jueves, 26 de julio de 2018

Ni me acuerdo mi nombre muy tranquilo en la arena


“Uno de los beneficios del verano fue que cada día teníamos más luz para leer”.
Jeannette Walls, periodista y escritora.

Todos los veranos leo un libro de Charles Dickens. Se ha tornado una costumbre, como la de hacerme con algún volumen dedicado a la novela negra, preferentemente Raymond Chandler. En los últimos años, he agregado en estos meses al detective Kostas Jaritos, personaje de zaga del escritor Petro Márkaris, del inspector Camille Verhoeven, personaje de ficción de Pierre Lemaitre o releer al comisario Salvo Montalbano, de Andrea Camilleri. También me encaro con material del que denominan denso, como que no se debería admitir en la tumbona, en la playa y en los meses de verano. En estos momentos escandalizo a los veraneantes con “El holocausto”, de Laurence Rees. Los libros me siguen llegando de casualidad y no me detengo en pensar si el verano es el momento ideal para leerlos. En estos meses no tengo que dedicarme al estudio, y me zambullo en literatura de ficción, ensayo o historia. No analizo si la lectura estival debe ser o no llevadera o pasatista.

Algunos definen a la lectura del verano como pausada y con placer. En el mes de vacaciones uno aspira a tomarse todas las horas que quiera para leer. Seguramente se trate de una aspiración de toda aquella persona que apenas puede encarar la lectura de entre dos y cinco libros el resto del año, por lo cual, en su maleta de viaje, generalmente echará más libros de los que pueda abarcar. Sienten el verano y sus vacaciones, como el paréntesis anhelado que detenga el tiempo y permita hacer todas las cosas que el resto del año no concede, por falta de tiempo libre, y ahí, entre tanto anhelo, se incluyen los libros.

El verano predispone a hacer más íntima la relación con el libro. Se siente mejor el olor a papel fresco, la humedad de los dedos discurre óptimo para el cambio de página, se aguarda con ansiedad comenzar otro capítulo ni bien finalizado el anterior. Algo en el aire y la borrachera de luz estimulan mejor la atención, la concentración y la comprehensión. Si bien existe un refinado placer al leer en un sofá y protegido con una manta, no se puede comparar al placer de tumbarse en el jardín de una casa, en un parque, en la lona de playa o en la reposera, y con ropa ligera y la brisa del mar bien cercano. La relación con un libro es más intensa durante las vacaciones. El ruido que en invierno desconcentra, en los meses de verano no altera ni interesan. Continuamos leyendo, somos más indulgentes.

Solemos recordar en el tiempo algún buen libro disfrutado en un verano. Podemos recordar a aquellas amistades o conocidos que también leían al reparo de otra tumbona. Recuerdo habitaciones de pisos alquilados con nostalgia, la mirada fija al techo de madera en los momentos en que dejaba de leer y meditaba si me animaba a un capítulo más antes de regresar al baño de mar. Sentimos nostalgia por aquel personaje anónimo que compartía playa contigo y que también tenía buen gusto a la hora de encarar una lectura veraniega. Porque quizás, una de las diferencias que genera el verano, es que muchos se aferren a las consabidas listas marketineras de más vendidos para encarar lecturas. Y entre la multitud que pasea, charla, camina por la orilla, surfea o toma mate con budín, está aquel ser abstraído que lee ese libro que impone respeto, admiración, envidia. Simplemente, porque no se aferró a los canones e impone su criterio de lector avezado. Hasta dan ganas de generar una conversación literaria, siempre y cuando no se le vea demasiado concentrado, ya que ese lector no perdonará una interrupción sin sentido.

Están los amigos que te piden recomendaciones. Algunos aceptan gustosos tu criterio, que no se modifica dependiendo la estación. Otros te remarcan con énfasis que necesitan una lectura amena, poco comprometida. Dependiendo gustos, intento recomendar siempre buena literatura, aunque siempre aclaro que un libro es bueno cuando te deja algo, y no cuando yo lo considere. Aquel compañero de rutina que lee para recuperar sensaciones que no tiene en el año, puede ser atraído con alguna saga, con Montalbani por ejemplo, o por las historias del inspector de policía Kurt Wallander, el personaje más conocido de aquel buen escritor sueco, Henning Mankell. En este verano, he recomendado a una amiga cualquier libro de Jöel Dicker, y tanto ella como yo nos hemos sorprendido al verla llegar a orilla con “La verdad sobre el caso Harry Quebert”.

La lectura de verano puede ser vista como lectura tonta para algunos. Se amparan en la necesidad de falta de compromiso en la lectura para cumplir la meta de lograr distenderse luego de un largo año laboral. Puede ser cierto o no, al menos en mi caso no es la táctica. Leer es un placer y durante el verano se puede leer con más tranquilidad, por lo cual no varía la calidad del contenido. Se puede leer de todo, no hay presiones, y menos apremio debería dar la temática a enfrentar. En definitiva, no parecen ser los libros los que determinan la atmosfera ideal para encarar la lectura. Siempre serán los lectores los que transformen o aprovechen el ambiente favorable para saciar sus deseos, para colmar aquella ecléctica necesidad de encarar en esos meses una literatura previamente seleccionada o la elasticidad de incorporar temática de última hora.

Algunos aprovechan sus vacaciones para releer, otros hacen algo similar, pero variando el concepto, ya que los libros no se releen, sino que se leen por primera vez de nuevo. Yo elijo la lectura de algún clásico. Charles Dickens puede ser considerado un autor para el invierno, pero en al amparo de la playa se encuentra el mismo goce que en el resto del año. “Una casa en alquiler” reúne las condiciones ideales para sostener ese mágico ambiente dickensiano de obra deliciosa de la Inglaterra victoriana. Y si sobra tiempo, la promesa de regalarme el fresco recuerdo de mi infancia lectora, a través de “Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, que me recuerda que he pasado leyendo y leyendo aquellos veranos de mi infancia, que parecen calcados a los de mi vida presente…

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