lunes, 11 de agosto de 2014

Yo voy soñando caminos



“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.

La enfermedad y el exilio le fueron minando la salud. El poeta se encerraba cada día más en sus pensamientos. En Collioure, en los Pirineos Orientales franceses, Don Antonio prácticamente no abandonó la habitación del hotel. Consciente de que podrían tratarse de sus últimos días, una mañana le pidió a su hermano José, que lo llevara a la playa para ver el mar. Esa fue su primer y última salida.
Hacía mucho viento, se quitó el sombrero, y absorto en su silencio, arrancó a andar, trabajosamente por la orilla. Sus pies se hundían en la arena. Sus escasas palabras al ver alineadas las humildes casas de los pescadores, dicen que fueron: “Quien pudiera vivir allí, tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación”. Al día siguiente, el médico de Collioure, el Doctor Cazabens le pronosticó una neumonía.
El poeta agonizó en la misma habitación que agonizaba su madre. El médico comunica a la familia que Antonio está desahuciado. En las siguientes jornadas delira inquieto, al tiempo que una súbita lucidez le permite agradecer las atenciones que le dispensan. Al cuarto día, el 22 de febrero de 1939, falleció. Antes pronunció sus últimas palabras inteligibles: “Adiós, madre”. Apenas tres días después, falleció Ana Ruiz, la madre de Antonio Machado. Son enterrados en la misma tumba.
Rafael Alberti, otro de los emblemáticos poetas de la Generación del 98, estaba exiliado en Paris según él, otros sostienen que estaba defendiendo Madrid. Al enterarse del fallecimiento del poeta, le dijo a su mujer, María Teresa: “Creo que la muerte de Machado, quiere decir que la guerra se ha terminado”. La contienda se prolongó hasta el 1 de abril de ese año, pero la suerte estaba echada.

"En el corazón tenía la espina de una pasión. Logré arrancármela un día: ya no siento el corazón."

Para otros, fervorosos Republicanos que realizaron un penoso destierro a través de los pirineos catalanes, en busca de la consideración francesa, la guerra terminó el 27 de enero de 1939. Ese día, Andrés García de Barga y Gómez de la Serna, más conocido como Corpus Barga, encargado de proteger al poeta durante su destierro, logró convencer a las autoridades francesas, a través de documentos oficiales, de quien era Antonio Machado. De esta manera, evitaron los campos de concentraciones, al que estaban destinados la mayoría de los españoles exiliados. Ese día para muchos de los que esperaban en la localidad de Le Perthus la consideración humanitaria, comprendieron que las víctimas tienen distintos destinos, según su condición, y que el pueblo no lo tiene, solo le esperan las fatalidades. Ese día, el poeta se separaba de su pueblo. Ahí se reflejó con crueldad como la Republica fracasó en su intento de unir el esfuerzo con la cultura.
Más de la mitad de aquellos refugiados, cruzarían de vuelta a España. Francia había endurecido las leyes de extranjería. Muchos otros, temeroso de las represalias franquistas, se dispersaron por los países que tuvieran a bien acogerlos: URSS, Chile, Argentina, México, Cuba, Colombia o República Dominicana. El resto se quedó en los campos de concentración, aguantando lo inaguantable, y sin saber lo que deparaba el destino; los más afortunados no resistieron las inclemencias del tiempo de los Pirineos en invierno y fallecieron. Los sobrevivientes tuvieron que conocer la siguiente guerra, la Mundial, donde fueron invitados sin quererlo ni merecerlo.
A Ramón Gaya, pintor y escritor español, la suerte le fue diversa. Estuvo confinado en el campo de concentración de Saint Cyprien. Hasta allí había llegado escapando de España, donde murió su esposa en un bombardeo franquista, y donde dejó al cuidado de amigos a su pequeña hija, Alicia. El exilio era un viaje a lo desconocido, y en el campo la gente sobrevivía tirada en la arena, sucia y hambrienta. Habían caminado tantos días para sucumbir a otra especie de miseria. Para muchos, la solución era tirarse al agua, en un simulacro de salir del campo a nado. Los guardias, de inmediato, les disparaban y los dejaban allí mismo, muertos sobre el agua.
Gaya no quiso ni se atrevió a morir escapando. Aguardó y eso le posibilitó ver algo de grandeza en las actitudes de algunos seres humanos. El cónsul mexicano Gilberto Bosques, hizo lo humanamente posible y algo más, para ayudar a parte de esta gente. Por un lado, dio asilo a los que se marchaban. Pero también, protegió a los que se quedaron. Alquiló un par de castillos en las afueras de Marseilla, para dar acogida a muchos de los habitantes de los campos de concentración. Les proveyó de alimentos y materiales de higiene. Y luego les dio trabajo. Les salvó la vida. Cuándo se lo recordaron, el dijo: “No fui yo, fue México”. Pero esa frase no encierra la total verdad. Fue Bosques, con la ayuda de México. Porque las víctimas que llegaban, no eran España, eran hombres con su propia historia, y debían penar por las consecuencias de otros, los influyentes. Nadie pudo gritar: “No soy España, soy yo”.
La caída de Tarragona, el 15 de enero de 1939, propició un éxodo masivo por las carreteras catalanas con destino a Francia. Huían hombres, mujeres, niños, ancianos, milicianos y soldados discapacitados. Lo hacían empujados por el miedo físico o psicológico del último momento, el temor ante una guerra perdida. Casi todos siguieron un impulso colectivo, pensar que del otro lado de la frontera habrían de encontrar al marido, al hermano, al padre perdido. Pensaban que podrían comenzar todos de nuevo la vida en familia. Aquella población civil no tenía responsabilidades políticas ni militares, por lo cual no debieron ser considerados exiliados.
Pero en su huída fueron bombardeados por la aviación alemana enviada por Franco. Y si eso fuera poco, el invierno hacía estragos en la marcha forzosa. Los pocos enseres, minadas las fuerzas, iban quedando en el camino. El hambre era el otro enemigo. 465.000 personas cruzaron la frontera con Francia en ese invierno de 1939. Los puestos fronterizos se vieron colapsados. El cruce se hacía a través de Latour de Carol, Bourg Madame, Prats de Mollo, Le Perthus y Cerbére. Este movimiento de masas marcó un antes y un después en la experiencia del exilio. Antes se les denominaba desterrados. Entre ellos, estaba Antonio Machado. Este quiso morir en una cuneta, no le dejaron los que respondían por él. Pero igual murió, en el hotel Bougnol-Quintana. 

