jueves, 12 de agosto de 2021

Y sabes que sí, sí lo soñé o lo viví

 Un día descubriré si soy un raro ejemplar de la especie humana, pues en mi caso, los instintos y la razón son inseparables, con la razón guiando los instintos. ¿Soy rara o más bien normal y sana? ¿Trato de imponer a los demás mis peculiaridades como sistema filosófico? ¿Soy inusualmente inteligente o solo inusualmente sincera? Creo que lo segundo. A no ser que la sinceridad sea en sí una forma de inteligencia superior”.

Ayn Rand, filósofa y escritora rusa, del siglo pasado.


¿Qué es lo que en realidad, me hace ser tan diferente? - nos lo habremos preguntado más de una vez, aún cuando no hayamos superado la barrera de la invisibilidad de la trascendencia. Es una pregunta frecuente, no solo se la hacía Any Rand, al momento de influir con su pensamiento, filosofía, libros o guiones que le llevaron hasta el mismo Hollywood. Es una cuestión de fondo de cualquier vida llevada filosóficamente. Preguntarte no equivale a obtener respuestas. Y a veces la respuesta no se encuentra en uno, se puede hallar en los demás, porque somos seres sociales.


La humana, es una especie hipersocial, tal vez la única especie capaz de construir lazos que superen la fuerza del parentesco. Es una particularidad con sus buenas y con sus malas, no se vaya a creer que ser habitante de una sociedad tiene todas las buenas dadas. Se construyen conceptos como patria, familia, amigos, barrio, religión, rito, lengua, equipo de fútbol, hobbies, hacienda -impuestos- y algunas más, que a veces nos hace parecer una especie insufrible, sin evolucionar en lo que hay más allá. La sensación innata es que de tanto profundizar nuestra socialización, sacrificamos muchas cosas por sostener símbolos, cultura, ideología o reverencias. “Los neandertales no tenían banderas” leo a través de Juan Luis Arzuaga -paleontólogo de Atapuerca- y la verdad siento envidia sana por esos “tíos”, pero que por razones desconocidas para nosotros, se extinguieron hace unos cuarenta mil años.


Filosofar también presenta razones desconocidas. Por más contracción que impongamos al pensamiento, no sabemos el porque de como los demás viven como viven. ¿No te sientes distanciado del comportamiento de tus semejantes? Yo sí, tantas veces, que hasta me odio harto de no poder odiarlos a ellos. No queda más remedio que aceptar que la humanidad en realidad es un efecto discordante, con algunas excepciones que nos encandilan. El ego personal debe abrirse paso a los codazos con el ego de los hablantes. Y hablamos, hablamos y nos damos cuenta -sin poder remediarlo- que hablamos pero rara vez decimos algo. Lo indignante tal vez no sea que no se diga nada, lo perverso es ver como unos u otros, seguimos y justificamos a los falsos profetas.


Solemos prejuzgar en las diferencias. No hay caso, estereotipamos y no siempre la primera impresión que tenemos del otro suele ser buena. El ser humano es uno solo, es la bandera del que quiere impregnar de igualdad tanta desigualdad. Pero, si bien somos parecidos, no podemos decir que seamos iguales, no podemos ser iguales. Así todo, hay gente que no quiere conocer a otros, su primera imagen le es suficiente para desacreditar el acercamiento -y eso siendo la especie que sobrevivió por su hipersociabilidad-. Aún cuando nos aúne la patria, religión, equipo de fútbol o tributemos a la misma hacienda, también allí no somos iguales y creemos serlo, porque arriamos las mismas banderas. Y es normal que seamos distintos, la misma especie parece ser un producto al estilo Frankenstein, con trozos de otras especies humanas. Antes que se extinguieran los neandertales, convivían en la tierra hasta ocho especies o grupos humanos diferentes. Eso si, todos formando parte de la escuela “homo”. La excepción de convivencias parecen ser los últimos siglos, donde los sapiens han sido los únicos sobrevivientes, eso sí como resultado de hibridaciones entre aquellas ocho especies.


Salteando, y no millones de años, Ayn Rand, en el siglo pasado, suponía que la mayor maldición de la humanidad era su capacidad de concebir los ideales como algo puramente abstracto, que se da de bruces con la vida diaria, con la verdadera realidad. Vivimos completamente distinto a como pensamos o a como manifestamos. Se percibe la penosa sensación de que el ser humano convive abandonado a “una suerte” que rompe y aniquila sus convicciones más profundas con relación a lo que en verdad es, su existencia actual. De tanto pregonar convicciones, la sensación es que no tienen valor, que nunca se llegan a imponer, que están desfasadas con nuestras pulsiones o que directamente no existen más que en sus postulados. Ese egoísmo racional que nos predomina es para la filosofa rusa la base de una ética objetivista.



