lunes, 17 de noviembre de 2014

Círculos viciosos



A pesar de que si miramos hacia atrás, pero muy atrás, vemos una fantástica diferencia entre hombres y mujeres, muchos afirman o creen que esa diferencia se mantiene en valores similares. Pero algunos no solemos ver eso. Si miramos “las fotos” de comportamientos humanos del pasado, podremos encontrar que el hombre mantiene rasgos de esos primates, que se siguen pareciendo a esos hombres de hace millones de años. Pero en la mujer, yo al menos creo ver cambios significativos. Pero a la hora de discutir sobre géneros, muchos afirman que aquí nada ha cambiado.

Una de las cosas que no comprendo es porque con tanta pasión continua la batalla entre los sexos. Quizás yo que crecí entre mujeres, a muchas de ellas le profeso un cariño, agradecimiento y lealtad que está inalterable, aunque hayan pasado más de dos décadas que nos soltamos las manos. Y a pesar de que tantas veces, viendo las complicaciones eternas que existen en las relaciones entre los sexos, yo pueda considerar que me han perjudicado con las máximas que me ofrecieron como referencia ante el mundo que nos rodea, y que yo hoy puedo sentir desactualizadas. Es que sigue siendo una batalla, y a medida que transcurre, una generación sexual u otra, se sienten perjudicados.
Ayer mismo me tocó ver una foto curiosa en el cumpleaños del hijo de unos amigos. En un momento determinado, los tres o cuatros bebes allí presentes, estaban en los brazos de sus padres. Les observaba los rostros, y juro que no veía impostura en sus posturas, había naturalidad y no hastío, y no veía en ellos la inmediata sensación de querer liberarse del rol, no parecían sentirse víctimas de las circunstancias. Por otro lado, el resto de padres conversaban asuntos tan comunes como el fútbol, la política u otras artes, pero tenían un ojo avisor sobre el hijo o hija, que alternaba entre el pelotero, las corridas por los pasillos, la comida o la pintura del rostro por parte de los animadores del evento.
Pero un grupo de amigos divisamos otro hecho curioso. En medio de cuatro festejos de cumpleaños, y supongo, la presencia de algunos por libre que accedían a la casa de juegos, un hombre no se si entrado en años, pero si entrado en entradas en su cuero cabelludo, no abandonaba la lectura de su e-book, aunque su esposa estuviera casi pegada a su lado, y su hijo haciendo piruetas en la isla del pelotero, y quizás deseando la mirada del padre. Si bien el hombre parecía leer con concentración, nuestra conclusión fue que aquel personaje no era feliz, que leía para tapar otras circunstancias. Y lógicamente, concluimos con un chiste machista, para justificar una imagen tan particular y distinta, mencionamos la falta de virtudes en la escasa gracia visual de su compañera. Y eso que él no transmitía ser un dechado, precisamente.
Charles Robert Darwin quizás fue el científico con mayor visión a largo plazo, en lo referido a la evolución. Sus teorías fueron revolucionarias, enfrentaron a todo lo que se creía ya existente, y se basaba en conjeturas simples. En relación con los sexos, el científico aducía que hombres y mujeres lucían diferentes, que se comportaban de manera única y característica para su género, pensando y expresándose finalmente de maneras disimiles. En el momento de Darwin, se confirmaba que toda la ciencia es validable, discutida, contrastada. Él mismo con su teoría de la evolución, ponía en duda lo hasta ahora creído. El factor tiempo suele ser decisivo en los fundamentos científicos. Pero Darwin aceptó con su teoría, en su tiempo y en todos los siguientes. La biología, hasta que se compruebe lo contrario, parece ser que será siendo siempre Darwinista.
Y el pasado nos condena a los hombres. Pero se puede suponer y no es una advertencia o amenaza, que en breve, el pasado también perseguirá a las mujeres. En esa selección natural estudiada hasta el hartazgo, estamos a rebozar con un montón de estereotipos del orden masculino. Por ejemplo, la virginidad. Universalmente, los hombres valoraron o juzgaron la virginidad femenina, más de lo que las mujeres pudieran valorar la de los hombres. El componente machista es una diferencia cultural evidente. Y estos habitantes de esa especie implantaron ese estereotipo de que la virginidad es una virtud, pero solo en el caso moral de las mujeres. El hombre antiguo consideraba necesario y obvio que debía atravesar por un sinfín de experiencias previas en lo relativo a la sexualidad, quizás mancillando el honor de otras, a las que en el fondo aborrecía por considerarlas vulgares o promiscuas. Sobre un sinsentido, parece haberse construido este estándar.
