domingo, 15 de julio de 2018

Tantos odios para curar


“Todo hombre se parece a su dolor”.
André Malraux, escritor francés.

El ser humano se ha apoyado milenariamente en la propia naturaleza para enfrentar al dolor. El opio, alcohol, magnesio, cannabis, insulina, hongos, bacterias, sueros, aceites o grasas vegetales o la hoja de coca, entre otros, han propiciado ayudar el problema, pero también generar círculos viciosos o dependencias, como también afección hepática o problemas renales. El riesgo y beneficio puede valer la pena, lo que no cambia es que se debe continuar pagando un excesivo peaje para evitar el sufrimiento. ¿Qué es el dolor? Parece ser algo indescifrable. Tenemos dolor, lo sufrimos, lo sentimos, tal vez lo aguantamos y aprendemos a convivir, instalándolo de manera natural en nuestras vidas, con un componente de sensaciones y de emociones, y sin llegar a descubrir su significado.


Los médicos recetan fármacos o analgésicos, pero no pueden destinar más de cinco minutos a la consulta y en ese breve lapso, deberá encasillar un diagnóstico. Resulta más sencillo acudir con una fractura, quemadura, accidente, post operatorio, herida, que con una sensación de dolor persistente que no se puede reflejar en un estudio o durante varias visitas médicas. Prueba y error, tal vez cajón de sastre, donde se acumulan diversas sensaciones que se desconocen clasificar y que parecen proceder de la mente, de la imaginación, de la confusión y del desorden. Pero también del dolor de sentir dolor y que nadie facultado defina la dolencia, que no encuentre tratamiento, pero al menos suavice el desorden psicológico que genera un dolor que se torna crónico e inexplicable.

Y los fármacos son potentes, por ende, los utilizamos todo el tiempo y en toda circunstancia. Como resultan sumamente efectivos para tratar el dolor agudo, lo aplicamos sin miramiento sobre nuestro cuerpo en las dolencias que se repiten y repiten en el tiempo, pero no significa quiten la dolencia, porque aquel dolor que es crónico regresa, y pierde su carácter concreto. Tantas veces el dolor proviene de la propia raíz humana y erosiona el estado de ánimo, la regularidad del sueño, relaciones personales o pensamientos. Este dolor debe ser considerado una enfermedad, aunque se desconozca su raíz o tratamiento, porque sencillamente parte en dos la vida de la persona dolorida y ya no recuerda lo que era la normalidad de no sentir dolor en el día a día. Alivia pasar una enfermedad para recuperar esa sensación de día normal. El dolor crónico parece no tener fin.

Cuando sobreviene un dolor, se sufre, pero se espera que sea momentáneo o pasajero. Cuando pasa el tiempo y el dolor se acostumbra al cuerpo, pero modifica el ánimo, se generaliza un malestar que dificulta llevar una vida con normalidad. El médico sabe que el dolor se eterniza, aunque se seda en parte por el acostumbramiento y tan solo sugiere que se encuentren mecanismos que permitan una mejora de la calidad de vida. Hay médicos que lo atribuyen a la debilidad de espíritu y a la poca contracción al dolor, dejando de creer que a su paciente algo le duela de forma sistemática, donde el paciente además debe luchar por la credibilidad del dolor. Como el capacitado no sabe que pasa, duda que pase lo que el paciente dice que pase, o debe aceptar que hay un estatus de enfermedad. Y no hay un solo tipo de paciente, estará el sosegado y también el catastrofista. En todo caso, saber que el médico se queda con la sensación de querer ayudar, de intentar algo como prueba, de dar algunos minutos más en la consulta para hablar, para atender y quizás entender. Existe un porcentaje elevado de consultas motivados por un dolor que no define un nombre de enfermedad.

Hay pacientes que esperan palabras y no pastillas. Pero el tiempo va pasando, el estado anímico decae y acepta ese analgésico que al menos disimule el ruido eterno de un dolor en el organismo. Prueban esto o aquello, se abre el diagnostico a otras terapias alternativas, se busca relajación, masaje, infiltración, cambio de hábitos de higiene y alimenticios, se recurre a la terapia psicológica, se abren terapias el que dependan del poder adquisitivo. Prima el concepto de que no tiene sentido el sufrir sin intentar las opciones que el entorno sugiera. Y el paciente se aferra, aunque a veces acude por que la sombra de que, si no acude, no se ayuda pesa y mucho. Llega un momento que el paciente del dolor crónico tiene más fortaleza que su entorno y lo contiene.

Umbral del dolor, tolerancia al dolor, resiliencia. Fuerte necesidad de conciencia para comprobar y modificar influencias sociales o culturales, o perdidas de resistencia. Invisibilidad, sensación de incomprensión o indiferencia, propia impotencia, depresión, ansiedad. Búsqueda de pensamientos positivos. Fortaleza ante el cambio de humor y la disminución de la capacidad de sociabilización. Aprender a lidiar con el estrés que genera la situación. Entender que el dolor es un desafío. Solo quien sufre puede llegar a saber qué es lo que siente y tal vez, no encuentre palabras para definir la dimensión ni las sensaciones que se experimentan. Aguantar el dolor para no cansar, para pensar que se va a pasar, que se puede revertir. El dolor no se mide ni se compara, solo existe un dolor fácil de soportar y es el de los demás…

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