domingo, 2 de noviembre de 2014

Conta con mi corazón



¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?
¿Por qué cantamos canciones de amor?
Si suena mal y nunca tienen razón,
no se puede vivir del amor.
             Andrés Calamaro

Hay muchos males en la viña. Siempre los hubo, algunos se han ido renovando, otros mutaron y se sofisticaron, y tantos otros con el paso del tiempo, se han quedado pequeños con los nuevos trastornos emocionales surgidos. Un estudio reciente se anima a clasificar las cinco adicciones modernas y las detalla: La belleza, la telefonía móvil, internet, el trabajo y por último, pero no menos importante, el amor. Palabra mágica que inunda nuestro corazón, aunque hoy la entrada apunta al cerebro como el dominador de nuestros impulsos irracionales.

Del amor se ha escrito todo lo imaginable. Pero así todo, nos sigue brindando material de lectura y análisis. El amor existe desde nuestra existencia, pero no hayamos la fórmula para comprenderlo, para renovarlo, para dosificarlo, para no dañarnos. Si bien convivimos con una idea relacionada a este ritmo de vida frenético, que nos llevaría a pensar que cada vez somos más fríos con relación a nuestros sentimientos, la discusión permanece intacta, sin grandes conclusiones. Y mucho menos cuando eres el afectado.
Los poetas ensalzaron el amor hasta las últimas consecuencias. Suspiros, pasiones, frustraciones, despechos, ilusiones, soledades, proyectos, tantas palabras que han ido de la mano con este amor que nos frecuenta, y que en definitiva, al que todos aspiramos. En el pasado, el mal de ese amor, no tenía tratamiento. No sé si ahora lo tiene, pero como hay cursillos o métodos para todo, también lo hay para esta materia, es cuestión de experimentarlos. En el pasado lo asociábamos con un mal de las mujeres, ahora es común socorrer a un amigo por un mal de amores, es frecuente ver sufrir a un hombre. Todo ha cambiado, pero el sentimiento siempre se manejó desde el mismo músculo. ¡No se equivoquen, hablo del cerebro!
Las sociedades cada vez están más privadas. La tendencia hacia el individualismo cada vez más aceptada. Pero a pesar de tantos egoísmos sociales, no tenemos registro de una sociedad que viva sin amor. Quizás cada día veamos menos ejemplos de amor al prójimo, pero sí que cada individuo continúa persiguiendo el amor como sentimiento individual que nos aparte de esta soledad, es más habitual, y que nos asusta. Aún después de salir de una relación afectiva traumática, con el tiempo volveremos a intentarlo. Y aún no conocemos la fórmula del éxito.
Mariposas en el estomago, los nervios ante la espera, las distracciones habituales al pensar en la persona amada, esa ceguera que nos nubla el razonamiento, la pasión o el despecho como acciones colaterales, esas uñas que van desapareciendo a la espera del llamado o encuentro, los suspiros o la falta de aire, no pueden ser consideradas científicamente como emociones básicas ejecutadas desde el corazón. No, dicen que es un proceso mental que afecta áreas específicas de nuestro cerebro. Estudios de neuro imágenes funcionales demuestran que al enamorarnos, se desactivan los circuitos cerebrales responsables de las emociones negativas y de la evaluación social. En buen criollo, esto significa: Que la corteza frontal, vital para el juicio y raciocinio, se apaga ex profeso cuando nos enamoramos, y de esta manera, suspendemos la profundidad de toda crítica o duda.
¿Estás ciego?, ¿No ves que te hace daño?, ¿No te das cuenta que no es para vos? Tantas interrogantes que acompañamos ante una relación cercana que no alentamos o estimulamos, dan respiro al corazón. A este órgano le atribuimos la falencia de la ceguera, pero es el cerebro quien domina esa falta de perspectiva. ¿Y por qué? La neurociencia afirma que el cerebro actúa así por fines biológicos, promoviendo la reproducción. Si el juicio hacia el otro se suspende, hasta la pareja más improbable puede reproducirse. Entonces cuando vemos la conducta irracional de un ser querido (si es que podemos llegar a ver la nuestra) con respecto a su enamoramiento, tendremos que aceptar que si bien no es razonado, es permitido por el cerebro, que vamos, que se desentiende momentáneamente. Hay cerebros que no estén tan desarrollados o ejercitados, que nublarán ese juicio eternamente. Habrá otros, que con el paso del tiempo, nos sitúe en ese enamoramiento que se ha terminado, y nos exponga, ¿Cómo pude estar enamorado de esta persona?
¿Y qué ha pasado cuando sufrimos el amor? Nada más simple que el hecho de habernos excedido y sobrepasado en el límite del amor. Entran en juego los peligros de esa adicción, comenzamos un juego perverso, nada sano, que afecta nuestra dignidad, que deteriora nuestra salud mental. Es, como he mencionado líneas arriba, una adicción. No solo causará trastornos psicológicos, como depresión, obesidad, falta de sueño y vitalidad, ansiedad u otros desordenes, sino que nos desbordará emocionalmente, afectándonos físicamente. Más del 75% de las consultas psicológicas están orientadas hacia cuestiones del amor, la adicción ha vuelto el sentimiento irracional, posesivo, dependiente y enfermizo. Pero no es culpa del corazón, que nos vuelve débiles. En realidad, esas características están dentro nuestro, y se manifiestan en los demás órdenes de nuestros comportamientos o actitudes. Salvo que no lo vemos, muchas veces no podemos detenernos a escuchar nuestros desordenes habituales y cotidianos.
Según Alejandro Jodorowsky, “El amor es el encuentro de tu alma en el otro”. El artista chileno, de origen judío-ucraniano y nacionalizado francés, entre tantas de sus facetas creativas, se ha decidido a escribir sobre el amor. Cuando no temió desnudarse y mostrar sus partes pudientes, reconoció que, como tantos, perseguía un amor idílico, un esquema mental preestablecido, de acuerdo a los parámetros que forman nuestra personalidad. Para llegar a escribir sobre el amor, tuvo que pasar por varias parejas que no respondían a esa estructura, a eso que creemos perfil diseñado. Hasta que encontró el amor, y tuvo la capacidad de reconocer que hasta ese momento amó sin estar enamorado. Si bien no profundiza sobre ese encuentro, deja alguna máxima, que es más cerebral que emocional: “El verdadero amor es nada que quitar, nada que agregar”. Sabemos que nos cuesta horrores aplicar esta máxima, siempre estamos dispuestos a corregir “por su bien”, los defectos del otro.
Y menciona también otro estereotipo de la frustración. El amor no correspondido. “El amor sabe perfectamente a quien ama”. El amor es un encuentro, y pecamos en decir: “Yo me enamoré y ella no me quiere”. Es que nos cuesta comprender que la otra persona no es necia, simplemente no está enamorada de mí. Es esa famosa ceguera que nos confunde, que nos hace creer que la otra persona es la que está ciega. “No se da cuenta lo que se está perdiendo”, es el tonto consuelo que nos regalan nuestros afectos. Si lo llegáramos a razonar, sería mucho más sencillo. La otra persona debe reconocer nuestras virtudes, pero no se generó ese encuentro, el que permite decir que dos personas están enamoradas.
Alguna vez confesé a mis amigos más íntimos que suponía que mi corazón se había roto. Lo dije sin complejos, y creí ser contundente, gráfico y hasta poético. Y agregué una segunda parrafada: “Le entregué mi corazón”. Nadie se animó a corregirme, y así deambulé durante años, consciente que no encontraba la fórmula para rehabilitar mi corazón. Y es confuso aceptar el error conceptual, ya que cuando expresas tu amor o cuando rompes una relación, lo que más se nota es el acelere de los latidos de tu corazón, debido a esa emoción intensa. Pero debo reconocer, que lo que se había roto era el esquema de amor que yo tenía depositado en otra persona. Mi esquema mental se hacía añicos, y en esos momentos algo intuía con respecto al corazón, porque mi primer deseo era poder ser tan frío o cerebral como muchos de mis conocidos, a los que internamente, consideraba déspotas.
Y ese amor no correspondido, no es una experiencia feliz. Peor si se convierte en una obsesión. Nuevamente las neuro imágenes nos acercan conclusiones. En el amor no correspondido se enciende la misma actividad cerebral que en el amor correspondido. Es que nuestro cerebro no puede discernir, genera las mismas bases de apego hacia la otra persona. El resultado es la falta de esa actividad tegmental en el cerebro del que no nos está correspondiendo. Si no nos ama, nuestro cerebro debe desactivar el desapego, pero en el mientras, el dolor es abrasador, y solo culpamos al corazón que nos jugó una mala pasada.
Acabemos rápido con el romanticismo. El amor es más que una emoción básica. Es un proceso mental sofisticado que afecta a nuestros cerebros en áreas específicas. Estas activaciones estarán basadas en la cognición social, la representación de uno mismo, la imagen corporal y las asociaciones mentales que se basan en experiencias pasadas, nuestras o de nuestro entorno cercano, del que nutrimos nuestras estructuras. Pero desde la literatura infantil, los cuentos de nuestros padres, las telenovelas de la tarde, las novelitas de amor, los boleros o baladas, y el marketing del éxito que tributa del amor, nos acercaron al concepto de mal de corazón y no de razonamiento acertado.
Algunos definen a la entrega amorosa, como generosidad absoluta. Es otra falsa concepción. El amor no es siempre generoso, muchas veces está montada su estructura sobre egoísmos individuales. Y ese egoísmo, ese triste calcular puede generar tantas veces la dependencia del otro, el que sabe que no puede esperar mucho del otro, pero increíblemente, lo espera todo. Y se frustra. El ejercicio inmediato debería ser recuperar la dignidad y el respeto por uno mismo.
El diccionario de la RAE (Real Academia Española) define el amor como “Un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Los investigadores neuronales pueden resumirlo en una simple “adicción química entre dos seres humanos”. Esa reacción, producida por la liberación de algunas hormonas, como oxitocina, adrenalina, epinefrina o vasopresina, generan la atracción física, el apetito o deseo sexual, la empatía, el afecto y el apego.
Hoy somos más light, podemos llorar o suspirar viendo la película de Meryl Streep y Clint Eastwood, “Los puentes de Madison”, pero nadie quiere sufrir por amor, a veces parece que nadie desea una pasión devoradora. Los niños de los 70 creemos ver en estas nuevas generaciones un control calculador sobre esa pasión insaciable que da la conjunción amor-sexo. ¿Seremos alguna vez más sabios? Ó ¿Nos estaremos acostumbrando a ser seres resignados? Yo por las dudas, aprovecho mi estabilidad emocional, sigo definiendo como amor mi vínculo con mi pareja y hasta que un día me anime a volver a escribir una novela, tendré como última experiencia novelada una historia de amor, que era platónica, regulada por Dioses, convencional, poco razonada, pero bastante bien lograda…

“El amor es lo único que crece cuando se reparte”
Antoine De Saint Exupery

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