martes, 6 de julio de 2021

Ese día yo volví a reír

 “Son necesarios cuarenta músculos para arrugar una frente, pero solo quince para sonreír”.

Swani Sivananda.


Vivimos en épocas de cambios vertiginosos que hasta nos parecen normales, de tan acelerados que atravesamos la vida. Y somos cambiantes, pasamos de un tema a otro con total naturalidad, por no decir indiferencia. Si bien en el año dos mil trece me senté a escribir un blog con origen en la literatura, la sensación de tener una cierta capacidad de “detener” la velocidad con que vivimos para mirar lo que sucede me fue llevando de un tema a otro, obligándome cada tanto a regresar al ideario, a lo que leo. Pero muchas de las cosas que encaro en estos tiempos parecen distintas a mis otras veces y la diferencia estila, me acabo de dar cuenta, que he ido apartando la sonrisa de mi rostro y de mi vida.


Seguramente no abundan los motivos para reír. La vida no son las cosas que pasan, sino como te lo tomas cuando las cosas pasan. De ahí la importancia de la risa, quien junto al humor, ayudan como ninguna actitud humana a poder sobrellevar mejor aquellas cosas que nos suceden. Pero hemos tomado tanto a la risa, como al ridículo y a la vulgaridad en estrecha dependencia del aspecto social o cultural. Por que desde tiempos remotos, la risa ha sido una cuestión de clase. Ingenio, amistad y sinceridad fueron considerados por Aristóteles las tres virtudes sociales esenciales, pero siempre regulado por el refinamiento y educación. Platón vinculaba la comedia en lugar para los extranjeros y esclavos. Y ambos coincidían en la necesidad de limitar la costumbre de reír en público a los ciudadanos atenienses. No tenemos registros de dioses, héroes o guardianes que rían.


Por suerte, podemos admitir filosóficamente, que en el proceso de aprendizaje para toda la vida, la creatividad y sentido del humor son cuestiones que van de la mano para potenciar destrezas que incidan en la salud física, mental, emocional y hasta espiritual. La risa es necesaria y sana, la burla puede ser perturbadora y el insulto, divide o aleja. El ser humano es un animal que ríe, pero también lastima. El carácter cognoscitivo de la comprensión del mundo se ve beneficiado por la risa. Como todo, se debe comprender el momento y lugar donde ejecutarla, llevándola a la carcajada e hilaridad cuando se permita. Una broma sanamente ejecutada se puede considerar un acto creativo.


El humor debería ser recetado para los problemas de espíritu. Según estudios científicos, los niños sonríen de promedio, trescientas veces al día, mientras que un adulto ha resignado la magnitud de esa estadística a unas catorce a cien veces diarias. Debemos aceptar que con el paso de los años se resigna la capacidad de reír, y muchas veces los condimentos sociales, los estereotipos culturales adquiridos en la socialización, creerse importante o serio, pensar que es sinónimo de madurez, temer ser juzgado, el que dirán, parecen ser razones de peso para perder la espontaneidad de la sonrisa y solo utilizarla como elemento forzada cuando la situación convencional “lo permita”. Para algunos, la risa parece ser cosa seria.


Algunos tienen miedo de reír y otros saben que no son capaces de hacer reír. La perspectiva de perder el control ante la carcajada aceptada o no, genera terror en más de uno. La acción democratizadora de sonreír en realidad no parece ser para todos, aunque no exija capacidades especiales ni la pertenencia a ningún linaje. Pero asombra que cosas que a unos no les cause gracia, a otros le parezca hilarante. Y es ahí donde juegan elementos como la oportunidad o la aceptación de la sonrisa tonta. Una buena sonrisa debe ser el tótem contra la vulnerabilidad. Parodias, imitaciones o aberraciones no tiene que ser destino exclusivo de las clases bajas. Esa sonrisa pétrea sin comisura de la clase pudiente no puede ser el reflejo de refinamiento. La carcajada no puede ser sinónimo de mala educación. Culturalmente, nos hemos igualado en tantos aspectos, encontrando a gente de toda condición que da pena cuando quiere ser graciosa.


Hay gente que no tiene el don de la gracia. Conocemos a más de uno y no evita que perduremos una relación con ellos. Adhiero a la agudeza o viveza mental sin llegar al extremo de la picardía de obtener ventajas. El timbre de la risa no debe definir quién es o no grotesco. Hemos definido conceptualmente a la personas de acuerdo a como ríe y hemos errado infinidad de diagnósticos. Escandaliza sostener el axioma de que los hombres de estado o monarquías sonríen mientras que el vulgo se troncha a carcajadas con la boca abierta. No importan las clasificaciones, es menester comprobar que nos reímos menos. Que vivimos tristes, no serios. Esa sensación es la que no nos permite suavizar conflictos, limar asperezas, tolerar divergencias o expandir la imaginación. Todo hoy enoja e invita a clamar que pasan cosas serias -que es verdad que suceden- cuando debemos imponer que la risa es una cosa seria y la seriedad produce risa. No se pierde refinamiento por reírse, sólo sucede por reírse fuera de tiempo y momento.


Hemos pasado de reírnos de media treinta minutos al día a sólo un minuto. ¿No lo notamos? Aceptamos que gran parte del humor negro en realidad se nutre de un humor negativo, pero no todas las veces debe ser políticamente incorrecto. Ya no nos “podemos” reír de hechos que a otros les duela o los defina -atribuciones físicas o psíquicas- pero la risa es una medicina gratuita que no estamos gestionando bien su uso. Tal vez no sepamos que es buena referente en la formación del carácter y del aprendizaje. La vida tiene un largo peregrinar y habrá momentos en los que la risa no se pueda utilizar por más que se quiera. Debemos tener presente que han sido mejor nuestros días con la sonrisa cercana y que se debe trabajar por reconquistarla y recuperarla. A este mundo le está faltando humor, esta sobrando la vulgaridad del chiste fácil, sonreímos tantas veces por compromiso, necesitamos más de la ocurrencia y de volver a un estado primitivo, de tomarnos las cosas con gracia y regalar en cualquier momento del día una sonrisa kolynos...

 




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