jueves, 27 de noviembre de 2014

Miguitas de ternura yo necesito



Estás sentado frente al ordenador y tu vista fija en la página de la línea área, aquella barata. El precio es demasiado tentador, pero todavía no has vendido las bondades del viaje en casa, así que dependiendo la confianza que te acompañe en tamaña empresa, lo dejas o no pasar. Tienes que tener lo bastante claro el recorrido y las combinaciones, para que, luego de las refutaciones de rigor, esas que siempre están, te puedan decir adelante con el viaje. Entonces, vuelves a la página, quizás al día siguiente, y te encuentras con otro precio, en el mejor de los casos algo cercano al original.

Hay recomendaciones sobre los momentos ideales para comprar pasajes por internet. Algunos aseguran que es mejor a última hora, cuando en general ya no esperas nada de nadie. Otros te aconsejan en un momento preciso de la mañana, por decir algo, la de los jueves. Otros dicen que son habitúes de los últimos momentos, y están los que avalan su éxito de brókeres gracias a la compra anticipada, con mucho tiempo por delante para la gestión.
Para muchos, entre los que me incluyo, la paciencia es la principal arma. Como en el juego del gato y el ratón, vuelves periódicamente a la página sabiendo que tarde o temprano, volverá aquel precio asombroso. De no reiterarse, vale la pena comprobar si el precio vigente no difiere mucho del original, a veces es bueno saber aceptar pagar unos euros de más con tal de terminar con esa cacería.
Para compra de pasajes aéreos, todavía corren algunos secretos aprovechables. El día más barato de salida suele ser un día miércoles, luego le siguen los martes y los sábados. Los vuelos a primera hora del día son más económicos, pero chocas con las distancias que pueda existir entre el aeropuerto y las ciudades. Y también puede a veces servir el comprar dos viajes de ida, en vez del de ida y vuelta. Mayo y noviembre suelen ser los meses de mejores precios, y en casi todos los casos, una anticipación de siete semanas se determina como el mejor momento de reservar un pasaje.
En los últimos treinta años se han aceitado técnicas con el único objetivo de llenar vuelos cuyo coste para la compañía será el mismo si están vacíos o llenos. El sistema actual ofrece descuentos a clientes que se mueven con anticipación, y reserva para la venta final un cierto número de asientos sin descuento. Sabe que a última hora, habrá pasajeros que necesiten sí o sí viajar en esos vuelos, y estarán dispuestos a asumir su coste. Los precios aumentan a medida que se venden asientos, pero ya no lo digita un vendedor o agencia, la estrategia la contempla las variaciones de un ordenador, es decir que todo ha ido cambiando en el tiempo.
Cuando promediaba la escuela primaria, allá por 1977, la cosa no pintaba grave. Para empezar no estábamos conectados a un servidor, gran parte de nuestros días. La oferta y la demanda no era servil, para los dos partes, o es que la mentira todavía estaba sin descubrir. Las líneas aéreas competían por un limitado mercado de clientes sin alterar el valor estándar de los precios. La diferencia estaba en lo sofisticado que era ya de por sí viajar; entonces te podrías encontrar con la diferencia en una barra libre de alcohol, o en lo bien provistas que tenía la cena la clase ejecutiva. Pero eso cambió, y no nos podemos quejar. Con ese cambio, nos han permitido viajar a la gran mayoría de los mortales.
En ese 1977 se pusieron en marcha por primera vez los billetes de súper ahorro, de la mano de American Airlines. La condición estaba en la compra anticipada y en estancias superiores a los siete días. La batalla se centró en tentar al viajante con regalarle la noche del sábado. Aunque parezca mentira, a aquel que viajaba hace más de treinta años, quizás le apetecía regresar el viernes a casa, para estar en fin de semana en compañía de la familia, además que el precio se hacía inaccesible en sábado o domingo. Miremos si eso ha cambiado, hoy en día cada viaje programado, ya sea de placer o de negocios, se trata de incluir sí o sí, lo máximo posible del fin de semana.
El caos puede tener su simiente en aquella operación de marketing. A partir de esa estrategia de ventas, comenzó la salvaje búsqueda del cliente y turista, y el arribo de las famosas tres w, hizo que el mercado o se bastardeara, o nadie entendiera bien los patrones aplicados para conseguir mejores precios. Como nosotros solemos ser seres limitados, la mayoría de las veces podemos atribuir a una buena estrella personal, tal o cual oferta de esas limitadas. Pero no se trata de estrellas ni de estrellados. Cálculos aleatorios rigen el mercado, y muchas compañías tiran de algoritmos para fijar las políticas de venta.
Es decir que la programación adquiere una importancia fundamental a la hora de conseguir un buen precio. Una instrucción precisa, tal "cuando pase esto, haz aquello". Y el ordenador procesa esa información y va liberando sus ofertas cuando se cumplen los objetivos. Es decir, que si un precio se presenta en la web, y se fija una condición tal que tantas compras en esta fracción de tiempo, o tantas visitas, modifica el precio. Y es ahí donde nos queda la cara de tontos, ¿cuántas veces hasta hemos dudado de la veracidad de lo que hemos visto?
Hace poco más de cinco meses, el Ayuntamiento sacaba una plaza laboral de administrativo a través de la página del servicio de empleos. La primera vez que vi la oferta, estaba con la cabeza en cualquier lado, y cerré la cesión. Al rato me di cuenta de lo que había sucedido e intenté durante un par de días recuperar la oferta, sin hallar rastro de ella. Esta no volvía a generarse. Me acercaba al ayuntamiento y me explicaban que esa oferta era únicamente a través de un convenio con el servicio público de empleos. Me comuniqué allí por teléfono y una asesora, con conocimientos de programación, me contó lo que podía estar sucediendo. La oferta tiene un algoritmo. Cuando se apuntan 20 interesados, por ejemplo, retira momentáneamente la oferta. Luego habrá que aguardar que se haga la criba correspondiente, es decir ver si esos 20 apuntados responden o no a los requisitos solicitados. Una vez corroborado, se abrirá nuevamente la oferta en caso de no llegarse al máximo pre establecido, y así aparecerá otra vez en pantalla. Y con ese conocimiento, finalmente me pude apuntar, de más está decir que fue en vano. Pero ese día entendí como funciona parte del sistema.
Pero no sólo de algoritmos vive el hombre. Si bien existen grandes empresas capaces de almacenar para su política de ventas, más de siete mil millones de decisiones de fijación de precio por cada hora, también está en juego el estudio psicológico de nuestras tendencias, flaquezas, situación económica, gustos o política de gastos, todo eso que consideramos tan privativo de cada persona, y que en realidad en la web fluye más que un secreto no guardado.
Y entonces encontramos la presencia de los cookies todo el tiempo. Las páginas nos alertan sobre el uso que hacen de ellos. El apelativo de la galleta en realidad simboliza más las migajas que ellas van dejando. Y nuestra navegación que debería ser íntima, en realidad esta fiscalizada. Y nuestros hábitos se pueden cuestionar, compramos por propia decisión o nos fueron llevando hacia la compra.
La primera vez que leí sobre los cookies, se trató de una persona que se acercó a defensa del consumidor, molesto por lo que en un principio creía un arrebato personal y luego, razonada la secuencia, precisó que fue como una sutil ayuda hacia la compra. Durante el día había visto en una de las grandes superficies una bufanda que le gustaba y estaba bien de precio. Puesto a pensar lo que en realidad no se debería pensar, si necesitamos en definitiva la prenda, concluyó que no, que era como un capricho. No la compró, pero se quedó con la mosca en la oreja. Al llegar a casa, navegó por el sitio en cuestión, observando durante un rato la bufanda negada. Precisó que la decisión era correcta y creyó zanjado el asunto. Pero no sólo no lo zanjó, si no que a los dos días tenía una nueva bufanda en su cuello, que seguía considerando que no necesitaba. La había comprado. ¿Qué había pasado?
Qué al intentar continuar con normalidad el curso de su vida, subliminalmente en toda navegación por la web, le acompañaba a los costados, en los banners desplegados, la marca en cuestión y la bufanda prohibida. Si bien, él se centraba en la nota o lectura general de la web, la imagen le estaría entrando por su vista lateral, hasta el momento que estuvo tomada la determinación de regresar a la tienda y comprar la prenda. Se puede precisar que la publicidad en ese caso invadió su privacidad, la víctima así lo precisó y fue tal el énfasis de la gestión, que se vio recompensado. Logró algo así como una orden de alejamiento de aquella publicidad "subliminal".
Las cookies se implantan en nuestros navegadores web la primera vez que consultamos precios o simplemente ingresamos en una página. A partir de allí funcionarán para las empresas como un gps de nuestros procederes, en este caso de nuestra navegación. Si regresamos en un lapso corto de tiempo, le dará a entender que seguimos interesados en sus productos y a partir de allí, a través de banners publicitarios, habrán de irrumpir mágicamente en cualquier link que encaremos. Y si regresamos aún con dudas en la página en cuestión, nos podremos encontrar con que la oferta se mantiene o que se ha modificado, incrementando el precio. Pero en todo caso, saben de antemano que nos sigue interesando el producto.
Muchas compañías niegan que los cookies sirvan para esta función, lo niegan de la misma manera que los políticos niegan la corrupción o los sobresueldos. Lo niegan con el mismo énfasis que un ex presidente negaba un affaire con una becaria, u otro ex primer ministro, sus amoríos con menores de edad. Y así con miles de ejemplos. Se ampararán en que los precios siempre se sostienen en la ley de la oferta y la demanda, y así garantizan que funcionan las políticas de precios. Pero asociaciones de consumidores continúan con la lucha, y hay países como Francia, donde llegan finalmente las medidas que ponen freno a este "espionaje".
Hay estudios que afirman que un usuario de Mac puede gastar hasta un 30% más por una noche de hotel, que un usuario de PC, porque se puede considerar que un usuario de Apple tendrá mejor poder adquisitivo, es decir que el tipo de dispositivo incide y mucho. Algunos pueden aventurar que si te conectas al WiFi gratuito, por ejemplo, de una gran cadena de cafés o hamburguesas, la deducción de parte de nuestras preferencias, pueden alterar la oferta y su precio. Y están los agoreros que profetizan que en un futuro no muy lejano, la política de precios puede estar datificada por fronteras más personales, como los estados de ánimos, grados de parentesco o experiencias de vida.
El 84% de la gente se muestra consciente de que las empresas nos acechan a través de nuestras aplicaciones, y aceptan ese seguimiento porque a la larga puede manifestar un beneficio, ya que no está claro quién aplica mejor el espionaje. Hoy los secretos de los precios vuelan y entonces, al poco rato de confirmarse una oferta limitada, los consumidores estamos en condiciones de exigir el mismo tratamiento. Y así se ha ido bastardeando el mercado, donde a pesar de ser cada día más matemático o temático, lo único que estamos logrando es darle la despedida a los buenos modales o aquella máxima de que un buen negocio era aquel en que se beneficiaban las dos partes. Y entonces paga mejor un nuevo contrato producto de la queja, que la fidelización por una oferta inicial aceptada y mantenida, y nos pasaremos los siguientes meses o años dando marcha atrás a todas las promesas de mercado, confiando en algo más que una buena estrella para hacer buenas migas...

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