sábado, 30 de agosto de 2014

El que dice las cosas, no las hace. El que las hace, no las dice.



“Cuando Julio murió, una parte de nuestro espejo se quebró y todos vimos la noche boca arriba”.

               Carlos Fuentes.

El mejor homenaje es el recuerdo desinteresado, aquel que surge espontáneo cuando recordamos a una persona. Y el ideal es la evocación que remita a las cualidades que destacó al personaje y lo qué nos generó su arte o estilo. Así se sostienen los mejores homenajes. Las otras ofrendas, aquellas vinculadas al marketing, al comercio, a la política y la ideología, sólo sirven para seguir abusando del homenajeado. Julio Cortázar dio pie a un sinfín de efemérides en el último año. Cincuenta años de la aparición de “Rayuela”, la novela que lo encumbró a la eternidad; treinta años de su muerte en París y cien años de su nacimiento, en Bélgica. Simetría de fechas ideal para seguir utilizando la figura de uno de los escritores más emblemáticos.

“El reverso de la medalla existe, ay. Aquello sigue siendo un país lleno de chantas, que acusan a los demás de todo lo que pasó pero se excluyen cuidadosamente, porque ellos son buenos y valientes y democráticos… La falta de responsabilidad, o su delegación en los demás, sigue siendo el mayor peligro en el país”, esta declaración de Cortázar fue recogida durante su última visita al país, en noviembre de 1983. En aquel momento el país retornaba al ejercicio democrático; Raúl Alfonsín era el primer presidente elegido por las urnas, luego del proceso militar. Nadie del gobierno radical se mostró dispuesto por recibir al escritor, identificado con la izquierda. Éste disfrutó su estadía con contradicciones. Le gustaba ir a su país, pero con el paso de los días quería regresar a París, para poder allí, bien lejos, tener la capacidad de seguir amando a su patria.
Los chantas siguen habitando los altos cargos del país, los demás siguen siendo los culpables de nuestros grandes males. La frase parece tener una vigencia cruel. El actual gobierno argentino aceptó a regañadientes que la Feria del libro más importante del mundo, la de París, homenajeara a Cortázar. Digitó el tributo a su inconfundible estilo, separando a los que ellos consideraron los “buenos” y los “malos” de la literatura nacional vigente, invitando a los suyos y olvidándose de los que opositan el relato del gobierno. Hicieron oídos sordos sobre la historia del exilio del escritor, es un secreto a voces que Cortázar no soportaba escuchar ni una vez más la marcha peronista, de ahí la salida del país en 1951, amparado por una beca. Pero este no sería el único abuso de la política en la vida y muerte del escritor. Y la incongruencia también partió desde el escritor, más de una vez.
Eduardo Galeano, durante la II Bienal del libro y la lectura de Brasilia, se animó a reconocer algo que al ser humano le cuesta tanto aceptar: “Hoy no sería capaz de leer mi libro Las venas abiertas. Para mí, esa prosa de izquierdas, es pesadísima. Y reconozco que no tenía la información necesaria, ni política ni económica. Fue una etapa para mí, y está superada”. Los intelectuales que tienen éxito en la difusión de sus ideas tienen una carga de responsabilidad enorme respecto a las consecuencias de ese logro. Galeano sabe bien de lo que habla, hace unos años el mundo presenció cómo el presidente Hugo Chávez regalaba el libro a Obama, con la intención de que éste aprendiera algo de la historia. El libro volvió a reeditar su éxito de ventas a través de este gesto. El texto marcó a fuego una cultura, para bien o para mal.
“Esos escritores de izquierda que viven en los países capitalistas, que disfrutan de todas las ventajas de la democracia y que además disfrutan de las rentabilidades que da atacar a la democracia, viviendo en un país democrático”, decía Reinaldo Arenas, poeta y novelista cubano, censurado, encarcelado y torturado por el régimen de Fidel Castro. “Si vivieran en un país comunista y no pudieran salir de él ni escribir nada, quizás cambiarían su manera de pensar, tan indignante para los que padecimos todo aquello”. Remata diciendo “Todos los sistemas políticos te dan una patada en el culo, pero en el comunismo encima te obligan a aplaudir”.
Reinaldo Arenas tenía una idea sobre el castrismo. La compartía con otros pensadores como Cabrera Infante, José Lezama Lima, Heberto Padilla, Virgilio Piñera, Nicolás Abreu y un sinfín de las mejores cabezas literarias de la isla que tuvieron que aunar su voz en el exilio. Si bien en un primer momento la mayoría de los intelectuales latinoamericanos habían apoyado la revolución cubana, hubo muchos que fueron desertando. García Márquez y Cortázar, no. A pesar de que en 1968 se desata el “caso Padilla” (lo pueden refrescar de aquella entrada en el mes de marzo), los escritores y pensadores latinoamericanos que vivían en Europa, pidieron explicaciones. Julio Cortázar tardó en reaccionar, y hasta colabora con una carta con el título “Policrítica a la hora de los chacales” en donde reflexiona sobre los errores de los intelectuales antes comprometidos con la revolución. Fidel Castro lo había cautivado. Cortázar había creído en la revolución, por eso cuesta mucho romper con ella. De esperanzas todos vivimos, y más entusiasmo genera las revoluciones, paradigma de la esperanza. Pero el deceso de la ilusión lo pudimos comprobar con el tiempo, la isla era la posibilidad de hacer algo distinto. Y Fidel se aprovechó de la vena del escritor argentino.
Lentamente se fue distanciando. Lo hizo en silencio. Se volcó en otras causas: los presos de las dictaduras americanas y en la revolución sandinista en Nicaragua. Si bien muchas reputaciones literarias se desgastaron ante la falta de crítica ante el discurso cubano, Cortázar mantuvo a salvo su fama. Muchos lo atribuyen a su sinceridad, era un hombre comprometido con sus ideas. No tenía mala fe, dicen los que lo trataron.
También creyó en la revolución del lenguaje. Su literatura pasaba por un lugar más profundo que la presencia física. Sus textos siempre fueron muy argentinos, pese a que la Argentina de muchos de sus escritos era en gran medida imaginaria, deformada por la distancia. Se rebeló contra cierto uso del lenguaje, aquel que le parecía falso, bastardeado, de innobles fines. La escritura dejó de ser una postura para él, el lenguaje escrito estuvo finalmente asociado a su propio lenguaje oral. 
Sus libros lo catapultaron como un hombre inteligente, culto, imaginativo, lleno de humor, lúdico. Si bien siempre fue muy argentino, logró ser universal. Sus amigos agradecían lo fácil que era ser su amigo, aunque siempre reservaba una considerable parcela de intimidad. Era muy leído, tenía opinión personal sobre todo tema candente, divertía con su compañía, tenía afición por la poesía, la música y el boxeo. Fue primero profesor, luego poeta, después se volcó al ensayo, para terminar arrasando en el cuento y en la novela. La ola del boom lo tuvo como importante protagonista, sus títulos se hicieron indispensables, obras de culto. La mayoría de los libros del realismo mágico se editaron lejos de América Latina, en un principio no parecían comerciales. Pero García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Carpentier, Rulfo, Fuentes y otros, se convirtieron en indispensables para el mundo literario; por un lado la narrativa europea estaba como asfixiada; para Latinoamérica, en cambio, fue como una toma de conciencia, un encuentro con su propia identidad.
Para Julio Cortázar la escritura era una manera de jugar, y el mundo comenzó a divertirse con “cronopios” y “famas”. Odiaba la “estúpida noción de importancia” que profesaba el universo intelectual. Construyó personajes, y estos terminaron inspirando a los seres humanos. Distintas generaciones quieren, quisieron y querrán ser La Maga u Horacio Olivera. Rayuela le dio un prestigio, le instaló en un lugar privilegiado, le hizo inmortal. Pensada como una novela para adultos, resultó ser el libro que los argentinos leen entre los 15 y 25 años. No lo he vuelto a leer, siempre lo recomiendo y hasta lo he regalado. Quizás es el miedo a saber cuánto ha cambiado el libro en estos cincuenta años, o cuánto he cambiado yo en los últimos veintisiete años.
Los sueños fueron capitales en su vida. De ellos salieron la mayoría de sus cuentos. Casa tomada fue el fruto de una pesadilla, lo escribió de un tirón la misma mañana que la soñó. Reconoce haber tenido sueños muy alegres, pero nunca escribió sobre ellos. Gustaba de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud y de las teorías de Jung.
Los restos de Cortázar descansan en Francia, en el cementerio de Montparnasse. Falleció el 12 de febrero de 1984. Forma parte de un club selecto de poetas muertos fuera de casa. Machado, Borges, César Vallejo, Joseph Conrad, Roberto Bolaño, Oscar Wilde, James Joyce y tantos otros. Quizás la consecuencia sea que la universalidad de sus obras, de no haber salido al mundo, habrían muerto en casa, habrían sido de consumo solo interno.
La tumba de Cortázar la siguen visitando. Dejan objetos a modo de ofrenda. Cigarrillos, poemas, mensajes, billetes de metro, copas de vino, duraznos y otras cosas que el escritor refiriera a lo largo de su obra. Pero nunca faltará el dibujo de una rayuela. Los argentinos en París lo convierten en cita obligada. De las primeras cosas que se informan al planificar el viaje, es que la línea 6 del metro les lleva, y que deben auparse en la estación Edgar Quinet.
Da la sensación de que quién se acerca, no lo hace para darle un adiós. Se arriman como lo hace aquel que se aproxima para ver a un viejo amigo, para dejarle una confidencia, una señal de afecto. El homenaje que se le puede hacer es el de releerlo, renovar el sentido de su obra, acercarse a una nueva crítica, renovar su irrefrenable vocación de dejar todo sentado por escrito. Es la manera de agradecer que manifiesta su gente, para alguien que no sabe reposar, porque como sus obras, sigue siendo parte importante de la vida.

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