martes, 29 de mayo de 2018

Que hasta el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella


“Tiene razón Freud, hay una sola sexualidad, una sola libido – la masculina”.
Jean Baudrillard, filósofo y sociólogo francés.

Una enorme mayoría lo ejerce por necesidad, engaño u obligación. Cuesta reconocer la confesión sobre el ejercicio de dicha profesión u ocupación, se vive escondiendo que es lo que hace para ganarse la vida, y tantas viven escondidas para que la mafia que las engañó disimule que se trata simplemente de trata. La libido lleva tantas veces a pensar que se trata de un universo de sensualidad o glamur y no decadencia, penurias y denigración. La caratulan la profesión más vieja del mundo, y de a poco se intenta cambiar la perspectiva, se tiende a pensar que no solo se debe atacar la mafia que la esclaviza, sino al cliente, aquel ser misterioso que generalmente se encuentra tan protegido y sobre estimulado para consumir prostitución. Es una palabra en boca de todos, que reconocen consumir bien pocos, pero como la droga y la corrupción, están presente en la idiosincrasia de las ciudades. Las llaman entre tantas formas, putas, y existe una prostitución afín a cada clase social existente.


El sexo mueve montañas y en comparación con la literatura y otras expresiones artísticas, se hermanan en el hecho en que venden paraísos artificiales y tantas veces, placeres fingidos. Pero siguen vendiendo, a pesar de ser la encarnación de una naturaleza o pulsión irrefrenable dotada con el brillo opaco de una mercancía. En un mundo donde se subsiste a toda costa, se transige con una naturalidad que nos desnaturaliza que se trafique con la integridad de las personas. Están las que lo condenen y juzguen, definiéndolas como inmorales, prostitutas, rameras o golfas. Están los que entiendan que son seres humanos y no engañen ni desconozcan una realidad controvertida tan vigente, mirándola desde la severidad y tranquilidad de una pantalla. Es difícil que se deje de “ir de putas” pero se debe aspirar a que la prostitución deje de ser una actividad naturalizada.

Parece no existir un perfil particular de clientes, de hecho, siguen siendo invisibles. Referirse a la prostitución, es poner el énfasis en la prostituta o su proxeneta y los burdeles, pero un manto de inocencia protege a los usuarios o consumidores, aquellos que fomentan, consciente o inconsciente, que exista la trata. El cliente sigue siendo el mayor prostituyente, ya que, aunque quieran perfilar su participación como secundaria, no se trata de una secuela de un flagelo existente, sino que son los que hacen posible la continua explotación de mujeres o niños. Y en materia psicológica, siempre nos toparemos con la negación, ya que el cliente rara vez se hará llamar cliente, nunca aceptará su condición. Se trata de gente cualquiera, de diversas profesiones o condición social. Con o sin educación, gente desestructurada o con familias consolidadas. Casados o solteros, religiosos o ateos, sanos o enfermos, adolescentes o maduros, quienes no solo sostienen o refuerzan la vigencia de la prostitución, sino que alientan o estimulan la continua proliferación de elementos exóticos o sofisticados, que rozan lo perverso.

La prostitución, ritual preponderante masculino antes limitado a un secreto exterior de los dominios del macho, ahora vence esos pruritos puritanos y se mete de lleno en el seno del hogar gracias al periódico, revistas, películas o videos del ordenador o teléfono móvil con sus citas, a través del excelente marketing que representa lo pornográfico, disfrazado de spam pero que impacta en todo tipo de link de aplicaciones que se comparten -el otro componente que ingresa de arrebato en nuestros ordenadores son las apuestas deportivas, ya que las drogas y la venta de armas aún requieren de una búsqueda más disimulada- . Ya no se resiste el horario de protección al menor, ya que nadie se encuentra bajo protección sino a expensas del deseo, curiosidad, sometimiento o empoderamiento de las fantasías. Ese ritual preferentemente masculino en su ceremonial intenta incorporar el entusiasmo en la pareja por compartir el porno como estímulo para la imitación, pero así todo se sigue consignando como una actividad puramente representativa del hombre.

Existen actividades representativas y destinadas a reforzar los ideales o tradiciones varoniles, tal la guerra o el futbol. Por eso, no resulta extraño comprobar que donde haya guerra o futbol, bien cerca estarán las prostitutas. En mes del mundial, y ante el refuerzo de seguridad policiaca para erradicar actitudes de violencia entre simpatizantes de distintas nacionalidades, la pasión por un balón tendrá un significante similar de pulsión durante las noches, con la masiva concurrencia en busca de la prostitución y la trata organizada para la anhelada representación de las propias fantasías y peores instintos. Puede ser un mito sobredimensionado que nieguen los países organizadores, pero la verdad es que suelen repartir preservativos como medida precautoria entre los concurrentes a la balompédica cita.

El último interrogante para desarrollar y revestir la cortina protectora hacia el cliente protegido es determinar el grado de complicidad generado entre varones para naturalizar el consumo de prostitución. Narcisismo, necesidad de autoestima, represión sexual, homosexualidad reprimida o un desmedido amor propio masculino pueden estar a la cabeza de las suposiciones. Parece ser el código secreto para pertenecer y ser aceptados en el universo de los varones. No es tanto el sentirse solos o necesitar contención especial, sino más bien pagar para garantizar que el temor del deseo insatisfecho de la mujer no perturbará porque el reembolso anule esa responsabilidad, y se posea el control de la fantasía en todo momento. Y también el sentir que se puede exigir cualquier cosa porque existe una retribución monetaria que permite disimular que en el fondo se denigra para obtener un raro y efímero placer.

En cualquier calle, en las cercanías de polígonos industriales o zonas fabriles, en clubes de alterne, del brazo de deportistas o empresarios, la imagen de un crisol de razas ofertando prostitución es moneda corriente. En las sombras, mientras tanto, personajes que se presumen siniestros, cumplen la rutina de la vigilia. La trata de personas es una mafia de lo más consolidada. Las necesidades y penurias económicas garantizan que el stock crezca, y que la esclavitud que se sufre durante años -trabajo esclavo, retirada de documentación, deudas fantasmas, incomunicación e invisibilización- se convierta en en el motor de la ilusión para que algún día se salga de ese círculo vicioso. Mientras tanto, en este continente, por ejemplo, se sigue pulsando las bases de una sociedad más justa e inclusiva, para al terminar la arenga, ese prototipo ideal del masculino occidental implicado, se muestre cada día menos sigiloso en el consumo masivo de fantasía y dolor, eso sí, siempre ajeno…


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