"Cuatro principios a tener en cuenta: Lo contrario es también frecuente. No basta mover para renovar. No basta renovar para mejorar. No hay nada que sea absolutamente empeorable."

Llegó a Francia con lo puesto. A él también le desapareció la maleta en la que llevaba sus pobres pertenencias. Machado, su hermano, su cuñada y su madre llegaron a Collioure. Los cuatros estaban exhaustos, la madre desvariaba. Los hermanos tenían apenas dos camisas blancas, y no podían salir a la calle juntos, cuando una de las dos camisas se estaba lavando. Un comerciante les regaló un par de camisas. No tenía más ropa que la que llevaba puesta. Ni siquiera le acompañaba un libro.
El 1 de febrero de 1908 se publicó en El Liberal el poema Retrato. La mayoría lo conocemos a través de la voz de Joan Manuel Serrat. Recordemos la última estrofa:


Predijo su muerte con 14 años de anticipación. Murió ligero de equipaje. En el viejo gabán, que nunca lo abandonó en su estadía en tierras francesas, su hermano encontró viejos papeles con frases iniciales del monólogo “Ser o no ser”, del Hamlet de Shakespeare.  También tropezó quizás, con su último verso: “estos días azules y este sol de la infancia”. Para muchos, estas dos enigmáticas líneas, representaban a su Sevilla natal. El otro tesoro que sobrevivió se encontraba en la maleta. Una pequeña caja de madera con un poco de tierra de España, prevista para ser enterrada junto con el poeta. Murió con lo puesto, como lo anticipara su “Retrato”.

"Hay dos clases de hombres: los que viven hablando de las virtudes y los que se limitan a tenerlas."

Políticamente se discutirá la figura de Antonio Machado. Pero en cada casa, en cada biblioteca, podemos encontrar sus poemas. En cada radio, en cada cd, reconocemos a Serrat dando música a sus letras. La política ha quedado de lado, como debería quedar siempre. Machado se trató de un modelo literario, que vaya paradoja, es indiscutido fuera de su tierra. En el propio país, la división que hace mella, lo ama o lo cuestiona, esto gracias a las políticas que dividen. Pero la poesía de Machado continúa vigente, quizás porque su profundidad no conoce de épocas ni de ideologías. Su profundidad era a su vez sencilla, versaba sobre las cosas comunes, que de tan comunes, nos sensibiliza cuando las perdemos.
La dueña del hotel Quintana, cedió a la familia un nicho, donde reposan madre e hijo.  Por su tumba han peregrinado sin desmayo los espectros de la Republica exiliada. Todos dejaban escritos sobre su tumba, apoyado por guijarros, que el viento y las lluvias, dispersaban. La Fundación Antonio Machado en Collioure, instaló en 1983 un buzón junto a la lápida, para evitar la dispersión de los mensajes. 14.000 notas se acumulan en el archivo de la Fundación. Los valores que defendía Machado siguen puesto de relieve, 75 años después se sigue visitando la tumba como un símbolo de democracia o libertad.
Las cartas que siguen llegando por correo, están dirigidas ingenuamente a Don Antonio Machado. Le agradecen y le piden amparo. Los que peregrinan hasta su tumba le dejan la tarjeta de visita. “Tus poemas son los recuerdos de mi infancia”, quizás la frase que mejor resume su existencia. Existencia que, tres cuartas partes de un siglo de haberse apagado, deja otra vez en evidencia lo profético de sus citas, quién no entiende aquello de “Hoy es siempre todavía”.

Cantares:

Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.
Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...
Nunca perseguí la gloria.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...
Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."
Golpe a golpe, verso a verso...
Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."
Golpe a golpe, verso a verso...
Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."
Golpe a golpe, verso a verso.

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