domingo, 1 de agosto de 2021

Usted preguntará porque cantamos

La música es buena cuando ésta te hace bailar. Pero la música es grandiosa cuando te hacer ser quién eres”.

Tom DeLonge, músico.

Suelen configurar nuestra manera de ver al mundo, de recordarlo, sufrirlo o idealizarlo. Las primeras fueron producto de un legado, varias de ellas sin ser transmitidas por la familia, su sola presencia en el ambiente gestó la familiaridad de la aceptación. Por nuestra cuenta descubrimos el resto, enriqueciendo el paladar. En la adolescencia nos explicaban el mundo entero, uno más bien pequeño, donde se encerraban las cosas que deseábamos -y restaba tiempo en tener o claudicar en el intento- y con el paso de las estaciones nos hicimos jóvenes cantando a gritos y a saltos y acudiendo a recitales para escucharlas en vivo. Somos producto de tantas canciones, canciones que ya no escuchamos pero que con un acople nos devuelve a esa esencia archivada.


Son parte de nuestra identidad. Las sociedades antiguas usaban la música como base para sus reuniones y para expresar sus historias. No siempre nos orientarán con su mensaje, un riff o acorde similar disparará la ansiedad por recobrar algo importante, una música que de tan familiar, duele no recordar. La música responde a una socialización, ya sea individual o como miembros de una corriente de adeptos. Nos habla de una manera concreta, se identifica con lo que nos sucede o aún no nos pasa, nos moviliza, agiliza la melancolía o el desconsuelo, abrazamos como himnos o simplemente nos ayuda a mover las piernas. Es la actividad cultural por excelencia en la vida de un adolescente de las últimas seis o siete décadas. La estrategia de las discográficas ha permitido elaborar un complejo mapa asociativo con la imagen, actitud, conducta y hasta ideología, todas etiquetas estereotipadas de la supuesta realidad que llaman libertad para definir una identidad propia.


La canción mas sosa puede marcarnos la existencia. Esa identidad que nos perfila no siempre obliga a una ruptura contundente con nuestro pasado. Será que nuestra personalidad sufre adaptaciones, muchas de ellas motivadas por el fanatismo o desorden de prioridades que en momentos puntuales nos gobiernan. Tal vez nos afianzamos con referentes esporádicos pero no lo sabemos hasta que, pasado el tiempo, reaparecen del olvido. Fueron canciones tan exprimidas que se rompieron y se dejaron de usar. Pero no nos dimos cuenta y cuando reaparecen, traen aparejados infinidad de recuerdos, que lamentablemente, no se pueden solapar con la realidad del momento. Pero deja regusto exquisito el volver a saborearlas. Y una duda existencial, ya que cuando escuchamos música, solemos abstraernos de la dependencia del tiempo, por lo que cuando regresa a nuestras sensaciones pasado mucho tiempo, nos resta saber si el disfrute es similar al que vivimos en aquel momento. Seguramente tendrá otro matiz, que será el de la evolución, detalle que no siempre acompaña el desarrollo humano.


Es indudable que la música provoca emociones. Una parte nuestra se pone al descubierto en el momento en que ese fenómeno se genera y suele durar mientras se da. Lo esencial de como repercuta la música en nuestro crecimiento radicará en como nos permite encarar una diferencia, donde el ser original, independiente o rebelde, no esté fundamentado en actos si no en momentos o sensaciones. El escuchar música nos permite, además de mejorar nuestro tiempo libre, en encontrar un grupo afín de personas donde creamos que nos podemos amparar del sistema. Al crecer o golpearnos con el paso del tiempo, tal vez no es que descreamos o neguemos lo escuchado, solamente se tratará de haber madurado o buscado un giro en nuestra identidad. No tiene sentido burlarse de lo que escuchamos en un pasado. La huella debe pesar más que la calidad.


La nebulosa de nuestra memoria no responde tal vez a los intereses de las discográficas. Pero cuando reaparecen estrofas, acordes o melodías, te sorprenda tal vez cantando o tarareando una letra en la que ya no piensas, a la que ya no sientes, pero que por uno de los tantos misterios que nos asisten, no podamos explicar que conexión se establece. No importa lo que opinen los demás, tu cantas, repites nerviosamente una letra que supusiste eternamente de memoria y que, con balbuceos y pifias, afloran nuevamente. Tal vez la respuesta la siga teniendo alguien que, lamentablemente, lleva muerto más de doce años, don Mario Benedetti. El poeta se preguntaba porque el pueblo canta si la vida es morir poco a poco. Benedetti consideraba que el ser humano canta para infundir ánimo, para apoyar una identidad personal o comunitaria, para que, en el sublime momento del recuerdo, nos sobreviva a la persona que ahora somos y tal vez nos reconcilie con aquel que hemos sido o nos dejaron ser.


Para Aristóteles, la música refleja directamente las pasiones o estados del alma. La define como catarsis, con efectos psicoterapéuticos que permiten al que sufre, encontrar momentáneamente la paz. Sin filosofar, la música está estrechamente vinculada a la memoria y a la emoción, asociada a recuerdos o golpes de reminiscencia. Las canciones se permiten trascender los límites generacionales, un recuerdo musical de nuestros catorce años provocarán durante el resto de la vida, la mayoría de nuestros recuerdos. La música pierde todo su significado sin su reconocimiento. Es de esperar que cualquier detalle nos la devuelva, sería triste no poder experimentar esa increíble sensación de preguntar porqué cantamos...


Si cada hora viene con su muerte

si el tiempo es una cueva de ladrones

los aires ya no son los buenos aires

la vida es nada más que un blanco móvil

usted preguntará por qué cantamos

si nuestros bravos quedan sin abrazo

la patria se nos muere de tristeza

y el corazón del hombre se hace añicos

antes aún que explote la vergüenza

usted preguntará por qué cantamos

si estamos lejos como un horizonte

si allá quedaron árboles y cielo

si cada noche es siempre alguna ausencia

y cada despertar un desencuentro

usted preguntará por que cantamos

cantamos porque el río está sonando

y cuando suena el río / suena el río

cantamos porque el cruel no tiene nombre

y en cambio tiene nombre su destino

cantamos por el niño y porque todo

y porque algún futuro y porque el pueblo

cantamos porque los sobrevivientes

y nuestros muertos quieren que cantemos

cantamos porque el grito no es bastante

y no es bastante el llanto ni la bronca

cantamos porque creemos en la gente

y porque venceremos la derrota

cantamos porque el sol nos reconoce

y porque el campo huele a primavera

y porque en este tallo en aquel fruto

cada pregunta tiene su respuesta

cantamos porque llueve sobre el surco

y somos militantes de la vida

y porque no podemos ni queremos

dejar que la canción se haga ceniza.


Mario Benedetti

 


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