viernes, 25 de agosto de 2023

Estoy abriendo el juego, un juego eléctrico; y sueles dejarme solo

Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones”.

Jorge Luis Borges, en “Ficciones”.


Me sorprende que haya gente que sonría cuando me ve caminando por la calle mientras leo. Para ellos seré una especie de friki. Pero no les sorprende ni irrita ver a toda esa marea de seres humanos que te llevan por delante por mirar el teléfono móvil sin estar atentos por donde caminan. Aún no me he chocado con nadie ni me he tropezado con farolas o cestos de residuos. Pero al levantar la vista de mi lectura, encuentro algunas de esas sonrisas o miradas de arrobo. Internet revolucionó la forma en que prestamos atención en el mundo de hoy. La expresión fija en las pantallas es repetitiva en la mayoría de los transeúntes o pasajeros de medios de transporte público. La atención es un bien escaso en esta época moderna, de supuesta conexión y fluida comunicación. En realidad, esta sociedad de la distracción parece, en verdad, desconectada.


La concepción del tiempo ha cambiado radicalmente desde la irrupción tecnológico de finales de siglo pasado. Nuestros antepasados vivían en la lentitud mientras que hoy impera la velocidad. La introspección es un conocimiento personal en desuso. Aceptamos que los algoritmos y las apps saben más de nosotros que nosotros mismos. La hiperconexión es un espiral o bucle destinado a la distracción, al llenar vacíos para no tener la sensación de estar detenido. También debemos reformular el concepto de la palabra distracción. Se trata de un “ruido” que no nos permite hacer foco en un punto específico. Las personas con la proliferación de conectividades puede pasar de un punto de atención al otro en cuestión de segundos. Y la perdida de concentración en la actividad que se ejecuta obliga a no retener información, definiciones o conceptos. La multificación de variados temas no permite un interés específico en ningún tema.


Lamentablemente estamos en presencia de una adicción. La “nomofobia” es definida como el miedo irracional a estar sin teléfono móvil y de por si es preocupante, pero mas porque se está cebando con los menores de edad, toda esa generación denominada “nativos digitales”. Estudios diversos determinan que podemos llegar a estar ligados a la conexión de cualquier tipo de aparato digital, una media de diez horas diarias. Se estima que a lo largo de nuestras vidas nos pasaremos conectados a internet veintiocho años, nueve meses y diez días de nuestras vidas. Si se calcula que un treinta por ciento de nuestros días lo pasamos durmiendo, y un porcentaje ya mencionado conectados a internet, el porcentaje dedicado a ambas actividades puede acercarse a la tercera parte de nuestra existencia.


El llamado de atención está vinculado al estilo de vida que nos hemos impuestos. El hombre “moderno” considera que en la antigüedad la percepción de la vida transcurría lentamente y en esta modernidad nos congraciamos pensando que debe ser como es ahora, todo lo contrario. Esa ganancia en la rapidez parece tener un contra fondo preocupante, se está perdiendo profundidad. Intentando un equilibrio en los variados centros de atención disponibles, el riesgo de encontrarnos dispersos, distantes, alejados pero afirmar que estamos conectados y cercanos nos afirma en una dualidad llamativa. No podemos enfocar aún los efectos secundarios de la dualidad de estar cercanos y alejados al mismo tiempo. Es un fenómeno social pero el problema se complica más ya que primero es un efecto personal inicialmente. Y reconocemos ese problema de dispersión en los demás, nunca en nosotros.


La interacción cara a cara entre las personas ha sido reemplazada por el cara a cara entre nosotros y una pantalla. Esta distanciación está liquidando la presencia física del receptor y del emisor. La explotación tecnológica pregona un estilo donde el pasado es un agradable recuerdo, el futuro es el lugar hacia donde queremos ir pero estamos negando el presente, y toda sincronización mencionada se llama -irónicamente- sociedad del rendimiento. El tiempo perdido se traslada a las pantallas, el ocio es distractivo y poco productivo. La motivación de los más jóvenes está desapareciendo y deben ser sus padres los motores que obliguen a sus hijos a querer hacer algo más que estar conectados o en la Play. La sociedad de la distracción es también la sociedad de cristal, a la que hemos definido como la situación de los jóvenes cuando en realidad la fragilidad es pura de sus padres, que trabajaron el cristal de sus hijos con esmero y hoy encuentran a través de la desesperación el compruebo de que los jóvenes -en proporción importante- no tienen inclinaciones sociales mas allá de lo efímero y de la rapidez. Se mueven hacia el futuro anclados, con los dos pies aferrados a la tecnología distractiva. Pero seguimos defendiendo la ampliación de horizontes.


En la sociedad de la distracción no existe la soledad, afirman. En realidad estamos transitando una época de las más profundas soledades. La red de comunicación propone la falacia de un aislamiento acompañado. Este escenario de auto explotación por vivir en el instante genera una resistencia a la desconexión. Sin ser agorero y solo critico, todo adelanto tiene enormes ventajas para el progreso personal y social. Lo que debemos estar cerca es de las contraindicaciones evidentes; negándolo no se crece ni se pulen los defectos acontecidos a lo largo del proceso. Esto nos permitirá comprender el anhelo futuro, la nostalgia por el pasado y la indiferencia hacia el presente. Y sobre todo, combatir la falta de deseo que nos invade y que no nos animamos a gritar a los cuatro vientos o al menos, comunicarlo en los grupos de wasap….

 




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