domingo, 10 de septiembre de 2023

Y dicen las hojas del libro que mas leo yo

Los hechos no dejan de existir aunque se los ignore”-

Aldous Huxley


La pedagogía de mirar parece ser el mejor antídoto contra esa sociedad cansada por la que transitamos y que frenéticamente corre sin casi avanzar pero se traga expectativas y deja amontonados los recuerdos de lado en ese andar. Leer es un acto de insumisión como el mirar o sentir, obliga a la pausa, necesita de la reflexión, implica el razonamiento, es un disparador moderado. Leer y escribir serán intentos de aferrarnos a la memoria y los recuerdos. Si perdemos la memoria, como la velocidad que impera parece ser la norma, que será del mundo cuando no quede nadie para contarlo. En esa metáfora anida parte de la novela de Yoko Ogawa, “La policía de la memoria”.


La podrán definir como una distopía y habrá opiniones encontradas. También se dará el caso que no todos consideren a esta novela una buena obra. De hecho no me animo a pronunciarme. Pero si tengo claro que una lectura tantas veces puede ser buena porque genera disparadores y en esta ocasión, ha sucedido. El inmediato recuerdo al Gran Hermano de George Orwell en “1984” -con su policía del pensamiento-, como el de Ana Frank escribiendo su diario en el encierro del refugio, como los bomberos quemadores de libros de “Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury, o reminiscencias de las novelas de Aldous Huxley, propician similitudes que obligan a retomar pensamientos necesarios como la existencia de preocupaciones por la manipulación de la información y el control que gobiernos o empresas ejercen sobre nuestra propia percepción del pasado o del presente, re inventando la historia. El papel que jugamos como ciudadanos en cuanto al mantenimiento de una memoria crítica está en aprietos.


Dudo si definirlo como una distopia primero porque no se refiere a un futuro, está situada en un presente sin fecha definida. Pero no parece referirse a una cuestión política esencialmente sino en un reflejar quienes somos o podemos ser en la medida que defina que somos y dependa de nuestro pasado, de nuestros recuerdos, de las pérdidas y como las encajamos, en que medida nos desintegramos cuando personas o objetos desaparecen. El titulo de “La policía de la memoria” nos encasilla en la manipulación similar a “1984” pero la novela toca varios contenidos, las cosas que desaparecen cuando una relación se termina, cuando alguien enferma, cuando una demencia degenerativa nos obliga a olvidar cosas, cuando se nos muere un ser querido, los medios y derechos sociales que corren riesgos con las agresiones constantes, el cambio climático y los cambios que presumimos pero que intentamos seguir mirando de soslayo, elementos de nuestra cultura común que ceden al olvido, al progreso o a la manipulación, a la descultura reinante. Ogawa nos plantea la naturalidad de que algo desaparezca y las reacciones de una sociedad cada vez más pasiva, menos comprometida con sus convicciones y sus recuerdos, sin memoria y huyendo de los problemas -con el gran deporte nacional que es echar la culpa al otro-, todo eso reflejado de manera desasosegante y desordenado. Lo que desaparece contribuye a que vayamos dejando de ser quien somos.


Esto se refleja en los diálogos presentes en la novela. Tu mente, tu espíritu, lo que nos queda de la memoria trata desesperadamente de recuperar esos recuerdos borrados a la fuerza tiempo atrás. La anulación de las personas y su desaparición a través del olvido. Si la memoria se diluye con el paso de los años, ¿porqué preferimos que nos la quiten en pleno dominio de nuestras facultades? Por eso, el libro me remite mas a Kafka que a Orwell, el uso de la figura de la policía de la memoria nos limita, la restricciones que generan sobre la población puede hacer pensar que se trata de una demanda a los totalitarismos. El lavado de cerebro como técnica de manipulación psicológica parece influir en las formas en como procesamos o accedemos a la información sesgada. Pero el libro no denuncia sistemas, trata de recordar que no somos sino los recuerdos que nos constituyen y la fragilidad que nos asiste cuando el tiempo va ganando la partida a la vida de las personas.


Los que no pierden la memoria son buscados y apresados. Tal vez esos sean los mismos pocos que logran ver en el “Ensayo sobre la ceguera” de Saramago. La policía de la memoria es un buen recurso para acorralar a aquella figura que tiene memoria, es una manera de intentar revindicar al que aplica la pedagogía de mirar, de recordar y de ser fiel a los recuerdos, que lo forjan y lo modelan. Tantas interpretaciones encerradas en trescientas páginas me llevaron a pensar que lo pueden definir como distopia pero creo en el fondo, que no estamos ante una representación ficticia de una sociedad futura. Somos el olvido como sistema social vigente, por agobio damos la espalda a nuestro pasado, a nuestros seres mayores, a nuestras consignas, a nuestros valores aprendidos, simplemente para poder adaptarnos al difícil juego de la vida. Lo tomo como un acto de esperanza, de ahí que utilice el libro no para reseñarlo pero si para recomendarlo como un posible acto de fe o un anhelado expresión de deseo, de salir del escondite que el sistema ha elegido por nosotros, y con docilidad y con olvido, hemos aceptado con la mansedumbre con la que asumimos todos los movimientos sociales de esta vida….

 



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