martes, 15 de mayo de 2018

Vaya, tú sabes, todos queremos cambiar el mundo


“I hear a very gentle sound, with your ear down to the ground, we want the world and we want it now. Now? Now!”.
Letra de “When the music is over” – The Doors

“Cuando la música se termina, apaga las luces”. Esta frase y el enunciado que avala el post, están vinculados a The Doors y su tema legendario “When the music is over”. El recuerdo que se hilvana cincuenta años después de aquel año 1968, siempre quedará ligado al mayo francés, pero tal vez debimos enfocarnos más en aquellas flores de agosto que mitificó la primavera de Praga, o tal vez en el asesinato de Martín Luther King en abril del mismo año o la crisis vietnamita. “Escucho un sonido muy suave con la oreja pegada al suelo, queremos el mundo y lo queremos ahora. ¿Ahora? ¡Ahora!” sería la traducción del final de esta canción de The Doors, lanzada en 1967. El susurro de Jim Morrison en ese tramo de la balada se hizo mural y viral durante ese mayo francés. Un decalustro después la canción continúa vigente y seguimos deseando el mundo ahora. Aunque hubo lentos avances, el deseo sigue siendo una aspiración lejana, un grafiti eterno, una ilusión difusa.


Aquella entrada suntuosa de los tanques soviéticos en territorios polacos, búlgaros o checos nos permite arribar a una conclusión generalizada: se debió entre tantas cosas, a la falta de comunicación y entendimiento que el régimen totalitario sostuvo sobre los países socialistas que pedían pacíficamente rever y reformular cuestiones relativas a la burocracia y apertura -aunque sea ligera y simbólica- de una democratización de esas sociedades y poner luz a las severas limitaciones económicas por lo que esos países atravesaban. Esa pacifica revuelta necesitaba dejar claro que se aspiraba a un camino distinto, que se dudaba del férreo mensaje que los mantenía subyugados. Quizás ese reclamo sofocado por el peso de los tanques no pudo evitar el germen del fin de ciclo, que se dio veintiún años después, en 1989.

Pero seguimos relacionando al movimiento popular por antonomasia con aquel mayo del 68 francés. ¿Porqué? Tal vez porque Francia es demasiado Francia, el marketing y perfume que irradia la sigue haciendo irresistible, más cuando aquella revuelta estudiantil y obrera no modificó más que la relación apelmazada de las sociedades, desatascó lo rígido y autoritario que frenaba de forma obtusa una mutación de las sociedades, ya que para los jóvenes el mundo estaba lleno de viejos asfixiantes, pero no propulsó ningún cambio de sistema o fin del consumismo. El concepto Francia deja presumir que las generaciones posteriores tienen más libertad y menos remordimientos para consumir y teorizar sobre los males del sistema. Mayo del 68 intentó agitar al mundo, logrando apenas demostrar que el mundo ya había cambiado, que era inevitable agitarse.

Una nueva camada de juventud les reprochó a sus padres que el mundo que habían construido era una mierda. Pero eso es común en todas las generaciones, a pesar de los adelantos o ventajas del sistema, todos experimentan la misma sensación de fracaso, de desilución. Mayo del 68 fue un estado gripal donde la fiebre o el delirio, calenturas, náuseas, constipados y desajustes, obligaban a traspirar para sacar fuera el viejo demonio, y con apenas medicación -la decisión, arrebato, frenesí y exigencia de la juventud -preparar el placebo que derrumbara la podredumbre y se hiciera cargo del relato de la historia. La revolución es el sueño eterno, titulaba una de sus obras cumbres el argentino Andrés Rivera, y nunca resultan, salvo aquellas silenciosas o consecuentes, ya que en líneas generales la sedición y agitación apenas logran sustituir demonios por otros demonios.

