domingo, 26 de enero de 2020

Cuando estés mal, cuando estés solo


“Cada día que pasa, toma fuerza la nostalgia de un pasado glorioso que nunca existió realmente, pero que junto con el miedo al futuro, resulta una atractiva forma de fe”.
Hannah Arendt.

Es un sentimiento que marida entre la alegría y la tristeza. Se asemeja a una plaga que arrasa en este siglo y que estuvo viva su cepa desde el origen de la humanidad. En parte es esencial para un excelso desarrollo de las artes como la pintura, música, poesía o cine. Somos hijos de la nostalgia porque, casualmente, es un sentimiento que nos vincula con la niñez, con la adolescencia, con esos estados que han ido pasando y extrañamos. Víctor Hugo definía que la melancolía era la felicidad de estar tristes. Somos gente melancólica y para parte de la sociedad somos enfermos de depresión, de frustración, del desencanto.


Supongo que la melancolía puede ser el certificado que acredite que extrañamos lo que perdimos y que no terminamos de aceptar el presente. La melancolía es memoria. Somos conscientes de lo que dejamos atrás y es más que lúcida la sensación de que algún día hemos de morir. ¿Pero estas características en serio determinan que un nostálgico es un depresivo? Sí estamos ante una “enfermedad”, el sistema es la principal fuente de contagio. No nos da tregua, nos insiste en que el camino es correr, correr y correr, más allá de tener o no una localización GPs de donde debamos ir. Solo se piensa en el dinero o en los aspectos económicos, nadie se plantea que es lo que se puede hacer para que la palabra esperanza siga siendo una de la más utilizadas en todos los vocabularios pero que sea posible de una vez, verla implementada y no como hasta ahora, solo deseada o juramentada.

El sistema puede enfermar al melancólico y para peor, no lo asiste. Le pide que se cure, que se aplique a la medicación necesaria que le otorgue vitalidad cuando por ahí lo único que se necesita es un descanso. En este modelo social no existe espacio para la tristeza, ya bastante con la frecuente dosis de malas noticias y decepción, el alto listón sobre el éxito en la vida y el perpetuo sufrimiento por no obtenerlo. Pero en tiempos de inquietud, el carácter melancólico se acentúa. Y hoy nos manipulan con ese sentimiento perdido y que no se recupera. No nos hablan del futuro, solo mencionan ese pasado que tal vez hemos vivido y no sonaba como ideal, pero sí mucho mejor comparado con lo que se está gestando. La esperanza está en el pasado. La vuelta a los orígenes que se pregona no nos hace enfermos a los nostálgicos, convierte en fanáticos a los que se dejan manipular. 

Arendt dijo que el totalitarismo es el certificado de defunción de la pluralidad. De ahí que sea fácil para un político hacerse el cercano y definir identidad política con nacionalismo o superioridad étnica. Es por eso por lo que creemos que la melancolía es patológica, alimento de los tiempos turbulentos, cuando también se debe mencionar la melancolía saludable del que cree en los mecanismos de reflexión, solidaridad, creatividad o compasión. Pero la palabra melancolía está desapareciendo de nuestro vocabulario, resiste en la poesía o en la canción romántica. Esa melancolía es fundamental para la creación y para la conexión, aunque crean que un melancólico está aislado, no lo está, se empecina en permanecer al margen a la espera de que surjan más personalidades que no segreguen sino que unifiquen.

El melancólico debe tener conciencia del tiempo y en no querer que se repitan los mismos errores. También sabe que los fármacos no mejoran los estados de ánimo, solo los oculta o posterga. Porque la melancolía es un sentimiento o tal vez un estado de ánimo. ¿Y eso es malo?, el interrogante no es fácil de responder pero para poder continuar con la creatividad artística o intelectual -como mencioné en la presencia de la melancolía en el arte o postulación- es esencial el máximo grado de libertad para atemperar la realidad. En ese momento, la melancolía no parece ser un vínculo con la depresión sino una especie de intuición. En este contexto es difícil que se pueda afirmar que el nostálgico tenga un encarnizado combate contra su miedo al vivir, sino que puede ser un inconformista que le cuesta aceptar como se tiene tanto miedo al vivir en reflexión, recuerdo o siendo critico consigo mismo y con los alrededores.

Es difícil que logremos la tranquilidad del alma, improbable que en esta botica que llamamos vida se encuentre la dosis adecuada de lo que se necesita. A cambio se proponen medicamentos que narcoticen las esperanzas y la tensión del ánimo hacia un futuro donde ser alegre no signifique sonrisa tonta o fácil. Algunos, como afirmaba Aristóteles, no buscamos goce sino sólo satisfacción. En estos casos adhiero por la melancolía del autoconocimiento largo, complejo y permanente, prefiero ese motor creativo que ofrece la posibilidad de rescate como nacimiento constante ante el agujero negro de las ambivalencias, para tratar de que no sea tan oscuras. El ser humano debe ser ambivalente, nos acerca mejor a la verdad posible de nuestra existencia. Sepamos diferenciar y validar nuestra sana melancolía recordando a los exitosos del sistema que esa colera, enojo, desidia y abandono que profesan no es más que la triste depresión porque sus almas no conmueven…

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