domingo, 14 de agosto de 2022

Mi curiosidad es mas grande que tu miedo

Nadie puede vivir con la muerte ante los ojos si cree que al final espera el olvido”.

Frase de “El séptimo sello”, película de Ingmar Bergman (1957).


Hace más de dos mil cuatrocientos años que Aristóteles nos enseñó a pensar. Pero en estos tiempos, la sensación es que a la gente le aterra quedarse a solas con sus razonamientos para plantear una evolución o superación. Una sociedad asustada y desorientada opta por la distracción y el bombardeo constante tecnológico y sus pantallas y pantallazos con discusiones vacías como efecto sedante. Los dilemas planteados por Aristóteles fueron considerados “el ardiente deseo de toda mente pensante”, según palabras del Nobel de Física de 1954, el matemático alemán Max Born. A lo largo de los siglos ha inspirado a filósofos y pensadores de origen cristiano, judío, musulmán, budista, hindú, confuciano, ateo o agnóstico, lo que demuestra que su pensamiento no es de nadie pero si de todos. El hombre quien desde la filosofía griega establece los fundamentos de lo que luego se pudo conocer como teología, estuvo antes que las religiones y solo convivió con las “divinidades”.


La complejidad que caracteriza al derrotero del ser humano permite infinidad de argumentos racionales. La muerte o la existencia de Dios pueden ser alguno de ellos, tal vez los más discutidos, negados, temidos e irracionales. Para Aristóteles, todo lo que es movido, es movido por algo. Por ende, siempre habrá un movimiento anterior que confiera dichos movimientos. Sobre este argumento, Tomás de Aquino elabora un compendio de las demostraciones de la existencia de Dios conocido como las cinco vías: el motor inmóvil, la causa eficiente, lo posible y necesario, los grados de perfección y el gobierno del mundo. En todas ellas quiere dejar en claro que aun cuando negamos la existencia de Dios sabemos lo que queremos decir, que la palabra Dios remite al ser mas perfecto posible. Sin contravenir a Tomás de Aquino, la vida se sostiene sobre una imperfección constante y como confirmaría Freud, la religión sería una neurosis colectiva -una más- que muestra que Dios, en el caso de existir, existe en nuestro inconsciente.


De los mitos establecidos, el de la religión es el más difícil de refutar o derribar. Friedrich Nietzsche siempre pensó que su momento era el indicado para cambiar esas creencias. Para el considerado filósofo occidental más importante, la moral cristiana es una moral decadente que impide todo el potencial de la vida, el cuerpo y sus fuerzas. Será un superhombre el que rechace toda moral heredada y cree sus propios valores. “Dios ha muerto”, enunció a través de la observación de una moral en decadencia en un ambiente nihilista. Estamos hablando como temprano, de finales de los mil ochocientos, nos viene costando esfuerzo y sobre todo sinceridad, terminar de matar a alguien que nunca parece haber existido ni repudiado las barbaridades cometidas por “sus hijos” a lo largo de la existencia.


Cuando uno acepta quedarse sin religión, confirma que camina solo, a pesar de que las creencias religiosas siempre remitieron al misterio y al silencio de la aceptación. Alivia no sostener el absurdo de hechos sobrenaturales -adornados por metáforas infantiles- que obligan a adorar entes invisibles e inaudibles para los sentidos. Caminar solo deja un enorme vacío a los costados de la carretera de la vida. Pero en ese recorrido, se puede optar por ser buena persona y hacedor de una vida constructiva, sin la “presión” de portarse bien para recibir premios -por actos virtuosos- o castigos -por actos inmorales- de las divinidades de turno. No quita que uno tenga miedo, ya no a esa divinidad que nos observa y recuerda -a veces con ira- que somos fruto de su imagen y semejanza, sino al miedo que genera vivir. Porque para vivir, uno conoce de antemano el “final” de ese camino.


La Biblia, por una cuestión de Fe, no es considerada una antología de relatos fantásticos. Analizada su lectura, sus relatos se atribuyen verdades que transcienden por desfasaje la realidad histórica. “Dios está en el intelecto”, “Todo lo que es movido, es movido por algo” o “Dios es parte del pensamiento” y hasta “Dios ama todo lo existente” son frases que anteceden esfuerzos intelectuales por afirmar la existencia de Dios basado entre otros, en razonamientos de Aristóteles. Tal vez la intención del Estagirita -sobrenombre del filósofo oriundo de Macedonia- fue introducir al hombre prudente, promoviendo un ideal. Nadie ha verificado empíricamente las proposiciones filosóficas de Aristóteles o Platón, solo fueron tomadas al pie de “una supuesta letra” que beneficia los intereses o los pensamientos de todo aquel que bebió de sus filosofías y quiere demostrar sus propias convicciones o necesidades.


Tal vez a un filósofo sus contenidos le gane a sus formas. Pensando como novelista, alguna vez Aristóteles contestó al interrogante de “Si pudieras pedirle a los dioses algo que beneficiara a toda la humanidad, ¿Qué les pedirías?” con lo siguiente: “Pediría que las palabras significaran lo mismo para todos”. El lenguaje es ambiguo, lo mismo que los razonamientos. Ampararse en lo dicho por los clásicos filosofales es una manera de querer darle entidad a lo que uno considera que es una novedad, un descubrimiento. Esa noción de que Dios es pensamiento puede ser tomado como un recurso analógico o metafórico de Aristóteles ante algo que nadie pudo definir con exactitud -sin la obcecada fuerza de la fe- pero que es necesario por si mismo o como causa “inmóvil” de todo lo contingente que nos gobierna. Dios y la muerte nos aterran, no responden a nuestros dilemas eternos. La ética del filósofo Estagirita intenta introducir sentido donde no lo hubo. Miguel de Unamuno postuló escenarios de liberación a través de su frase de deseo de que “nuestro trabajado linaje humano sea algo más que una fatídica procesión de fantasmas que van de la nada a la nada”.


Toda conciencia persevera como si de esa forma pudiera eternizarse. El discernimiento tiene un destino social que prosigue entre las personas vivas. El hombre no está completo si no es por el advenimiento de su muerte. Tomado como un desatino, la muerte es una necesidad existencial. “La vida es siempre producto de la descomposición de la vida”, como refería el escritor y pensador francés, Georges Bataille. Una mentalidad anti mítica de Aristóteles permitía definir a la situación “Dios” como un ser eterno y sin posibilidades de mejora o crecimiento, por considerarlo de antemano “perfecto”. Dios era espíritu y nosotros, los seres humanos fuimos responsables de crear nuestra propia moralidad, de darnos nuestras propias reglas. La esencia del destino es un universo en movimiento donde no se nos dará una vida después de muerto. Era mucho más fácil inventar conceptos como la vida eterna para hacer más llevadero el derrotero donde no nos felicitarán por hacer el bien ni se nos castigará por hacer el mal. Es mucho más fácil caminar sin la religión a cuestas. Pero es sabido que necesitamos mochilas para poder acumular cargas...

 



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