sábado, 15 de mayo de 2021

Se filtra la desolación de saber que estos son los últimos versos que te escribo

Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos”.

Emil Cioran, filósofo rumano (1911-1995).


Una de las cosas que más me llamó la atención al vivir donde vivo hace casi veinte años es la dualidad que se plantea siempre que haya que encarar un razonamiento matemático o científico. No estoy hablando de nada trascendente, apenas una ligera duda que requiera escasos conocimientos. La respuesta del otro lado siempre vendrá anticipada con el latiguillo que sin querer -o se va queriendo con el paso del tiempo- hasta pude haber utilizado. Me llamó la atención porque cuando se trata de conocimientos elementales no veía la necesidad de renunciar a un conocimiento por supuestamente conocer de otros de otras esferas. Pero el “yo soy de letras” como excusa aparece indefectiblemente con una sonrisa que exculpa, cuando solicites mínima ayuda y tal vez, mínimo esfuerzo de comprensión.


Se suele utilizar como un pretexto para expresar, digamos, una limitación existente para tratar ciertos temas técnicos. Parece ser solo una frase trivial que deja en claro que es obligatorio dividir el área de conocimientos como de ciencias o de letras. Supuestamente soy un hombre de letras. Mi derrotero laboral casi siempre estuvo vinculado a la comunicación -aún esos dos años que aquí trabajé en un bar- pero me ha tocado tantas veces explicar proyectos y al mismo tiempo tolerar su viabilidad económica, justificándolo con odiosas fórmulas tipo Excel o programas de gestión. Es verdad que llevar al día un control de las cuentas o una explicación más científica de procedimientos se me da, pero no es mi fuerte. Pero no me he encasillado, simplemente pude explotar una cuota de mis posibilidades. Pero la frase “soy de letras” solo la vinculo a la persona que lee y escribe y en ese proceso evoluciona en su comunicación.


Ser de letras no me parece una limitación. Habrá existido un tiempo donde brotaban en cada colegio, universidad, bar o esquina figuras en el campo del pensamiento y la transmisión a través de la palabra. Los filósofos o pensadores podían encontrarse donde se fuera: en funciones diplomáticas, trabajando en bibliotecas, como docentes universitarios o conduciendo taxis. Solo los pensadores serios se desarrollaban a través de la investigación, sobre todo universitaria. Eran tiempos donde las palabras “ciencias” o “literatura” abarcaban todo lo relativo al saber.


Pero un día alguien asoció la modernización con la separación de la filosofía de las sociedades. Y así fue como dejo de estar presente en todos lados, divorciando el concepto de conocimiento con la virtud. Dejo de considerarse que el pensar era reunir o procesar conocimiento a determinar que era un contenido moral y ético, que conducía a la búsqueda del bien. Ese divorcio entre ciencias y letras ha repartido mal los bienes, la ciencia parece haber ocupado todo el espacio. Y el hombre de letras pareció quedar condenado a ser una persona que cultiva el espíritu divagando en espacios académicos mientras se muere de hambre o aburrimiento, sus dilemas existenciales.


Vivimos un triste presente donde la filosofía es un arte cuestionado. Y si no se cuestiona, no es conveniente como medio de vida rentado. El mundo, seamos sinceros, no parece ser tan de letras. La ciencia ha pegado un salto increíble en el desarrollo de la vida aprovechándose de los adelantos tecnológicos. La biomedicina y la genética son ciencias que a través de la tecnología son poderosas transformadoras de la vida. Tanta dinámica nos ha confundido y en ese batiburrillo, el concepto de ciencia ha copado la parada. La filosofía nos enseña a pensar, y el pensamiento con la vida, van de la mano. Para desarrollar e impulsar medidas reguladoras de política fiscal, desarrollo económico, estrategias energéticas, física cuántica u otras tantas ramas, se necesita conocimiento y … “pensar”. Las preguntas son el caminos para una respuesta, es decir que casi todos los caminos conducen a pensadores como aquellos Martín Heidegger & Cía.


Hoy un científico es considerado un intelectual y un pensador que se graduó en Filosofía y letras, un bohemio o un vendedor de humo y si es mediático, un superstars de ventas. “Escribir es fácil, total no tienes nada más que hacer” o “Tienes tiempo para pensar que escribir”, se dice como un reproche a un vago de parte de todos aquellos que acostumbran a llorar por su endémica falta de tiempo. Si se quiere es una cuestión filosófica el escoger una carrera, casarse, proyectar una familia, su funcionamiento, su educación, sustento y emancipación. Hay filosofía a rebosar pero queda en un segundo plano porque se cree que toda esa proyección es una aproximación a las ciencias o a la matemática de la sobrevivencia. En esa vorágine se han acostumbrado a vivir sin identidad, mientras que el que es de letras adquiere una mezcla de talento, perseverancia y formación pero sin un lugar donde desarrollarlo.


El “soy de letras” trata de asomar a los problemas de hoy en día que les abra un mercado donde se profundice ideas como justicia social, estado de bienestar o concepciones democráticas. También evoluciona hacia los temas del pensamiento actual, donde las voces sobre cambio climático, biodiversidad, feminismo, identidad y género, transhumanismo, animalismo, dataísmo, multiculturalismo, sociedad del cansancio o educación para toda la vida, requiera de la aplicación más adecuada que convierta al hombre de letras en una figura mediática y referencial. De esta manera como intentaron los Miguel de Unamuno, Gustavo Bueno, Julián Marías, María Zambrano, José Ortega y Gasset del pasado siglo, encuentren eco en los José Antonio Marina, Javier Gomá, Fernando Savater, Daniel Innerarity o Victoria Camps de este siglo, y den solución a una norma donde el filósofo sabe ver la realidad pero no corregirla hasta el extremo de abusar del verbo, fracasando. Ese dilema que generó desconfianza sobre los hombres de letras, revierta la tendencia y permita a los jóvenes, a la hora de la selectividad, no expresar con resignación “es que soy de letras”…

 



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