Entre las palabras y la historia no construyen una senda de sentido único. El lenguaje y su uso puede ser un boomerang que a la larga o la corta puede dejar retratado el mejor de los discursos.  Desde la perspectiva de este 2018, el movimiento de protesta que desencadenó el mayo francés puede parecer marketing de jóvenes aburridos que querían gritar por una independencia para montar su propio establishment una vez finalizados sus estudios en la Sorbona. Pero indudablemente será una visión sesgada, etnocéntrica y minimalista de la situación, tal vez visto lo visto en nuestros tiempos actuales de tedio e incomunicación social, aquel mayo pudo registrar que existía una grieta social y se intentó subvertirla. Desde Francia no se logró, ya que los obreros de la Renault y el movimiento obrero en general que se unieron a la revuelta estudiantil y el MLM -Movimiento feminista francés- pensaron que podían originar la revolución social y cultural que dejara en evidencia aquel fallido y violento período que convulsionó Francia y que se denominó Revolución francesa, revolución inconclusa en reivindicaciones que lastima desde el eterno igualdad, libertad y fraternidad que expone una tarea siempre inconclusa. Transformar el mundo y cambiar la vida, demasiado eslogan publicitario para un movimiento del último mes de estudios.

Nacemos rodeados de males que nos condicionan, pero morimos rodeados de males donde algunos se atenúan durante el paso del tiempo. Lo que se debe buscar es evolucionar a lo largo de la vida en un medio donde los males sean distintos, variados y en lo posible, que los males del final no sean peores a los males del principio del camino. Tal vez estemos todo el tiempo instalando nuevas bases de conciencia social, tal vez cada generación atrape distintas utopías. Aquel convulsionado mes de mayo de parapetos, coches volcados o adoquines y piedras en las calles del barrio latino pudo haber sido el germen del pacifismo, ecologismo, anti nuclearismo y feminismo. El no conseguir lo que se preconizaba puede dar imagen de incompleto, pero nunca inacabado. Los cambios son medidas lentas, tantas veces imperceptibles para las generaciones del presente. Mayo del 68 no debe ser considerado lo que no fue, sino lo que todavía no es. La unidad en la calle no se vislumbra, marchamos fraccionados por diversos eslóganes que nos obliga a pensar que esa brecha o grieta está muy bien consolidada y reinante en estos tiempos donde tanto nos aburrimos de gritar por cosas que no cambian y no hacen mejores nuestros tiempos por los anteriores.

El movimiento quizás silencioso que se denominó Primavera de Praga representó con más justa precisión aquel arrebato juvenil de las calles parisinas. Aquellos jóvenes franceses amparados por su acomodado vivir quisieron protestar por aquellos que no respiraban la verdadera libertad, pero tal vez pecaron de no saber bien lo que era la opresión -como le sucede a muchos jóvenes de hoy- y confundir insatisfacción con falta de libertad. Las calles checas se llenaron de flores, de canciones, de intenciones de recobrar una esencia propia sometida a una ideología que creía que podía invadir culturas y países sin queja o cuestionamiento alguno, obligando de un día para otro a ser rusos a quienes no querían serlo. Los tanques que dominaron la mejor y más sincera de las revueltas devolvieron poco a poco, el silencio que el comunismo intentaba confundir con aceptación. Ese movimiento socialista no podía ser autoritario y absolutista, cuestionando la palabra socialismo como lenguaje burocrático.

El movimiento social más importante de 1968 fue el de la primavera de Praga, sufrido, silencioso, triste y conmovedor. Cincuenta años después, Václav Havel sigue siendo cantado y recordado en cualquier guitarra y mesa checa como el emblema “consecuente” de un socialismo con rostro humano que tuvo su justo premio en 1989 con la Revolución de terciopelo, a pesar de que aquel rebelde y controvertido Dany le Rouge francés siga llevándose, a la hora de recordar la efeméride mundial, el mérito por mostrarle al mundo la dura cara optimista de cambio, que en tantas cosas esenciales, aún no ha conseguido cambiar ni dejar de contradecirse …



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