viernes, 16 de julio de 2021

Cada cual tiene un trip en el bocho

 “Yo tengo la obsesión del viaje. Siempre creo que voy a solucionar todo yéndome”.

Adolfo Bioy Casares


Le comentaba a un amigo las últimas novedades sobre el estado de wassap de un conocido en común. Ante la duda de mi amigo por querer saber como estaba tan actualizado con el devenir de esos estados, mi explicación le satisfizo pero me alertó. Soy un constante observador de los estados de wassap no porque me interesen o los conteste, sino porque no soporto ver el punto que se forma al lado de la palabra Estados. Es por eso que cada vez que me conecto a responder o escribir wassaps y observo que está el famoso puntito, inmediatamente entro y de paso veo quien escribió un estado. Es decir, que con la respuesta dada, me sentí en parte en ese personaje obsesivo que confiesa Jorge Luis Borges en su cuento “El Zahir”, cuando una moneda no le permite aliviarse ante una idea fija.


Algunos pensarán la desesperación que guardo por igualarme -o al menos emparentarme con Borges- pero al razonar mi ansiedad por que se quite el puntito de la novedad del Estado wassapero, recordé que el genial escritor argentino confesaba en el relato haber acudido al psiquiatra por ese algo que puede determinarse como una obsesión. Zahir es una expresión de la mitología islámica del siglo XVI que significa “algo que una vez que se ve, no se puede jamás olvidar”. En el caso del cuento, se trata de una moneda, pero cuadra un pensamiento, una conducta, un reflejo que ocupe nuestra vida a manera de obsesión, que encierra un poder terrible que genera que el que lo ve, no lo olvide. “A fuerza de tanto pensarlo tal vez lo desgaste” indica el narrador Borges, un Borges ficticio o literario situado en su ficción. En todo caso, como le sucedió al escritor, al recordar mi pequeño comentario sobre el puntito, pude desarrollar mis pequeñas compulsiones relacionando con el cuento tal vez mas recordado de “El Aleph”.


La locura de la duda fue establecida por Freud para definir la neurosis obsesiva. Definido así por la presencia de las obsesiones en la vida, inquietudes como actos irracionales tanto como desagradables -en el fondo no es cómodo sufrir pequeñas obsesiones-. Se trata de un sentimiento ajeno al propio ser, del que no se puede librar y que rutinariamente, se ve perpetuada en su accionar, retornando una y otra vez en el pensamiento. Freud determinó que estas conductas compulsivas funcionan como ritual que no te protege, lo obsesivo se convierte en una religión interna o privada, que tristemente convierte al portador en un esclavo de lo que al principio se interpretó como protección a uno mismo. Freud también tiene una palabra para este derrotero: “neurosis de defensa”. No puedo evitar regresar a la moneda como símbolo que obsesionó a Borges. Parece difícil, una vez reconocida la compulsión, olvidar que uno mismo se puede convertir en el otro, con quien combate por sostener, prolongar, alimentar y justificar las obsesiones.


Las obsesiones son ideas que aparecen de manera recurrente en nuestra mente y que a pesar de creer que forman parte del ritual de la búsqueda de la perfección, tantas veces solo simboliza un grado elevado de malestar o ansiedad. Peor son las compulsiones, que tratan de neutralizar mental o conductualmente- ese grado de malestar, tantas veces fracasando, porque se convierten en manías. Comerse las uñas, sonarse los dedos, separar o comer primero las patatas y luego la carne, leer el diario comenzando por la revista o por la última página, llevar sí o sí un vaso de agua a la cama pero nunca tomarla, comenzar el día repitiendo rituales -el zumo mientras se pone el pan en la tostadora y luego la leche al fuego- son parte de nuestro día a día. Estos actos que no se consideran nocivos se complementan con otros como lavarse las manos varias veces, colgar de una manera determinada la ropa, tomar un café mientras se espera ansioso que otra persona deje de leer el Sport, acomodar un objeto adorno que no se usa pero debe estar siempre orientado de la misma manera, nos pueden dar seguridad y si se quiere -Freud mediante- nos producen bienestar.


Hay actos que nos pueden hacer enfermar, el TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) es una dolencia psíquica también conocida como la enfermedad silenciosa. El dos por ciento de la población mundial la padecen y tantas veces el desorden se confunde con ser perfeccionista, responsable o inteligente. Si son diagnosticados, la mayoría intentan ocultarlo por sentirse raros o locos. Y muchos que aceptan ser considerados raros no acuden a la consulta por el temor a ser diagnosticados. Tal obsesión surge para protegernos o aliviarnos, cuando en realidad no se termina nunca y no hay manera de romper el círculo. Podemos definirlos como rituales absurdos, no como cábalas, ritos, arengas o procesos motivacionales. Y esta claro que el puntito del estado es apenas un tic que de caer en un proceso de frustración o ansiedad, puede tener el mismo carácter de conductas reactivas como la obsesión compulsiva de no pisar líneas, de colocar simétricamente las cosas o obsesionarnos como el personaje de Jack Nicholson en “Mejor imposible”.

Un estado mental no responde a la distinción de blanco y negro, o de todo o nada. Debemos alentar a ser grises con presencia del cariño, porque además de la terapia cognitivo-conductual, es esencial reconocer las herramientas que nos permitan ser considerados con nuestros tics sin que lleguen a ser tocs. Pensemos que el maestro Borges fue supremo en la redacción de sus ficciones, que si me apuran, no fueron más que la representación y recorrido de contradicciones y cambios de criterio que lo inmortalizaron a un extremo que más que literatura o filosofía, lo suyo pueda ser considerado un testamento de sus obsesiones...

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