sábado, 9 de junio de 2018

No es tiempo para hacer un cambio, simplemente relájate, tómalo con calma.


Pero toma tu tiempo, piensa mucho, 
piensa en todo lo que tienes. 
Por ti estas cosas estarán aquí mañana, 
pero puede que tus sueños ya no. 
Letra de “Father and Son”, de Cat Stevens.

Es una secuencia normal en mi vida. En épocas de examen, mi escritura se difumina hasta desaparecer. En realidad, se traslada a nuevos resúmenes sobre intervención social, métodos de investigación socioeducativa, educación ambiental y otras tantas asignaturas que van de lo mismo, de todo lo que debemos proyectar ser y porque somos humanos, no solemos ser pero debemos tratar de intentar mejorar en lo que deberíamos ser. Pero extraño mi escritura a nivel que, si no me siento raudo a retomar el blog, lo voy a dejar desaparecer. Es así de extraño mi vinculación literaria con la vida, y con este blog.


Parece que no encuentro temática y la primera entrada post exámenes solo trata de balbucear caracteres para dar forma a un texto. Es como el renacer, temblar para estabilizarte, tener miedo para hallar la seguridad, ver lo oscuro para encontrar algo de luz, desear la compañía de mi vocabulario para seguir estando a solas con mis letras, seguir buscando la humanidad entre la deshumanización que a veces, me gobierna. Para aquel que nunca pudo sentarse a practicar el ejercicio de escribir, es como vibrar por una emoción o excitación y perder en parte la cabeza, para cometer un dislate. Ese instante tan emotivo como cuando sabes que vas a apartarte de la rutina y del convencionalismo y algo ha de suceder. Lo único, que, siendo tan predecible y estructurado, lo que habrá de suceder es otro argumento cíclico en mi eterno cuestionamiento.

Pero si no tuviera entre mayo y junio los exámenes del segundo semestre de la universidad, también me enfrentaría a un desgano o desmotivación que incluye a esta bitácora. Crisis de mediana edad, mal momento anímico, sucesión de contratiempos, achaques de salud, anemia anímica, replanteos, mal momento, ya no sé cómo definirlo, pero lo que predomina es una sensación de impotencia o resignación que me lleva a perder frescura en el tipeo, porque siento que me empantano en cuestionamientos sin retorno, en suplicas de actitudes que se seguirán perdiendo, en momentos donde la carcajada no me sale, donde la tristeza puede alcanzar ribetes de infinito. Y cuando pienso que se seca el bosque, me siento y ya voy por la segunda carilla.

Escribo en esta botella, pero nadie logra descubrirlo. Algunos se topan con el papel enrollado en el frasco que deriva en el mar de la virtualidad, pero no me contestan, no me ofrecen coordenadas para saber que no navego solo. Es duro porque el ego del escritor no le permite reconocer que escribe para ser leído, pero uno piensa en voz baja y caracteres tamaño once de una letra verdana para que lo miren, para que le digan, para que le cuestionen, pero no para nada. Hace 1.833 días que me conecto en este blog, poco más de cinco años, y mirando la primera entrada, vaya paradoja, compruebo con su titular “compartir más que un café”, que hoy estoy pidiendo que me compartan como aquel acto solidario que me llevo a inaugurar el blog: un café solidario. Mis seres cercanos saben que escribo, pero yo no sé casi nada de lo que piensan sobre lo que escribo. Y noto que lo que a mí me apasiona, a la mayoría no le atrae, porque si yo no hablo de lo que escribo, nadie sacará el tema. Y busco alternativas, distracciones, hobbies y vuelvo al blog. Así desde 2013, el año que recuperé una voz que llevaba perdida más de una década.

Quien aprende a mirar siempre está escribiendo, aunque no escriba. Porque el que no sabe mirar no puede encontrar el famoso qué para contar. Lo que no se ve, dice más que lo que se ve. Un texto crece cuando se lo lee, pero el escritor crece más cuando no se lo lee y no se resigna. Crece cuando bucea en su interior y las dudas o la inseguridad lo desnuda, pero no lo denigra. En este ejercicio de pedir sopitas que es este texto, me doy cuenta que no es una crisis histérica de inspiración, no soy un escritor sin letras, solo soy un autor sin el eco de su sonido, pero que debe escribir y escribir para ser un creador anónimo e ignoto y no un legado de masas.

En este regreso debo ser breve, es como calentar un motor calado hace unos meses. Debo recuperar la sensación de que la velocidad de tipeo me inspira, me da la seguridad que conservo el don. En estos tiempos donde me replanteo casi todo creo que necesito más que nunca la escritura, por eso esta entrada 315 es un despropósito pero de lo más arriesgado, porque deben ser pocas las personas que en un despropósito puedan decir tanto como lo que creo que digo, que me siento en una botella, que estoy perdido, que tengo poco combustible, que no escucho otro eco que el de mi tipeo en esta portátil, y de que no me habrán de leer, para obrar el milagro de este mágico internet donde la virtualidad es sinónimo de interactuar. Pero debo escupir este lamento de viejo cascarrabias para escribir en breve sobre las mismas cuestiones, sobre los mismos interrogantes, sobre los mismos estados de ánimo que me acompañen, sobre las mismas miserias o culpas pero que en el fondo, bien en el fondo de esta oscuridad, quieren ser mensajes para razonar una luz de optimismo. Aunque hoy, al regresar de los exámenes pueda estar amargando a los pocos que conocen la contraseña que abre la puerta de esta bitácora…

Entonces de momento, sigo…

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