domingo, 19 de julio de 2020

Pocos juegan lo que tienen y envidian lo que imaginan


“Los que se quejan de la forma en como rebota la pelota, son aquellos que no la saben golpear”
José Ingenieros

Los gustos son individuales, lo que a mí me gusta a otros les espanta y viceversa. Como en botica, hay inclinaciones para todos. Y no solo gustos, tenemos diferentes juicios de valores. Lamentablemente, el orden social se suele sostener sobre las emociones de sus integrantes. Hemos renegado del criterio de compromiso intelectual en la búsqueda racional de la verdad. El mundo parece una parcela divisoria de amigos y enemigos donde el victimista es el héroe de nuestro tiempo. Y la victima cede paso a la manipulación teatralizada.


La manipulación del victimista ha comprobado que ser víctima otorga prestigio, generando un nuevo estilo de vida que se sustenta en una intención loable de modificar algún comportamiento erróneo o revindicar fragantes injusticias. Pero como en toda intención necesaria y loable, se desvirtúa en el tiempo con la mano del hombre y se convierte en el negocio de la eterna queja, quejarnos para no lograr cambiar nada pero inspirando el exceso en registros audiovisuales de líderes que pregonan el representar a las víctimas, quienes sienten la paradoja de observar más líderes que solucionadores. El dolor, mientras tanto puede aguardar por generaciones el cicatrizar.

Y es un tema sensible porque no todos se animan a hablar cómodamente de la manipulación del dolor. El victimismo es generalmente un estilo de vida, tanto para las personas como para agrupaciones sociales en pueblos, comunas y ciudades. El vivir en tiempos políticamente correctos ha llevado que en ámbitos diversos desfavorecidos se presuma que existan tanto víctimas como victimistas -que pueden ser víctimas o simulen serlo-. El victimismo es una actitud que se aprende o se lega, nos la podemos aprender nosotros mismos pero también las sociedades necesitan generar victimismo en nombre de la historia. Hay que saber matizar que podemos ser victimas de algo pero no caer en el victimismo, en esa sensación crónica de sentirse damnificado. El victimismo es muy adictivo, aunque intentes ayudarles, en el tiempo se generará un efecto contradictorio de rechazo. Se genera un bucle que hace que la gente ya no se sensibilice, se canse y se aleje. La victima se queda sola, el victimista en cambio, siempre consigue hacer ruido para seguir lucrando -atención o subsidio- o creer que sigue instalando una verdad absoluta que tarde o temprano comienza a cuestionarse, distorsionando la verdadera realidad que perpetuo víctimas. El victimista parece ser el principal enemigo del dolor injusto existente en la tierra.

Vivimos en el mundo de la queja, de la impotencia por la crueldad de los destinos. La culpa está instalada en una sociedad cansada y desilusionada, las excusas giran en torno a: el trabajo, los errores, ignorancia o indiferencia de nuestros padres, la vida, la pareja, el jefe, hacienda, el capitalismo, los demás, la mala suerte, el destino torcido, la realidad que nos rodea, enfermedades o disfunciones existentes, los genes, el futuro incierto -sin recordar que el futuro suele ser incierto ya que aún no existe-, las malas influencias -como si no fueran por algún motivo escogidas-, las malas decisiones -tanto nuestras, de nuestros padres, de nuestra cultura, de nuestros gobernantes- o una mala educación recibida o descuidada. Todos suenan motivos validos para contrastar nuestro victimismo pero no parece suficiente para avalar toda una vida de funcionamiento de un circulo vicioso, existe la posibilidad -sin determinar porcentajes- de pasar página y revertir la historia personal, familiar, comunitaria o nacional. El infinito no suele ofrecer un enfoque racional de solución de problemas.

El exceso de lenguaje, eufemismos y discursos, con la radicalidad del enfrentamiento parece que no elimina el prejuicio o desigualdad sino que lo eterniza, inflamándolo. No se trata de defender un canon de estatismo, el cambio necesita movimiento y acción. Pero en estos tiempos de listas reivindicativas la sensación es que se trata de eternizar la queja, hacerla política, manifiesta necesidad imperativa social. La queja eterna parece instalar la exageración en el ataque. Somos intolerantes en la aprobación del victimista, olvidándonos de la verdadera víctima. La infantilización de nuestros actos nos ha llevado a intentar impedir que el otro se manifieste, solo aspiramos a callarle, no a rebatirle. La sensiblería combinada con intransigencia ha arrojado el coctel de lucha social de estos tiempos. Todos somos “fachas”, los de derechas, los de izquierdas y los del centro.

El victimismo proviene del interior, es una decisión nuestra. Nadie nos obliga a sentirnos víctimas, lo bueno que tiene el sistema es que tantas veces entidades sociales programan proyectos sobre carencias detectadas que terminan fracasando porque el potencial usuario de ese proyecto no se considera necesitado. No se convierte uno en víctima por lo que le sucede sino porque deciden abrazarse a la victimización. Es una cultura del victimismo, una manera rígida de pensar con una tendencia facilista de enojarse y de culpar, solicitando la inmediata regeneración pero sin dejar de vivir en el pasado. Es gente que odia al carcelero pero no reconoce que en su caso, es el peor de los guardianes. Es gente que eterniza un discurso en vez de intentar liberarse de esa mentalidad prejuiciosa que le recuerde su victimismo.

No se trata de culpar a la víctima, no es esa la intención de esta entrada. Las víctimas no suelen tener oportunidad. Ser un sobreviviente requiere la aceptación de lo que le toca ser e intentar salir lo mas indemne de la situación. Se trata de buscar hasta el hartazgo la posibilidad de opciones, no quedarnos en esa triste realidad que a veces ofrece la vida, la de pequeños o grandes disgustos que condicionan o simbolizan grandes pérdidas. Las víctimas deberían ser las primeras en poder pronunciarse contra los victimistas pidiendo respeto y la posibilidad de gestionar o no minimizar consecuencias funestas para salir y seguir peleando. Vivimos en el mundo de que mi dolor es más intenso que el tuyo, en el planeta donde tú eres el culpable de mi sometimiento y en la sociedad del cada vez más preguntarse ¿ay, porqué a mí? y menos ¿Ahora qué puedo hacer para salir de esta?...

PD: El 4 de noviembre de 2013 escribí sobre algo parecido. Habría que ver si me contradigo o si he cambiado de opinión. A primera vista, hoy escribo más sucinto, tal vez cansado de ver pasar la vida con las mismas batallas no abordadas.

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