martes, 31 de agosto de 2021

A la hora que yo quiera, te detengo

 “Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada”.

Edmund Burke, escritor y político irlandés, padre del liberalismo


Si necesito escribir algo que se vea preciosista, tal vez signifique en realidad no tenga mucho para contar. El estilo literario parece ser un cliché, y me ha llevado muchos años el sentirme un impostor. Si busco la emoción y me leen, no me agrada. Me puedo sentir un farsante por tener que recurrir a lo trillado de lo que cada lector quiera escuchar. Por aquí va a aparecer el tema de hoy, si eres un autor trillado, que exalta los sentimientos fáciles de copiar, te llamarán “Corín Tellado”. Si eres una pluma personal y te sumerges en temas muy personales, algunos te dirán escritor cercano o preciosista y otros te reclamarán menos oportunismo por tantos lugares comunes. Y cuidando mi manera de comunicarme en este blog con los sexos -parece que cada día hay algunos más- me topo con el término “cipotudo” que rápidamente me viene a colación con mi argentino “pelotudo” y con el sexismo del “machirulo”. Ahí vamos.


No interesa en sí que el Diccionario de la Real Academia incluya estos términos, la calle es la que manda y parece que las palabras se consolidan antes en los barrios que en las academias. La densidad intelectual parece sucumbir en una etapa algo oscura que carece de debate público de nivel. Se discuten tantas pelotudeces que uno se termina confundiendo a la hora de elegir temática semanal para este blog. Y trato siempre de recordar que, más allá de tener un estilo que guste o no, me siento un rebelde -pelotudo- que trato de escribir sobre lo que no muchos escriben, ni discuten. Pero en el tema “cipotudo”, al que pronto me he de referir, me asalta la duda eterna de si mi estilo o mi manera de contar va a dirigido a cualquier sexo o si mi prosa es indudablemente masculina. Trato de ser cercano a todos, pero nunca he de escribir “todes” para demostrarlo. El castellano es una lengua a la que adhiero y si puedo -cosa que creo intentar- buscaré sinónimos y sinónimos para ser inclusivo. Claro que siempre alguien me leerá o escuchará y creerá que pertenezco a su rebaño. Y de pastor, no tengo mucho.


Aparentemente la prosa cipotuda destaca por su masculinidad, codo firme sobre la barra de la cantina o taberna y cayendo en lugares comunes que hoy un sector mal llamado hembrista -con hombres y mujeres en las trincheras- combate con hombría radical. La estética tabernaria, la masculinidad de la mili nunca desaparecida, la indiferencia a la novia despechada de turno, la tranquilidad en la trinchera, la altivez taurina, el fútbol como afrenta de masculinidad, el olor a macho que embriaga y desnuda, el experimentado conductor que manda a lavar los platos a la mujer que se le cruza en cualquier arteria, el honor a rescatar en un duelo o apuesta de cualquier tipo, la mirada masculina penetrante que obnubila, el nunca llorar porque eso es de “nenas”, el socorrista musculoso que con mirarte basta, supongo que serán los casos más sonados que respondan a este estilo comunicativo. Que existen, existen. Pero, cada vez más es resistido por todos, salvo por los denominados machirulos.


Las polémicas son variadas. David Foster Wallace, el malogrado escritor norteamericano, llamó “los grandes narcisistas masculinos” a aquellos escritores americanos egoístas, amantes de la literatura del yo. Según Wallace, a su generación le tocó lidiar con el deterioro necesario de aquel valiente individualismo caracterizado por ser terriblemente narcisista, donjuán, despectivo y autocompasivo. Si el escritor necesita demostrar que su estilo lo es todo, podría representar que el ensimismamiento de un novelista no sea cuestión de género. El problema radica en que el porcentaje de escritores continúa siendo escandalosamente alto en hombres, con mujeres que continúan la lucha de abrirse paso. La literatura, si bien ya no es Homocrática -gobierno exclusivo de nosotros, los hombres- mantiene viejos prejuicios, donde se cree que lo fundamental es competir en todo momento. Y el competir es una particularidad cierta del cipotudo. No todos queremos competir, algunos solo queremos adquirir una voz, cotejar con otras, sin discriminar ni tener que estar pendientes de si somos iguales. Lo somos. Por eso, algunas veces nos enojamos cuando nos lanzan a la bolsa de cipotes.


El escritor machista no suele ver el machismo de sus textos. A lo sumo lo relaciona con un estilo. Si uno no escribe nada, no sale nada. Y el comprador desea lo que se les da. Peter Handke, escritor austríaco, alguna vez predijo que “escribir es estar atento a la manera en que vivimos”, lo importante de escribir debería ser el comunicar, no tanto lo que se comunica. Si me sirve, lo leo. Si no, lo dejo correr. Cipotudo es una palabra con la que me topé en esta semana, lleva danzando por el panorama de las letras ibéricas desde 2016. Seguramente se me ha de borrar de la memoria poco rato después de publicada la entrada. Tenemos tantos problemas y no nos damos ni cuenta que nuestra edificación mental no se nutre ya de la lectura o el pensamiento, sino de basura que desinforma o divide. La atinada escritora estadounidense Lydia Davis lo graficaba de esta manera: “Al final, en la mitad de tu vida, eres suficientemente listo para ver que todo suma nada, incluso el éxito no significa nada”. No estamos como para predicar la cipotudofobía…

 



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