sábado, 7 de julio de 2018

No me sigas, no sé dónde voy


“No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”.
Arthur Schopenhauer

El sentido crítico puede ser uno de los valores que mueven a un escritor. Su fuente de creación puede y debe ser diversa, pero en el conflicto surgen los mejores interrogantes, las tramas más afiladas, las conclusiones más redondeadas, la improvista problemática. Algunos escriben para divertir, otros para distenderse, varios para ser olvidados, algunos para trascender. En todo caso, la escritura se nutre del cuestionamiento, es difícil que uno aprenda a escribir desde las soluciones, la pluma y el verbo se perfeccionan desde la problemática. Pero a veces, mirando hacia atrás, encuentro mi escritura encharcada entre tantos improvistos existenciales, como perdiendo frescura. Algo en mi interior pide un cambio y de momento, mientras esté como ofuscado, no logro reorientarme ni reinventarme.


La literatura ha dejado hace tiempo de ser una novedad. Pero está perdiendo su capacidad de sorprender. Al mismo tiempo, es más fácil escribir, mostrar, compartir y comerciar una creación literaria sin necesidad de estructuras o instituciones añejas. Seguramente es un cambio de paradigma, porque es indudable que se escribe para ser leído, para subirlo a la nube o a un dispositivo, cediendo parte de esa intimidad creadora en pos de modelos y técnicas creativas que solo se remitan a lo que se escribe, pero no a su análisis ni a su contenido. Nos aislamos para interactuar, pero la lectura no parece ser el mero fin, la crítica no interesa, prima la curiosidad por no profundizar y sentirte liviano, el conocimiento no es el objetivo, pero internet está lleno de información. El arte es el escribir, aunque no interese tanto el asunto ni contenido signifique argumento.

Me han regalado el concepto de escritor denso. Y en verdad, es el estado que hoy me representa y asfixia. Y es grato pero preocupante que, entre tanta letra suelta, se me señale como denso. Si no fuera porque mi personalidad lleva un tiempo que se siente espesa, aletargada y apelmazada, sería un halago desmedido el haber alcanzado tal distinción. Pero en este momento que se escribe por distracción no parece ser una galantería esta concepción de mi identidad. Quizás el arte de escribir lo siga sintiendo como en parte, desnudarme. Y en ese desvestir no siento erotismo al descubrir quién me siento ser en estos momentos.

Transito por un pesimismo de mi inteligencia, pero no me veo desanimado. A veces, me leen con desasosiego y mi sorpresa es mayúscula, a través de relecturas donde busco confirmar que ese pesimismo está latente, me releo con temor a encontrarme desmoralizado. Reviso mis publicaciones y creo comprender que escribo sobre una realidad, la mía, donde valorizo los fenómenos que elijo para desarrollar y espero seguir esa desafiante manera de ser distinto, pensando que la realidad no es mala ni agobiante, que para lo que a algunos el pesimismo es un defecto que pesa sobre la realidad, para mi es apenas, un supuesto optimismo realista como virtud. Pero es verdad que, en mi interior, hoy hay conflicto.

Las ideas se recogen de la experiencia propia, mayoritariamente. Pero no siempre surgen del momento actual, tantas veces nos adentramos en el pasado para hacerlas presente. Y la experiencia propia no significa solamente de uno mismo. En mi hábito personal me puedo nutrir de información cercana, de mi entorno inmediato, de mi círculo aledaño que me ha marcado o influido, o lo sigue haciendo. Los mitos o estereotipos adquiridos, la cultura heredada, la educación recibida, los libros o enseñanzas con las que topamos y la actualidad que nos difunden se debe mezclar en el interior para gestar ideas. La concepción se debe luego objetivar para que el lector se pueda representar, haciendo propia la experiencia de lo que está leyendo, pero nunca distanciándose del escriba.

Nuestra época está marcada por la explosión mediática y la digitalización generalizada que deja algunas dudas sobre si hablamos de riqueza o pobreza de la actividad publicada. Mi escritura pone en juego la pulsión entre la necesidad de agradar para ser reconocido o darle un sentido a mis actos o pensamientos. Encaro la escritura desde la observación sin maquillaje, observando el mundo tal como se me presenta. Encaro este momento personal mío como una crisis anodina de identidad, sabiendo que escribo sobre la realidad, aunque no me resulte placentero, porque sin mediar más hipótesis, reconozco que estoy en crisis, viviendo sobre la sombra y aspirando a no errar en un modelo inadecuado durante un tiempo indefinido. Depresión es sinónimo de crisis, igual que crac. El pesimista decide ver negativo lo que depara el futuro, mientras que el realista avisa que describe una situación y espera las mejores probabilidades, a pesar de la penuria de tener que advertirlo. Espero que lo denso sea sinónimo de vida, que permita agilizar el cambio sin perder parte de la esencia ni estilo, para confirmar que, a pesar de estar en crisis, uno sostiene la libertad de expresar la realidad para arrimarse un poco más al alba que al ocaso…

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