domingo, 13 de diciembre de 2015

Bajo una misma piel y en la misma ceremonia


 “La inmadurez natural no es el problema más serio que padece el hombre sino es aún más preocupante la inmadurez venida por medios artificiales, es decir aquella impelida o impuesta por los demás. El hombre empuja al hombre, al otro, a la inmadurez. De este mismo modo actúa lo que conocemos con el nombre de cultura".
Witold Gombrowicz

"Existen tres tipos de inteligencia: una comprende las cosas por sí misma, otra discierne lo que otros comprenden y la tercera no comprende por sí misma ni por medio de otros. La primera es extraordinaria, la segunda excelente y la tercera inútil". Según la visión del manejo del poder, obtenido a través de la lectura de "El príncipe", de Nicolás Maquiavelo, es cada día más ardua la construcción de sociedades democráticas. Todos los individuos tienen responsabilidades sobre las tareas que les toca. Pero la única construcción que hoy se concibe, es la de proyectar nuestras culpas en los demás. La piedra angular de esa inmadurez o incapacidad para funcionar se puede atribuir a la falta de educación y formación en valores.  No se está generando ese tipo de inteligencia que comprenda las cosas por sí mismas.

También nos han envenenado con la peor de las pociones. A la falta de inteligencia que ostenta gran parte de la sociedad, se le suma una postura egocéntrica de los gobernantes que dirigieron un mensaje canalla los últimos años: que las sociedades están enfrentadas entre buenos y malos. Con ese relato aparente tan infantil han logrado que muchas palabras claves de la cultura democrática desaparecieran. Una de las más importantes quizás sea la de "compatriotas". La hemos reemplazado por otras como golpistas o militantes. Hablamos de empatía con el que simpatizamos, pero si ese simpatizante atisba alguna crítica, ya no empatizamos; hablamos de enemigo o destituyente, con aquel que no coincidimos ni toleramos escuchar. Y en ese carrusel miserable, no somos capaces de pedirles a nuestros adoradores que estén a la altura de sus mandatos. Ni al oficialista ni al opositor. No tenemos la suficiente educación para deducir que todo es una farsa individualista, egoísta e inmadura. Nos llenamos la boca con derechos humanos, pero pecamos de perder la humanidad de vista.
Más allá de la sorpresa de la polaridad entre buenos y malos que los porcentajes intentan sostener en cincuenta y cincuenta, existe un cien por ciento de percepción que estamos transitando una actitud de miseria institucional. Y una dirigencia que con un autoritarismo egocéntrico se adueño del concepto de derechos humanos, obligándonos a presenciar con tristeza un chantaje moral de dimensiones extremas. Convertirse en crítico de una situación de tu nación va condicionado con la necesidad de poseer un certificado personal de buena conducta. Porque la mención de la incongruencia del discurso acarrea mecánicamente la calificación abominable de cómplice. Y esa parte de la sociedad que adhirió la idea de integración, fue dedo acusador para ensañarse y olvidar que el término compatriota es integrador, nunca desestabilizador.
Bajo el respaldo de la ética se sostuvieron los más inescrupulosos. Aún retirándose del poder, permanecerán inmunes personajes que cuesta asociar con el concepto democracia. Sus seguidores, ahora se refugian en el paraguas de la víctima, ahora notan la falta de libertades, ahora respiran un aire de asfixia. El que ahora siente una brisa renovadora de cambio, se sienta frente a su ordenador o a la pantalla del televisor, con la exclusiva finalidad de la revancha, con la incógnita de cómo profesar el arte del escarnio. Sostener una mirada en los muros de las redes sociales, en los foros de los distintos medios, es un resignado ejercicio donde prima la vergüenza ajena. Se extraña la época donde en la red social se recitaba únicamente la miseria personal, ahora está invadida por la miseria de la militancia.
Muchos de los personajes mediáticos y dirigentes políticos han considerado que formaban parte del show o coreografía, montando personalidades patéticas. Consideraron que de esa actuación se regresa sin consecuencias, pero como con la muerte, hasta ahora no hemos podido encontrar a alguien que pueda regresar de esa experiencia con la dignidad intacta. La corrupción ha dejado de ser un tema prioritario, el grito que se escapa involuntariamente entre los dirigentes es que el otro roba más que los nuestros.
