatividad versus estancamiento-. Y se centró en la mediana edad, tal vez porque suele ser momento donde se hace balance. No es común cuestionarse de joven, a esa edad se sobrestima la satisfacción mientras los que rondan desde los cuarenta a cincuenta años, dejan de subestimar la vejez. Se vive en decepción con el presente porque comienzan a gestionarse las expectativas personales y en muchos casos, atizan los planteos internos de que hacer, de lo que has hecho y no hecho, de lo que sientes y piensas de ti mismo, donde algunos se laceran preguntándose si esto es todo lo que hay.


Errores, desgracias y fracasos transitamos todos. Algunos cometen un nuevo error intentando dar un paso atrás al preguntarte que deberías querer. No puedes lamentarte hoy de aquello que ayer deberías haberte resistido. No sirve de nada obsesionarse con lo que deberías haber sido. Debes tranquilizarte razonando que puedes ser de aquí en adelante si debes plantear cambios en tu vida. Encima estamos en una rueda del tipo las del hámster donde nos dicen todo el tiempo que debemos aspirar a la felicidad, que está al alcance de la mano, y si no somos plenos, es culpa nuestra. En esa lucha con el sistema, algunos contemplan la estrategia de conformarse con resultados algo buenos -con su parcela de frustración o fracaso- y no preocuparnos que tal vez, de otra manera que no encaramos, los resultados hubieran sido mejores. Todos conocemos personas que sufren de esto. El caso más sencillo de explicarlo -para no lastimar a nadie- será el de la compra de una camisa, por ejemplo.


Al momento de comprar una camisa nueva, está la persona que deja de buscar cuando encuentra una que le queda bien, es moderna y está bien de precio. Pero está el otro que no se decide por esa porque puede que si sigue entrando a otras tiendas, encuentre otra más barata y más bonita. La primera de las personas puede suponer que habrá cosas más lindas y baratas por descubrir pero que no le compensa el buscar ante la posibilidad de no encontrar. La camisa que eligió está bien y con prudencia, se saca una necesidad de encima. Y se marcha contento. La persona que sigue buscando tal vez encuentre algo mejor y se felicite promocionando que no hay que ser ni prudente ni conformista. Pero se da el caso que no encuentre o que luego de perder tiempo, paciencia y alegría, contemple que aquella primera camisa haya sido la mejor opción y que al regresar a la tienda, ya esté vendida. Ni la satisfacción ni la insatisfacción son racionales. A veces la ignorancia nos defiende del deseo no satisfecho o no conocido y por ahí, la clave de la felicidad pase por saber gestionar las expectativas personales.


Filosóficamente hablando, entramos en crisis porque tal vez, nos preguntamos cosas que no se pueden cotejar con el pasado, en vez de plantear como seguir, teniendo en cuenta que en la vida, las cosas que no hemos de conseguir serán más de las que consigamos. Evaluamos demasiado el pasado sin contemplar los límites del futuro y sin sostener que el problema tal vez no fue ni antes ni después, sino el vacío del presente y ahora. La lucha es desigual, nos enfrentamos a la pérdida y a la limitación. Algo similar ocurre con la lectura, en la literatura podemos recostarnos en un sinfín de grandes autores, desde Virginia Woolf, Jean Paul Sartre, Friedrich Nietzsche, Elías Canetti, Arthur Schopenhauer, Martin Amis, Javier Marias, José Saramago o más atrás en el tiempo, repasando a Platón, Epicuro o Virgilio, entre tantos que opinaron sobre las crisis existenciales. Las opciones de lectura, en general, son infinitas y la angustia que reflejan sus obras, también. Como en el caso de la camisa, no vale la pena pensar en todo lo que no hemos de poder leer durante la vida. Lo importante serán las dudas que nos renueve el leer lo que se alcance a leer.


Miro hacia atrás y echo de menos a mí yo más joven” leo en “En la mitad de la vida” novela corta de Kieran Setiya. En esa retrospectiva puede estar basada parte de mi crisis actual, no tanto dolerme de lo que no pasó, sino haber perdido parte de mí en el trayecto. Como dice Setiya tal vez lo que extrañamos eran la multitud de opciones para escoger que no sabíamos que teníamos, mas que estar descontentos con los caminos donde transitó hasta ahora nuestra vida. En esas decisiones tomadas o no está el resultado de nuestros días. En la mediana edad parece ser que se acomodan las listas y comienza el tiempo de aprender a perder cosas, sobre todo las que no vivimos. Si sumamos la experiencia de la compra de la camisa, de la cantidad de libros que no hemos leído con el replanteo de los caminos que no hemos tomado lo evidente parece ser que debemos confiar en la asimetría del conocimiento que permita preservar el olvido de lo que no fuimos. Estarán los casos de las vidas que se estancaron a causa de infortunios terribles o acciones miserables de su entorno. Pero el consejo cabe para todos aquellos que desarrollando existencias normales, la retrospección sin sentido -todo aquello que conforma un pasado, hecho o no- no permite avanzar, anclarse en una crisis de mediana edad que olvida que la vida continua. La visión existencialista del mundo, como explicaba Simone de Beauvoir, es una paradoja, donde uno intenta ser y a la larga, solo es lo que es.


En la plenitud de la vida lo que parece suceder es que creemos entrar en una etapa de culminación. La finitud de la existencia deja de ser una abstracción. Las décadas que te aguardan parecen ser menos que las que pasaste. “Si no sabéis morir, no os importe. La naturaleza os informará en el momento mismo, plena y suficientemente”, señalaba Michel de Montaigne, filósofo humanista francés del Renacimiento. La muerte silenciará el pensar en la muerte, parece precisar en “La mitad de la vida” su autor, el filósofo contemporáneo de Hull -Reino Unido-, Kieran Setiya. “Morir no es lo mismo que estar muerto” recuerda Epicuro, remarcando que “mientras nosotros somos, la muerte no está presente”. Regresando a “Confesión”, Tolstoi investigó el sentido de la vida apoyándose en la filosofía y la respuesta de intelectuales. Ninguna opción parece que le satisfizo y la respuesta le llegó cuando ya no la esperaba, en su fe encuentra una razón de vivir. Cree porque quiere creer.


Siempre habrá un mundo antes que el nuestro, lo habrá cuando te alejes en forma temporal y seguirá habiéndolo cuando ya no estemos. La filosofía no resuelve el problema de las crisis existenciales pero nos alivia al hacernos saber que a veces, de tan profundos que son los dilemas, parecen extravagantes. Somos adictos a la cronofobía. La sociedad nos empuja a temer el paso del tiempo y nos invita a vivir frustrados por ilusiones diversas. Tal vez solo debamos pensar que nuestra vida pasada estuvo llena o ausente de proyectos. Y que al finalizar pronto la prospección de lo que se llama crisis de la mediana edad tratando más el síntoma que las causas, salgamos con la menor cantidad posible de heridas a remediar los vacíos y seguir experimentando más logros o fracasos que los ya pasados. La vida es una sucesión de proyectos o momentos y recuerda que muchos de ellos, serán insatisfechos. No te aflijas y cómprate la primera camisa que parezca ideal, dejando de lado el sutil limite del deseo... 

 



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