martes, 19 de julio de 2022

En la oscuridad somos todos iguales, pero a la luz del sol somos impresentables

Lo importante es que existiese aquella habitación; saber que estaba allí era casi lo mismo que hallarse en ella. Aquel dormitorio era un mundo completo”.

1984 – George Orwell


Dentro de los fundamentos esenciales de la humanidad se prioriza el cuestionamiento existencial por salir de la “caverna” con la ilusión de acceder a una vida plena. El mito de Platón con la idea de la caverna es una brillante y actualizada filosofía idealista que ha marcado nuestra manera de pensar y de entender el mundo. Una realidad plagada de luces y sombras intenta guiar -tantas veces de forma estéril- a las personas hacia el conocimiento verdadero. La vigencia desmesurada de la era digital difumina esa necesidad de obtener un mensaje limpio que se pueda definir con facilidad y no necesite de una viralidad, fragmentación o segmentación. Como en el mito veíamos a los hombres encadenados a lo más profundo en la cueva donde solo se puede ver una pared; hoy el muro lo grafican las redes sociales o las pantallas de los dispositivos. Estamos ante una caverna mediática.


El paso de la ignorancia al mundo de las ideas es posible al liberarnos de ataduras de percepción y alcanzar conocimientos a partir de la reflexión intelectual. El lugar que atribuye Platón en su mito al filosofo es el de la persona que guía hacia el conocimiento con las atribuciones pensantes que permite mostrarle a otros una percepción de la verdad. Durante el mito, él que se libera de sus cadenas no es bien apreciado sino considerado un acto de rebeldía, algo no muy bien visto. A medida que va ascendiendo en la salida de la caverna, las dudas le asolan y comprueba que lo que creía no era del todo cierto. Enunciados como el de Platón podemos recoger en la literatura de Orwell (1984), Huxley (Un mundo feliz), Saramago (La caverna) o en el cine a través de la película de Peter Weis, The Truman Show. En todos estos ejemplos prevalece la incomodidad del ignorante al ser consciente de la incomoda comodidad en que viven.


En la 75º edición del festival de Cannes, realizado el pasado abril, se homenajeó con el cartel oficial del Festival a aquella escena final de la película de Jim Carey, donde este topa con la pared que simbolizaba el horizonte permanente y comienza a subir por hasta ese momento unas indistinguibles escaleras rumbo a la salida que daba al set televisivo donde lo mantenían recluido en su particular reallity show. La intención de las autoridades del festival era invitar al espectador a animarse a transitar aquella pequeña frontera entre la realidad y su representación. La película, estrenada en 1988, representa la cultura del simulacro, la telerrealidad y la adicción enfermiza de una sociedad del espectáculo. Cannes toma nota del fin de un mundo para tratar de aprehenderlo nuevamente.


No se sabe si las mismas incógnitas persiguen a las generaciones de nativos digitales. No parece ser ni La caverna de Platón o de Saramago las bitácoras donde enunciar las dudas terrenales. Tampoco Orwell ni cualquier otro pensador o ensayista. La realidad se profundiza a través de un talk show que lleva al aire mas de veinte años -la edad promedio de estos nativos digitales- y se ha llamado, tal vez en homenaje a la distopía de Orwell, “Gran hermano”. Sus distintas versiones desde el año 2000 muestran un espejo de la banalidad, una socialización forzada y virtual. Los participantes no son victimas de la imagen, pasan a ser la propia imagen y esa sociedad que asiste al programa lo considera el barómetro de aquel ser de otrora, que intentaba romper las cadenas para acceder al conocimiento y la luz. La luz opaca que acompaña a estos participantes insinúa una idea violenta de lo que es el ser humano cuando no tiene nada que decir, cuando no quiere pensar, donde en realidad no hay nada para ver y donde se trasciende por dotes tácticos, histéricos, asociales y actorales mas que por un ansía genuina de trascendencia. La banalidad es el rostro de la fatalidad.


El Show de Truman terminó resultando premonitorio de nuestros tiempos. Solo un año después de su estreno en cines se estrenó en los Países Bajos un programa considerado de telerrealidad y denominado “Gran Hermano”, en referencia a la novela 1984, de George Orwell. Estos realitys se convirtieron en tristes pilares de la programación y con el desarrollo de las redes sociales, convirtieron al mundo de la imagen en una mueca superficial, donde los youtubers, influencers o streamers pasaron de ser perfectos desconocidos a grandes referentes de esta generación Alfa, a quienes a través de las redes sociales, aplicaciones o pantallas les cuentan sus vidas e inciden sobre ellos en hábitos, estilos o preferencias. Todos parecen ser protagonistas, todos son como Truman, salvo que en este caso, el consentimiento a ser controlados parece ser generalizado. Salir de la caverna, con estos parámetros, es tarea imposible.


La lectura de aquellas distopías o de los tratados filosóficos cuestionaban nuestras libertades o iniciativas para desarrollar la vida. Los cuadraturas de esta nueva sociedad no quiere salir de la caverna, apenas considera imprescindible el decorar las paredes rusticas del debate sobre perseguir un libre albedrío. No hay comunicación aunque durante lo que duré el talk show mucha gente lo vea sin entender el porqué. Genera ruido, pero ninguna voz, todo es fugaz y disperso, somos una sucesión de instantes sin un elemento en común. Gran hermano nos ayudó a vivir en un “shock del presente” donde la sociedad envejece pero nunca logra hacerse mayor.


La prioridad pasa por ver el aburrido reflejo de la sociedad a través de sus televisores o pantallas, su manipulación y catarsis. Pasamos a estar encerrados en otro tipo de cavernas donde se presume de una total libertad para estar comunicados o conectados. Tiene vigencia la frase de José Saramago al explicar su libro “La caverna”: “Llevamos millones de años para crear lo que tenemos en esta caja ósea, lo que llamamos cerebro y parece que estamos renunciando a su uso”. Nos enfrentamos a otro tipo de pobreza encadenados en el fondo de nuestra caverna, en el corazón de una supuesta sociedad de bienestar, cercanía y abundancia donde nada se aprende, nadie recuerda y todos olvidan. Para romper el mito de las cadenas hemos pasado de la didáctica a lo idiotizante….

 



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