miércoles, 17 de agosto de 2022

Tan profundo, no me duelen, no me hacen mal

El escritor necesita suponer que es libre”

Salman Rushdie


La literatura como toda expresión de arte es libre pero sus autores no. Tal vez no exista la libertad, solo se inventa y creemos irracionalmente en alcanzarla. Tantas veces la lucha se debate en la construcción de la libertad. El lenguaje debería ser sinónimo de liberación y en un juego de palabras, el escritor debería ser toda la vida un observador y no el observado. En cualquier sociedad libre las cosas que se dicen o escriben pueden gustar o no, el asunto no parece ser el desacuerdo. Las voces disidentes deben hablar, la frase “la libertad no es un té de las cinco. La libertad es una guerra”, destacada en su novela “Shalimar, el payaso” da a entender que a pesar de treinta años de amenaza de muerte, Salman Rusdhie para no perder la libertad se defendió siendo libre. Y muchos ahora, visto lo visto con el apuñalamiento al escritor angloindio y con su despliegue mediático, entienden que al suceder lo sucedido, caía de maduro que si sobre alguien pesa una “condena de muerte” es raro que el condenado pudiera seguir viviendo libremente. Y sobre esto han opinado muchas personas, no necesariamente los fundamentalistas de turno.


La gente tiene preocupaciones verdaderas pero hay un porcentaje menor -que sustenta el poder-que vive como si fuera representativo y que aspira del poder que le otorgue beneficios en la incitación al conflicto. Se intentan silenciar voces y en la apatía general de las sociedades sometidas, el estar dormidos avala que la violencia sea un asunto central -de unos pocos- que intenta moderar a los “disidentes” que distan de ser enemigos y que para los regímenes siempre serán muchos. A un nivel tan mediocre que la disidencia tantas veces responde apenas a una opinión en contraria. Es preocupante perder las libertades que en general estamos descuidando. Es alarmante observar como el poder de turno sostiene el miedo como único poder. De la sinrazón del poder nadie está salvo, siquiera sus acólitos, que cada tanto conocen en sus carnes el oprobio de la derrota de la razón a manos de una fe fundamentalista que aparenta estar exenta de duda. El totalitarismo se aloja en algunas cabezas y se propaga por la inercia de la ignorancia. Esta vez el afectado fue un escritor que “insensatamente” se dedicó a dibujar o crear personajes apoyados en una imaginación, creatividad y humor satírico para suavizar estereotipos que de tan gastados llevan vigentes la misma cantidad de siglos que la civilización. La revolución islámica que se generó en 1979 consideró esencial para reforzar su poder, justificar que lo que se considere un insulto al islam merece ser asesinado. Solo conduce al salvajismo.


Los versos satánicos” se escribió con máquina de escribir. Eran otros tiempos. Comenzó con la novela en 1984 y la publicó en 1988. A partir de ese momento nada fue igual para el escritor. En 2015 dediqué una entrada en este blog para intentar explicar lo inexplicable de la fatua decretada. Cambió el mundo desde entonces, a pasos agigantados con el desarrollo tecnológico y los teléfonos inteligentes. También cambió el realismo mágico, se hace muy difícil describir la realidad con novelas realistas con un tinte irreal. Este mundo no parece apropiado para escribir sobre algo fresco asociado a la realidad, predomina lo fantástico -pero no mágico- para tratar de captar público lector. Y un escritor amenazado tantas veces no se trata de una lectura leída, se amenaza porque cada día se tergiversa mas los conceptos de tolerancia y cultural. Y porque el rumor predomina al detenerse a observar si lo que se dice es lo que se dijo. El discurso del odio ya no es más que simple rutina.


El concepto libertad de expresión parece haber cambiado de contenidos. La sinrazón de los poderes grotescos de turno -estatal, religioso o universo totalitario- deben pelear codo a codo con un rol déspota del ciudadano que imita lo peor de las actuales controversias, que se solucionan con la ofensa, agravio, escrache, acoso, insulto, matoneada o mentiras que alcanzan la masividad de la viralidad. Tanta viralidad supone juzgar -o prejuzgar- de forma incesante sin necesidad de comprender lo que se está juzgando. Se está predispuesto en todo momento para juzgar al otro sin detenerse a valorar si será necesario retractarse. El temor en la literatura a la página en blanco ya no “aterroriza” como si lo logra la existencia de la página escrita. Un libro en definitiva es una voz universal que puede perdurar mas allá de la muerte. Una extensión de la persona que puede perdurar en el tiempo.


Salman Rusdhie es un apasionado de las historias y para él, estas están allí para recomponerlas y contarlas como le de la gana. Para él, “Los versos satánicos” era esencialmente una novela con una sucesión de escenas cómicas aunque el efecto de conjunto no fuera cómico. Pero la reacción generada no fue la de un libro, sino la de un panfleto, alegato o entelequia. “¿Dónde está el libro del que dicen todo eso? Por favor, que alguien me enseñe las páginas donde aparecen las cosas que se dicen” era el grito del escritor ante la dimensión que tomaba su novela por las reacciones desmedidas dirigidas contra algo que en realidad no existía. La hostilidad del poder religioso islámico iraní se centró en lo ficcionado como verdad ofensiva porque, desde entonces, se limitaba el espacio para fantasear. Fue el caso más emblemático pero no el único: Orhan Pamuk fue acusado de insultar a la bandera turca y al dirigente Atartük a través de su novela “Las noches de la peste”; Svetlana Alexiévich fue imputada por el gobierno bielorruso a causa de sus opiniones y por su militancia política; Horacio Castellanos Moya se tuvo que ir de El Salvador tras publicar “El asco”; al Nobel egipcio Naguib Mahfuz, lo apuñalaron extremistas islámicos en 1994 como consecuencia de que el escritor era un moderado islámico que promovía posiciones favorables a una reconciliación árabe israelí; el nicaragüense Sergio Ramírez fue forzado al exilio tras la publicación de la novela “Tongolene no sabía bailar” con la inmediata persecución del gobierno de Daniel Ortega. La lista es larga, mas de doscientos, entre dibujantes, escritores o periodistas se encuentran hoy en las listas de perseguidos.


Para todos ellos, las luchas de sus vidas se convirtieron en la construcción de otra libertad. La razón se somete y es vencida por una supuesta fe exenta de dudas. El escritor o el filósofo debería ser la persona que habla, no la de quien se habla. El fanático tiene un don, muestra más interés en lo que cree saber que en lo que verdad sabe. De ahí que la falta de comprensión lectora lleva a los detractores a anunciar que la novela de Rushdie ofende a una religión. El agresor del pasado viernes, Hadi Matar, apenas vio imágenes de su objetivo en YouTube, determinó que Rushdie era una persona que había atacado al Islam y a tamaña conclusión llegó leyendo apenas unas páginas de “Los versos satánicos”. Seguramente ni entendió el significado de esas líneas leídas. No hace falta, ya que hoy en día la especialización es opinar de lo que no se sabe. El elemento contundente de prueba resulta ser un libro que no se molestaron en leer. Lamentablemente el escritor angloindio fue víctima del flagelo que la ignorancia y la barbarie hacen de manera descarada con la destrucción o manipulación de los hechos y el uso de la simulación como elemento de lo real...

 



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