Objetivismo es el nombre que le dio a su filosofía, donde un conjunto de ideas y principios definen a la persona como debe pensar y actuar para poder vivir la vida propia. Estimula una conducta virtuosa donde cada individuo tenga como fin de su vida la satisfacción de sus proyectos racionales, sin violentar ni ser violentados los derechos de cada persona. Rand optó por que se desarrolle una filosofía propia, porque en esta contradicción entre lo que pensamos y podemos hacer, creía lógico vivir conforme a una verdad a la que lleguemos por nosotros mismos. La posibilidad de destruir nuestra capacidad de encontrar la veracidad está dada al aceptar dogmas impuestos o soluciones sin pruebas. La realidad es verdadera y deberíamos, de una vez y para siempre, comprenderla. Este planteamiento en un principio elemental y sencillo se convirtió en una filosofía inexpugnable, gurú para todos los adherentes al capitalismo -reflexión para otra entrada, en esta solo para conocerla-.


Si nos basamos en nuestros sentidos y una correcta interpretación, la realidad debería ser una sola. Y no lo es. Como así tampoco el defender en todos los ordenes la libertad individual será considerado como referente ideológico de la izquierda. No lo fue, los liberales tomaron como bandera la línea de pensamiento de la filosofa rusa que denunciaba que a los seres humanos se les ha enseñado que la virtud más alta a la que aspira es al dar, no al crear. Porque el dogma que nos aúna y sociabiliza nos dice que la creación no es cosa nuestra -es superior- por más que veamos el desarrollo y progreso permanente que surge generación tras generación, dejando obsoleta casi lo vivido en la década anterior. Según Rand resultaba clave el egoísmo racional, lo inmoral no es ser egoísta, sino altruista. El producto de la mente es aún más importante que el material. Releyendo lo que voy escribiendo, comprendo aún más esa incongruencia que nos habita.


De todas las hibridaciones resultantes para llegar al sapiens, se estima que el tamaño de nuestro cerebro fue el mas grande de todos. Pero no es fácil alimentarlo, se necesitan muchos recursos y uno de ellos, tal vez el más esencial, es el territorio. Las otras especies sucumbieron, entre otras cosas, compitiendo territorialmente. Esa hiperadaptabilidad nos hace sobrevivientes pero debemos alguna vez confrontar la realidad con nuestras ideas -originales o impuestas-porque algún día dejarán de cohabitar las diversas adaptaciones para interrumpir una historia evolutiva. Si es verdad que entre ocho especies hemos predominado también es cierto, que un día de estos, dejemos de ser la especie distintiva. 


Si es razonable la filosofía de Ayn Rand, la única manera de salir de la caverna es confrontar lo abstracto de lo que pensamos que es el mundo con la realidad de lo que en verdad es. Para ello, Ayn Rand tuvo la original idea de trabajar en una fábrica pasada la década del treinta del pasado siglo. ¿Porqué lo hizo? Porque se dio cuenta de que todos hablaban del trabajador y del reparto de riquezas como revolución, pero ninguno de los autores de esos postulados siquiera había formado parte de una cadena de mando. Ese concepto de trabajador cooperativo dueño de su propio esfuerzo y sacrificio, y ni una mierda para ella. Y hay gente que todavía siente melancolía por la revolución bolchevique, cuánto más trabajas, más sacrificio te exigen y recoges más penuria que antes. Si te desterraban a un gulag en reprimenda, extrañabas ese sacrificio inútil de quince horas continuas de trabajo sin respiro. Y el mensaje bolche decía que encima, formarías parte de una gran familia. Con unos o con otros como jefes, la explotación era una sola, dividida en supuestas ideologías enfrentadas.


Si la ciencia no se puede poner de acuerdo si Homo sapiens y Homo neanderthalensis son especies diferentes dentro del género Homo o subespecies hibridadas, menos podremos convivir con esa realidad paralela que nubla lo simbólico de lo abstracto. Para romper los moldes universales, solo algunas personas pueden desarrollar ese tipo de pensamientos que cuestionen y propicien una desconexión parcial con el mundo material. Debemos seguir intentando captar lo esencial de las cosas y las propiedades comunes y apuntar a ser más los que prefieran la creatividad – mediocridad como esta entrada muy mezclada, donde la casualidad de la lecturas al mismo tiempo de un ensayo filosófico y una nota en un periódico disparó en mí algo como una idea creativa que quiso transmitir que solo agradeciendo la creatividad tal vez se justifique que sobrevivamos como especie sobreviviente. Pero debemos apurarnos en afinar la puntería de lo abstracto, porque la extinción sigue siendo parte de la evolución…

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario