sábado, 30 de junio de 2018

Porque si nada queda nada da


Habla para que yo te conozca
Sócrates – Filósofo griego.

Se solía recurrir a una diversidad de vocablos o registros para hablar, todos dependiendo del interlocutor, circunstancias o ambiente donde se desarrollaba una conversación. Teníamos la facilidad de adaptar nuestro vocabulario al entorno y lo hacíamos como cuando se cambia la marcha del coche o se pedalea en una bicicleta: automáticamente. No era lo mismo dirigirse a un jefe, padre, amigo, extraño, vecino o abuelo. Y no fingíamos ni hacíamos esfuerzos o concesiones. Podíamos no tener una cultura desarrollada, pero si la capacidad de comprender que no todo lo dicho era para todos o para todo momento. Eso ha cambiado y la palabra que se me viene a la mente para graficar dicho cambio es… empobrecimiento.


El empobrecimiento del lenguaje ha afectado rotundamente al empobrecimiento del pensamiento repercutiendo la comunicación entre los hablantes. Se han debilitado los conceptos, se confunden los términos, se usan muletillas -tal y cual, ya te contaré, y eso, pues eso, la cosa esa, un esto- que vienen a reemplazar a un léxico que se desconoce, lo que genera el problema de construcciones vacías, del uso permanente de la vulgaridad y palabras comodín que sirven para todo pero no sirven para entender nada -esa pava, ese tío, a la puta calle, que rollo, no te enrolles, que chungo, mierda de tío, como está la peña, flipao, sabes, es muy guay, cagoendiez – que en vez de hacernos sentir vacíos, parece darnos entidad, orgullo, estatus. Ser mal hablado, no razonar ni construir pensamiento parece ser el signo distintivo de este momento, lo que nos lleva a pensar que es la forma de romper con los convencionalismos o hipocresía de nuestros antecesores.

Por qué hablar o expresarse mal parece ser genuino. En los medios de comunicación se instaló el concepto de hablar mal para ser cercano, para ser directo, para no ser hipócrita. Hablamos el lenguaje de la gente, es el escudo utilizado de los que propagan estos virus, y la palabra no es baladí, ya que el mal uso de la palabra y el razonamiento se han vuelto contagiosos y han rebalsado el planeta de gente tan sincera y espontánea que te raja a la “puta” cara sin que venga a cuento lo que se mente, aunque no de esta forma porque desconocen el uso de la palabra. La gente ahora es moderna al hablar extraditando el uso correcto de tantas palabras que ahora suenan vetustas, reemplazándolas por procaces que suenen contundentes para poder regodearse. En este bloque me he desquitado utilizando varias palabras olvidadas, desperdiciadas o retiradas.

Por otro lado, abundan los razonamientos falsos a los que pocos pueden reconocer o desenmascarar. Quizás dicha carencia sea el reflejo de la incultura reinante, de esa mezquindad ideológica que no es ideológica -se confunden conceptos todo el tiempo modificando la precisión de una palabra- y solo es ignorancia. Desacreditamos la palabra, el razonamiento, el dialogo fundado porque hemos olvidado o dejado de enseñar el valor de la lógica del pensamiento. Al errar con la correcta acepción de una palabra o concepto, creemos que hablar mal es enfrentar al elitista, aquel al que sentimos partidario de una alta cultura y debemos confrontar porque es el opresor o pensamiento de derechas; eso sí, lo rebaten sin argumentos y con las reglas de la violencia o intolerancia, matizado por grageas cursis con sentimentalismo certero a las que ostentosamente se denomina cultura de masas. Esas reglas están protegidas por la manipulación, mentira, atajos, o el reduccionismo entre complejo o sencillo, denominado progresismo.

Todo es un zasca -la vieja bofetada verbal o si se quiere vulgar, pero de color sepia: chupate esa mandarina-  y a todas horas. Porque nos hemos crecido y opinamos de todo, sin fundamentos ni paciencia por investigar, aunque sea unos minutos. Al reducir a la mínima expresión el vocabulario se simplifica enormemente la realidad, la generalización de los modos nos ha vuelto toscos y uniformes, por lo que la diversidad pregonada en todo discurso progresista es una falacia: si pienso y luego si pienso distinto, te van a entrar a saco. Da la sensación -y espero que sea así – que esa uniformidad proclamada es en sí, un mero mecanismo de defensa producto de la inseguridad y miedo de no saber opinar de manera clara y tajante. Claro está, que como se tergiversan los conceptos, hoy ser tajante es ser contundente y para contundencia lo mejor es el grito colectivo. Y ser claro, es solo ser chabacano o marrullero.

La vulgaridad solo ha permitido descubrir la jerga anodina pero pedante, porque todos se contagian por despegarse del buen hablar, meditar y razonar ya que la simpleza y zafiedad es hoy admirable o deseable y no insufrible como yo lo siento. Vivimos una jerga que es fruto de la exclusión, aunque la hemos incluido en nuestras formas de vida. Hablamos como vivimos y debemos estar viviendo como el “orto”-permitido el desliz para demostrar lo fácil que irrumpe el lenguaje dominante como foco de infección-, parafraseando el empobrecimiento de la visión de la realidad, dándole la espalda a las Humanidades en el plano educativo por el contrasentido de ser más humanos. La imitación ha gestado gente sincera, con o sin posibilidades de formación, que perdieron o no les enseñaron el modo de decir las cosas, que se conforman con alusiones vagas del tipo: “tú sabes lo que te quiero decir” o “tú ya me entiendes” cuando en realidad solo sé que no sé nada…

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