lunes, 4 de noviembre de 2013

El hombre en busca de sentido



Cuando recién comenzado el año 2008 nos sorprende desde Argentina la frase entre tantas frases dichas ese día: “odio a la gente como vos” quizás no nos dimos cuenta que como sociedad íbamos hacia atrás, que la evolución ya estaba estancada. No es que comenzó en ese reportaje la degradación, quizás ese día se confirmó un nuevo estilo, el de la ofensa permanente basada en el odio sin disimulo y el de que todas las partes se sientan victimas, perjudicados por otros.
En ese reportaje no era uno solo el agresivo, el entrevistador gustaba de su tono marginal y previamente había ofendido al aire al entrevistado. Es la pescadilla que se muerde la cola, según una frase utilizada permanentemente (dialelo o círculo vicioso). Y es el día de hoy donde nos cuesta discernir y ponernos de acuerdo con quien dice la verdad, todo lo que sucede es una conspiración del enemigo. Nadie cae a causa de sus errores e inmoralidades, todos son víctimas de conspiraciones.
Es España el victimismo es cosas de todos los días. No es de ahora, solo que las crisis enfervorizan esos victimismos, parece que se intenta sacar ventaja de ese malestar social. Derecha, izquierda o centro sacan a relucir sus dogmas y casi todos coinciden que la culpa o la responsabilidad es del otro. Y también, el que cae o asoma al abismo es un chivo expiatorio de alguna conjura. Y así avanza el hombre por su derrotero en la vida. No vamos tras la verdad, solo buscamos la distracción del show.
A causa del fallo de Estrasburgo con relación a la Doctrina Parot, he leído un reportaje al sacerdote Isaac Diez, director de salesianos de Deusto. En él explica la situación de las víctimas del terrorismo que ven como con este fallo se reabren de inmediato las heridas que no han podido aún cerrar, a pesar del tiempo. Y menciona la importancia que tuvo en su rol de terapeuta de familias deshechas por la violencia del terrorismo, el haber conocido la obra de Viktor Emil Frank, “El hombre en busca de sentido”.
Frank, tras perder en el holocausto a sus padres, hermano y esposa y sobrevivir a cuatro campos de concentración nazis, incluido Auschwitz y Dachau, creó la logoterapia o terapia basada en el sentido sobre la capacidad humana para superar situaciones y sufrimientos límite. Antes de la guerra  se había desarrollado en psiquiatría y neurología, además de haber estudiado profundamente el psicoanálisis de Sigmund Freud, con el que no coincidió en su postura determinista ni con su visión reduccionista del hombre.
Muchas veces me abruma la necesidad de sugerir este tipo de lecturas. En los meses de existencia del blog he recomendado varios libros generados en la supervivencia del holocausto. Y me atraganto hace un mes con la necesidad de insinuar un par de libros brillantes más, vinculado a ese momento de la historia, donde sobrevivientes o periodistas han contado su experiencia con una claridad y contundencia que irrita y duele, pero da sentido a la mayoría de las dudas que me genera el accionar de la maldad humana. “Un tren en invierno”, de Carole Modrehead y “Bajo una estrella cruel” de Heda Margolius Kovaly son esos títulos, pero de momento seguiremos con la obra de Viktor Frank.
“Quién tiene un porque para vivir, encontrará casi siempre el como”. Frank gustaba de citar a Nietzsche. Y en su alegato descansa el punto central del existencialismo: vivir es sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. En el campo de concentración, todas las circunstancias conspiran para conseguir que el prisionero pierda sus asideros. Todas las metas de la vida familiar han sido arrancadas de cuajo, restando la última de las capacidades de la que es difícil disponer: elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias. Es decir, que vamos a hacer para superar o encarar ese momento.
Por ese motivo, la obra fue fundamental para Isaac Diez, retomando la entrevista al cura salesiano. Al vincularse con víctimas de ETA, comenzó a aplicar esos métodos para intentar reconstruir a personas que estaban rotas a causa de la violencia. “El perdón es muy difícil. Para poder hablar de perdón se necesita que haya una relación personal y antes de hablar de perdón hay que hablar muy seriamente de la sanación, que es que la víctima recupere su autoestima y pueda entablar y vivir con naturalidad la relación con su familia, su entorno. Se suele hablar de reconciliación, entendiéndola como reconciliación con uno mismo, para aceptarse personalmente, y con el entorno” dice en uno parte de su intervención.
Inmediatamente le consulta el periodista si las victimas deben tener un papel importante en la política antiterrorista. Diez contesta: “El primer deber de todas las asociaciones de víctimas es ayudarse a superar el victimismo. Si no, ellas mismas sufren y hacen sufrir muchísimo. ¿Cuál es su papel?. Ese. Y el deber primero de toda institución es intentar que las víctimas salgan de su situación de victimismo. Si tienen que formar una asociación para defenderse quiere decir que nosotros no estamos haciendo lo que tenemos que hacer: ayudarles a que superen su condición y no tengan esa necesidad.”
¿Cuál es el principal obstáculo para que las partes puedan cerrar heridas?, le preguntan. “No es de partes, es de todos. Todos somos constructores y todos debemos aportar. Tenemos que celebrar los elementos positivos, porque lo que no se celebra, no se valora y muere”, contesta.
Cada vez que sentimos que nos pasa algo injusto que nos hace sufrir, caemos en el paradigma de la víctima. Muchos de esos sufrimientos son minúsculos, comparados con los grandes duelos por los que muchos deben atravesar. El victimizarse suele ser un estilo al que todos recurrimos. Suelen decir que de lo que nos pasa un 10% es lo que nos pasa y el 90% restante es la interpretación que hacemos de lo que nos pasa. Y depende de la actitud que tengamos ante la vida, ese 90% nos puede hacer creer que todo lo malo sólo te pasa a ti.
Sentirnos victimas todo el tiempo nos aleja de nuestro sentido de la responsabilidad, no podemos discernir nuestra parte de culpa en lo sucedido. Es lo que solemos denominar perder la perspectiva. Y si dejamos de lado esa óptica, no podemos aprovechar la experiencia de poder aprender de esa situación, de remediar el error propio o la agresión externa. Es un vicio en el que todos podemos caer. Quizás por eso llevo un tiempo que parece muy largo leyendo obras vinculadas al dolor extremo y sin sentido del holocausto. Porque creo que a pesar de que a mí me pueda no estar pasando ciertas cosas en la vida, la verdadera dimensión de víctima está en esos sobrevivientes. Y encima, me aportan claridad al dejarme compartir su drama existencial y para colmo de males, lo expresan con lucidez ejemplificadora, como tomando distancia de su propia historia. Y en estos tiempos, avergüenza ver el rol de víctimas que intentan ocupar los que no son víctimas, sino responsables. Y comprobamos con hartazgo como el que se victimiza nos manipula. O cree que lo hace.
El lenguaje no es inocente, genera realidades. El lenguaje es acción, tiene un impacto profundo sobre nuestro destino. Ante el drama de los campos de concentración, la mayoría de los sobrevivientes soñaba con poder decirle al mundo lo que había sucedido. Necesitaban compartir esa desgarradora experiencia. Pero solo algunos lo lograron, otros fueron optando poco a poco en encerrarse en su hermetismo, pasado el momento de la liberación prefirieron recurrir al ostracismo, a convivir con sus fantasmas sin hablarlo. “No sabíamos nada. Lo siento. Aquí también sufrimos” pudo haber sido alguna de estas frases las que los desmoralizó y no les permitieron reintegrarse a una antigua vida que ya no existía.  También están los que comienzan a contar y deforman la realidad, ese famoso 90% de la interpretación. Y hay un grupo que a través del lenguaje desarrolla una parodia. Y da la sensación de que son demasiados los pertenecientes a este género.
Posicionarte en el papel de víctima impide la autocritica. Y con las excusas y justificaciones perdemos la posibilidad de utilizar un lenguaje adecuado. Asumir esa responsabilidad nos puede permitir retomar las riendas de nuestra independencia y nuestra libertad. El cómo contar la historia de nuestra vida desde el lado del protagonista aun cuando se fracasa puede ser mejor que cuando nos justificamos o nos convertimos en damnificados. “Todo me pasa a mí”, “los demás no me entienden”, “no sé cómo puede portarse así conmigo con todo lo que hago por él o ella” , “me haces sentir mal”, “me sacas de quicio”, son frases de mecanismo de defensa que en realidad solo protegen a nuestro ego, que es el que ha fallado. Creemos que nuestra autoestima quedará intacta, pues nos aseguramos de creer que no ha sido culpa nuestra. Y muchas veces es un autoengaño.
Los colectivos de victimas no pueden salir solos de ese rol. Y el deber del que no ha sufrido ese dolor es apoyar pero tomando las riendas. No podemos exigirle que superen con facilidad esa pérdida o dolor, que perdone y tienda la mano o que acepté con resignación un indulto o una condena escasa. Muchas veces, esos colectivos quedarán varados en el limbo del dolor, del odio, de la angustia. Es el resto de la sociedad la que debe continuar. Y es la misma sociedad la que no debe utilizar esos colectivos como bandera para sus apetencias personales. Y esa misma fracción de la sociedad que enarbola esa bandera, generalmente termina utilizando un lenguaje similar de intolerancia al del agresor, no sabe reconciliar el mensaje, no sabe tender puentes para la transformación. Es a ese sector al que debemos exigir la evolución. Y parte de nuestros gobernantes o de los satélites que los circundan se disfrazan de defensores de derechos humanos. Y usan un lenguaje que contradice con su historial, con su pasado, con sus antecedentes. Y los que no hemos sufrido nos olvidamos del que en verdad sufre  y enfrentamos con la misma virulencia a esos impostores, pero también nos degradamos. Sigue la pescadilla comiéndose la cola.
El prisionero 119.104 del campo de concentración de Auschwitz,  Viktor Emil Frank, prefirió seguir viviendo desde el sentido. Luchó por su propia dignidad y no quiso sucumbir ante la lógica de las circunstancias por las que pasó. No quiso ser víctima. Se quitó de encima las losas que le propuso la humanidad y buscó el sentido de la felicidad aunque sea en un suspiro. Nos dejó “El hombre en busca de sentido” para ayudarnos a “leer” las conductas salvajes, brutales e inhumanas que los medios de comunicación ponen delante de nuestros ojos. Lamento recomendar otra lectura vinculada al holocausto, pero me da la sensación que seguimos sin aprender, seguimos dándole la espalda a la evolución, seguimos alimentando a los farsantes que no tienen nada que ver con las verdaderas victimas.

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