lunes, 8 de agosto de 2022

No se bien que día es hoy

Los escritores viven de la infelicidad del mundo. En un mundo feliz, no sería escritor”.

José Saramago


La experiencia adquirida por la generación que batalló en la Gran Guerra, entre 1914 y 1918, fue una de las más atroces. El siglo, que despuntaba, daría oportunidad a las siguientes generaciones a vivir momentos de espanto similar y aún peor. Son experiencias pobres a niveles comunicacional, de tan pobres que las personas aspiraban liberarse u olvidarse de esas vivencias. La destrucción del humanismo imperante entre los siglos XVI y XVII obligaba a la restitución de los viejos valores. Además de la perdida de miles de vidas, los sobrevivientes afrontaron una profunda crisis de la lengua. Walter Benjamín lo definía: “las gentes volvían mudas del campo de batalla” y ese silencio se volcó en la cultura, de ahí que 1922 fue designado como “annus mirabilis” con aportes capitales y esenciales en la cultural occidental.



Tras la Primera Guerra mundial se desintegra el “mundo de ayer”, había que mejorar las formas y expectativas para poder digerir lo vivido. Los síntomas se vieron reflejados en las artes y cultura, desde 1922 vieron la luz diversas obras que revolucionaron la novela, poesía, pintura o escultura. La guerra continuaba en el alma de las personas y su nuevo campo de batalla era la manifestación y el lenguaje. “Alrededor de diciembre de 1910 el carácter humano cambió”, predijo Virginia Woolf en “Character in fiction” (1924) sugiriendo que la nueva ficción estaba modificando las mentes. La escritora americana Willa Cather lo expresó sin tantos eufemismos: “El mundo se partió en dos en 1922”. Regresando al análisis de Woolf, describe un cambio humano que ubica la primacía del individuo desmantelando y transformando costumbres íntimas, que terminará menoscabando -gracias al horror de la guerra- la confianza en la ciencia y en el progreso. La moral anterior parecía cada vez mas anticuada y nuevas formas de comportarse estaban haciendo su aparición. Los locos años veinte se destacaban, había llegado la era del jazz y del vanguardismo. En cuanto a la literatura, afianzado el modernismo hacia 1918, se complementa con el vanguardismo cubismo.


La cara de 1922 parece ser por unanimidad “Ulises” de James Joyce. Esta novela abrió el año y “La tierra baldía”, poemario de T.S. Elliot lo cerró. En el medio, el gran estallido cultural donde tienen lugar los grandes autores que siguen hoy vigentes. Vigentes como referentes, tal vez olvidados en la lectura por estar transitando ahora otro momento cultural -intrascendente-, el de la pasividad, apatía o perdida del hábito lector en profundidad, reemplazado por una dispersa cultura audiovisual. Pero 1922 revolucionó las formas, un siglo después tal vez se anhela una manifestación similar que permita resurgir de un letargo comunicacional que es constante y permanente por lo masivo o viral tecnológico pero de resultados más silencioso por lo individualista -enorme contradicción, masivo pero individualista-. El espacio vacío y el desorden del mundo necesitan en el 2022 una irrupción luminosa como la sucedida un siglo atrás que permita sortear el retroceso evidente. Se recuerda la frase de Walter Benjamín “debemos tener por honroso confesar nuestra pobreza como un lugar, desde el cual cabe construir desde poquísimo”.


A pesar de la “fiebre española”, la gran depresión, la caída de los imperios, hambruna de la región del Volga, Stalin designado Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, la marcha sobre Roma de Mussolini, la condena de arresto por seis años a Gandhi o la posguerra mundial, debemos destacar aquel 1922 como el año de James Joyce, Michael Proust, Virginia Woolf, Kakfa, Pablo Picasso, Ezra Pound, André Breton, Thomas Stearn Elliot, Juan Ramón Jiménez, Rainer María Rilke, Francis Scott Fitzgerald, César Vallejo, Oliverio Girondo, Ernest Hemingway, Juan Rulfo, Alfred Hitchcock, E.E. Cummings, Sinclair Lewis, John Dos Passos o Ludwig Wittgenstein, quienes marcaron un cambio rotundo en el gusto cultural, con la creatividad en el aire y fenómenos apasionantes asomando y demostrando que las revoluciones o transformaciones no suelen surgir de la nada. Muchas veces las peores miserias alimentan la mejor inspiración y un mínimo cambio.


En la historia de la humanidad existe una predilección por los números redondos. La revolución cultural de 1922 se generó por un cambio rotundo en el gusto cultural. La literatura renovó la manera de decir las cosas, el pensamiento natural o del inconsciente irrumpió en las formas de comunicación. Las crisis deben apuntar a una intima necesidad de recorrer un camino de aislamiento y soledad, para obtener una profundidad que permitan inspiración sobre fracasos, penas y sufrimientos. Recordamos aquel 1922 como una efemérides por los cien años transcurridos. “Ulises”, de James Joyce, “Elegías de Duino”, de Rainer María Rilke, “La tierra baldía”, de T.S. Elliot y “Charmes”, de Paul Valery son consideradas cuatro de las obras determinantes de la literatura moderna. Las insuperables contradicciones de la realidad sugieren que la vida trata de imponerse o sobreponerse con las muertes, guerras o todo tipo de sufrimientos. Las contradicciones de la época motivaron la escritura de lo que “es” pero al mismo tiempo “no es”.


Pasado el ecuador del 2022, nos permite suponer que este año no será recordado en las efemérides aunque tengamos consecuencias memorables acumuladas a lo largo de estos ocho meses. El “flujo” de consciencia liderado por Leopold Bloom a lo largo del “Ulises” generó una manera única de narrar que generó el “estilo propio” de todo anti héroe. Tal vez este 2022 solo se parezca en el quiebre completo con la realidad, un contexto social cada vez más roto, situaciones forzadas que escapan a nuestra credulidad y conocimientos, mentiras que no parecen nada verdaderas, pero que no nos pierda las esperanzas que a pesar de tanta mierda que se nos amontona, es posible que surja algo bueno. Que esa frase de cachondeo “la pandemia nos hará mejores” al menos no nos siga forzando la carcajada cada vez que la recordemos, permitiendo reconocer que el ser humano se recicla con cada nueva ruptura...

 



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