En el noventa y nueve por ciento de los casos, las culpas que nos persiguen no son culpas nuestras. Ya no nos alcanzan los perfiles para mirar a otro lado, y profesar el expiatorio: "yo no fui". La basura ya no se barré debajo de la alfombra, ese acto instintivo ahora se considera hipocresía, o no genuino. Como dejamos de barrer, ya no encaramos soluciones, hemos perdido la destreza, hemos recibido la categoría de sociedades inmaduras.
Hasta hace poco siempre la culpa fue de la generación anterior. Ahora sorprende el giro inaudito de echarle la culpa a la generación siguiente. El desestabilizador es el que vendrá, no él que con estadísticas comprobables está despeñando la historia. El personaje central ahora es el chivo expiatorio, no es habitual decir "me equivoqué", "no estuve a la altura", "no preví las consecuencias". Solo defensa y ataque, de todos los bandos. Creemos tener cultura democrática, sólo proyectamos la impericia en el otro, en el que tenemos más a mano. Inventamos el mal, le damos mística, asustamos a las ovejas y dejamos al sol nuestra verdadera piel de zorro.
La educación ya no nos provee de herramientas cognitivas para apuntalar procesos de maduración y desarrollo. La educación ya no apuntala a la ética y a la moral como elementos distintivos. Además de perder la connotación de la palabra compatriotas, hemos resignado el uso de una cualidad determinante, la virtud.
Ya nadie lee un clásico, filosofar es charlatanería. Cuanto más hablamos, más se ha descuido los usos de la lengua. Procuren leer un mensaje de wassap, un comentario de facebook, un mail o una carta publicitaria: abunda lo mal escrito, la palabra error ha sido cesada en pos del término horror. Y la pregunta inmediata es: ¿Para qué escribir bien si lo que predomina es una moral obscena? Transitamos la era de la comunicación, y la representamos con banalidad, frivolidad y precisamente, incomunicación.
Ofrecemos nuestra temeridad para construir los estados. Carentes de criterios de decisión, nos han narcotizado no sólo con el narcotráfico, también con el servilismo. He leído más de un comentario que vaticina: "ya verás cuando te quiten los subsidios". Es patética la premonición, antes el rol de un subsidio era temporario, la inmadurez nos ha hecho creer que el Estado es paternalista, y el paternalismo dura toda nuestra vida activa, y luego lo debe reemplazar la jubilación. Comentar esto como una idea filosófica te acarrea el riesgo que te definan como insensible o de derechas. Mitad de un país amparado por algún tipo de subsidios obliga a pensar que las cosas se siguen haciendo mal; pero observamos a la militancia despedir con lágrimas en los ojos al líder que nos devolvió la dignidad, al grito infantil de "no fue magia". Es la reacción de la ignorancia, que distrae la pérdida de valores, de incentivos, y el arraigo del conformismo, del oportunista y el abotargamiento intelectual.
La falta de madurez ha derrumbado el uso del dicho "Predicar con el ejemplo". Hemos adherido al "Haz lo que yo digo, no lo que yo hago". El ejemplo es espúreo, nada es espontáneo, nos hemos deshumanizado. Esperamos que las efemérides nos devuelvan brisas de cambio. Queremos acortar la brecha, pero lo único que aportamos es una pala, para profundizar la grieta.

Los jóvenes son dobles víctimas, su juventud es demasiado tentadora para los adoradores de la militancia; por otro lado, llevan más de una década creyendo que los valores democráticos son estos, les hemos dejado sin la posibilidad de revisar legados. Carentes de formación, no comprenden la limitación para el buen funcionamiento de un sistema democrático. Al creer que crean "movimientos", sólo han logrado ser ciudadanos pasivos, indolentes, indiferentes y ceden el deber de ciudadanos por el linaje de súbditos dóciles. Sin educación es difícil vivir en democracia. Sin educación no hay hombres libres; sin educación desaparece el ícono de compatriotas; sin educación, fiesta cívica son actos egocéntricos. Sin educación podemos creer que no fue magia...

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