lunes, 13 de enero de 2020

Que no hay que pescar dos veces con la misma red


“Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también”.
Primo Levi

Somos tendencia al olvido. Tantas veces evadimos la realidad, nos proveemos de máscaras o personajes que se aferran a ilusiones, tal vez, por temor a enfrentar lo que somos o lo que no podemos ser. Pero si no conseguimos hacer frente a la historia, igual hablamos como si aprendiéramos todas las lecciones y estuviéramos presto a nunca repetirlas. Tenemos la propensión a deshacernos de muchos recuerdos, algunos eso sí, innecesarios. Tantas veces nos ilumina el olvido premeditado de lo que decimos que no debe volver a suceder pero que en realidad, no deseamos recordar. En parte es una encerrona estéril, ya que somos de lo que fuimos y de lo que soñamos con llegar a ser.


De los hechos históricos de la primera mitad del siglo pasado, apenas queda historia viva. La historia no deja de ser una narración y tantas veces la consideramos un género literario pero que obliga a un gran esfuerzo: no se trata de si se comprende, sino que a pesar de que nos acercamos a sucesos, situaciones o incluso procesos históricos pasados con la intención de comprender la complejidad humana, tantas veces no logramos situarnos en una época distinta, en una concepción distinta de las actitudes sin modificar la comodidad o seguridad de nuestros tiempos o valores, por lo que no podemos asumir con raciocinio que aquellos otros seres humanos hicieron lo que fuera que hicieran. De ahí que no muchos vean el pasado como nuestra ruta presente y no puedan ayudar a colocarnos ante el mundo en el momento concreto en el que nos encontramos. Esto puede significar, siendo conciso, que aquel gran error que juramos no repetir se repita, en otra escala o dimensión. Pero se repita. Y por eso se necesita historia viva que nos recuerde los sucesos sufridos.
Las ideas se quedan sin argumentos cuando se las enfrenta a una evidencia física que demuestra un trágico final, un cuerpo inerte, una perdida absurda. Estarán los necios o fanáticos que intenten negar la realidad, pero como la memoria evoluciona hacia el olvido o tergiversación, debemos recurrir a pequeñas muestras que nos sirvan de ayuda memoria. Parte de esa ayuda remite el proyecto “piedras doradas” o “Stolpersteine”, que en alemán significa tropiezo, en este caso una dificultad mental que obliga a la gente a tropezar con la cabeza y el corazón ante una placa en el suelo que recuerde algún crimen. La idea del proyecto es de Gunter Demming y consiste en placas conmemorativas de bronce en el pavimento frente a la última dirección en vida de toda victima del nacionalsocialismo de Adolf Hitler. Es una idea que alcanza la vieja máxima del Talmud, donde “una persona se olvida cuando se olvida su nombre”.

Este proyecto conmemora a cualquier perseguido y/o asesinado por el régimen nazi (judíos, gitanos, testigos de Jehová, homosexuales, personas con discapacidad mental y/o física, por opiniones políticas, religiosas, orientación sexual o el color de su piel). Su objetivo esencial es recordar los nombres y destinos de las personas, donde vivían para poder ayudar a sus familiares a mantener el recuerdo y sobrellevar el trauma. Le puede ayudar a las diversas comunidades a explorar el pasado, debatir e involucrar a las nuevas generaciones en el respeto y no atentar con el olvido. Si miramos hacia abajo debemos procurar tener la mente abierta para no repetir circunstancias similares.

La mayoría de turistas que recorren Berlín y varias ciudades alemanas no las reconoce (existen alrededor de 17.000 piedras doradas y solo en Múnich se ha prohibido su colocación). Vivimos a velocidad que no permiten mirar por donde pisamos. Pero el proyecto ha superado las barreras alemanas, registrando “Stolpersteine” en países como Austria, Bélgica, Croacia, República Checa, Finlandia, Francia, Grecia, Italia, Hungría, Lituania, Luxemburgo, Moldavia, Países Bajos (The shadow wall), Noruega, Polonia, Rumania, Rusia, Eslovaquia, Eslovenia, España (450 placas), Suiza, Ucrania y saliendo de Europa se registran stolpersteine en países como  Argentina o Palestina, lugares donde muchos debieron refugiarse del régimen persecutorio nazi.

Se las confeccionó de latón con la intención de que los transeúntes las mantuvieran lustradas y pulidas por el roce de las suelas de sus zapatos. Pero en general, la mayoría de los transeúntes no pisan sobre los stolpersteine. A diferencia de Alemania, hay países donde se conformaron grupos que limpian y pulen periódicamente las placas. La colocación de las placas tiene un pequeño secreto, están montadas sobre las aceras y tienen un ligero desnivel que obliga muchas veces a tropezarse con ellas y con el pasado. Al percibir el desnivel, el transeúnte se detiene e inclina para leer la placa por lo cual ya es un tributo hacia una persona que seguramente no ha tenido tumba, sepultura o lápida. La placa se convierte entonces en un lugar de su memoria.

Puede ser interpretada como una lección para aquellos que niegan o reniegan del pasado. “Quien olvida la historia está condenada a repetirla”, puede ser una máxima obligada en estos tiempos algo oscuros donde transitan nuestras almas. Todo aquel que ha caminado por los pasillos de Auschwitz sabe que la conmoción es intensa al momento de visualizar filas y filas de retratos fotográficos de internados hombres y mujeres que murieron producto de la explotación, desnutrición o cámaras de gas. Ver las imágenes de miles de personas conmueve bastante más que la fría narración de la historia. En el caso de los stolpersteine, la persecución nazi se vuelve nítida, constante y concreta cuando las nuevas generaciones pueden observar absortos como en su propia ciudad, barrio o edificio habito el horror y el posterior olvido. Porque hay que recordar, aunque parezca un incordio, es que solo somos habituados al olvido y cada tanto nos deben recordar adonde vamos y de dónde venimos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario