jueves, 16 de julio de 2020

Me despierto pensando si hoy te voy a ver


La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”.
José Saramago

Cada veinte minutos llega el metro a mi pueblo. A partir de las diez de la mañana en este atípico verano de epidemia, y hasta pasadas las veintidós horas, comprobamos que el tranquilo lugar costero donde vivimos se convierte en Disneylandia, con un desfile incesante de adolescentes sin mascarilla de entre quince y diecisiete años, sin adultos ni jóvenes a su alrededor. Se vislumbra un comportamiento indiferente ante los problemas sociales y económicos que nos atañe a todos. Y ante la imagen reiterada que se pronuncia ante un nuevo día de playa, me acuerdo de él, quien se marchó hace diez años y nos dejó con “sus ciegos” carentes de solidaridad. José Saramago nos avisó que “un ojo aún viendo no es capaz de reconocer lo que ve”.


“Ensayo sobre la ceguera” nos incita aún hoy -fue publicado en 1995- a abrir los ojos, a observar y deducir que es lo que hay delante de nosotros. Saramago fue uno de los tantos que utilizó el recurso literario de analizar la manera errónea con el que el ser humano comprende y encara el mundo. Él no escribía porque le gustara sino por desasosiego al no gustarle el mundo donde estaba viviendo.  Su pensamiento literario mantiene una presencia esencial y una implicación con su comunidad, gracias a esa visión amplia que algunos han considerado “pesimista”. Contrariando el rotulo por el que se es tan propenso definir cuando alguien advierte del error reiterado del sistema, considero a Saramago un optimista, porque escribía a la espera de una transformación y lo hacía renegando de las utopías diversas que nos mantienen atrapados. Saramago a pesar de lo que se piense, siempre creyó en el ser humano aun albergando la cansina esperanza de conseguir un mundo más justo.

La ceguera puede representar varias funciones o perspectivas literarias: como motivo de deshumanización, como motivo de crueldad o maldad o como motivo alegórico o simbólico. Todas ellas encierran la curiosa sensación de que se le dice ciego al que no quiere ver o niega o no acepta lo evidente que ve. Podemos definir la novela como un alegato contra una manera de observar la realidad sin utilizar la razón. Se nos escabullen de las manos sensaciones continuas de injusticia, desigualdad, consumismo superfluo o falta de oportunidades que nos debería impulsar a un nuevo proyecto de humanidad. Pero ante la epidemia de ceguera que sobreviene en la pluma de Saramago, lo que se destaca es la crueldad que deshumaniza donde el escritor luso intenta con una alegoría demostrar no solo que el hombre no ve sino que tiene la obligación de cambiar la manera de conocer el mundo. La literatura de Saramago siempre se ha caracterizado por ser más de realidad que ficción, por algo hemos estado y estaremos confinados y ciegos en esta crisis de Covid 19.

La ceguera “blanca” impuesto por Saramago tal vez sea otro símbolo, que asocie la devastadora epidemia blanca como el medio para que la humanidad se limpie, purifique o supere todos nuestros obstáculos que ciegan nuestra realidad o perspectiva. Que la ceguera sea el mecanismo de limpieza, aprendizaje y renovación. Que de la vista se desprenda la lógica, coherencia o racionalidad que supuestamente rigen la humanidad. La ceguera colectiva demuestra el fracaso de la visión, que muestra ineficacia para controlar tanto los marcos como las convenciones de una sociedad cada vez más apartada de la lógica y seducida o arrastrada por la exacerbación de nuestros aspectos negativos. Lamentablemente la ruptura del frágil equilibrio que nos sostiene como sociedad ni siquiera genera ese cambio simbolizado en la limpieza, enoja la frase “de esta epidemia de Covid saldremos mejores personas”. Abusamos de racionalidad, pero no de su empleo, de su uso retorico que enmascara decadencia. La tribu adolescente y juvenil que hoy acampa desbocada por mi pueblo -y supongo que en el resto de las ciudades- simboliza y espero equivocarme, que el futuro mantendrá características negativas de insolidaridad, individualismo, falta de compromiso, infantilismo caprichoso y falta de incentivo. Y díganme que equivoco la metáfora que arroja todo el día los jóvenes habitantes del metro de Bilbao y de las playas o parques.

Y no es un problema solo de los jóvenes, estos siempre han simbolizado la edad del desarrollo, el momento de separación familiar para estar con sus pares, amigos, parejas, y el abrirse paso. Pero es en estas generaciones -sin generalizar pero reconociendo la tendencia- donde podemos observar que los diversos fracasos sociales se quieren perpetuar. Saramago no fue un filósofo, pero escribió como uno de los más sabios, podemos definirlo más como pensador que como escritor. Insistió en la necesidad de alertar sobre una nueva concepción de humanidad ya que sus historias se han basado en el escepticismo de una capacidad regenerativa, que no debería ser tan difícil, ya que a todos nos ilustran para ser seres sociables, educados y responsables y vaya a saber en que momento de la vida nos invade ese color blanquecino que debería ser pureza y parece solo ser el color del desastre colectivo…

PD: otro día podríamos divagar porque le decimos ciego al que no ve como nos degradamos. Porque aludimos a la ceguera cuando no somos capaces de percibir la realidad por no utilizar la lógica.

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