La diferencias evolutivas y las diferencias entre los sexos, van de la mano, casi desde el mismo origen. La diferencia inicial, valorada en ochocientos millones de años, mantiene aun los parámetros. Esa asimetría sigue existiendo bajo esas normas. Y entonces, cuando veo que la implicancia de los sexos finalmente intenta congeniar y cumplimentarse, surge la inmediata bandera de la diferencia como reivindicación. Y uno, que cree no estar inmerso en la batalla, se siente descolgado ante la contienda. Porque me incluyen en un bando en el que no me reconozco en exceso. Y a pesar de que continúa la arenga, ella misma sabe que en ese momento, la estadía en el pulpito de las diferencias, al menos conmigo, no resulta necesaria.
Lo que me preocupa es la permanente furia con la que vivimos. La furia la da la diferencia, las postergaciones, la confrontación. Hay un desequilibrio entre los sexos, porque en definitiva, el mundo está plasmado sobre un desequilibrio permanente. Pero en ese desequilibrio, parece ser permanente el afán de resarcirse. Y tanto afán, tantas veces suena a revancha. Y ese es otro rasgo de la humanidad, nos vemos casi todo el tiempo con la necesidad de imponer nuestra necesidad o convicción. Y entonces en el mismo pulpito se atiza a un todo. Y algunos, que nos detenemos a observar actitudes o aptitudes sin importarnos de sexo, tamaño o belleza, podemos percibir que las diferencias finalmente nos igualan. ¿Por qué? Porque tarde o temprano, el ahora nos toca a nosotros, no conduce a nada sano.
Entonces parece ser que una mitad no puede opinar sobre la otra mitad, porque la desconocen. Pero las mitades se complementan, no porque lo diga yo, un alma igualitaria. Solamente porque surgimos de esa unión, forzada o buscada de las dos mitades. Y los primeros pasos que damos, los hacemos sostenidos seguramente por la otra mitad, a la que en ese momento, seguramente no encasillamos. Y los valores que vamos legando surgen de los ideales de las partes. Y finalmente, no se cómo, se logra otra vez la división, yo tengo que ser representado por determinados estereotipos. Si eso sucede en la familia, como no vamos a tener tantas diferencias ideológicas. Es como una permanente disputa entre nacionalismos. Parece ser una justa que no se puede dirimir por exceso de fanáticos.
Si nos detenemos en las diferencias, y volvemos a los sexos, la diferencia entre lo máximo y lo mínimo, o entre lo mejor y lo peor, es inmensa para los hombres. De ahí que podamos convivir entre premios Nobeles y necios todo el rato. Las mujeres no tienen grandes diferencias entre los extremos, suelen estar más vinculadas en los centros que en los extremos. Pero si esa diferencia puede estar de vez en cuando más cerca entre los géneros, a veces con ese afán de igualarse, se intenta lograr de la peor manera, imitando las conductas erróneas. Si las mujeres no suelen primar en los directorios o puestos de privilegio de las grandes empresas, ¿por qué cuando lo logran, no vemos grandes diferencias a la hora de gestionar la ruindad del poder económico o financiero?
No tiene que ver con el machismo, eso creo. Por qué si no también me debería preguntar cómo resulta que en algunos escalones más bajos de la producción financiera o productiva, predominen los hombres por sobre las mujeres. Creo que esa larga diferencia entre nuestros extremos nos permite movernos y asentarnos. A mí me tocó caer en un sistema frágil de empleo, que todos denominaban casi femenino, que era la atención telefónica. Y en un primer momento, el hombre no se acercaba a ese colectivo, hasta que se vio reducido su accionar. Y las mujeres en un principio confesaban que era una buena posibilidad de trabajo, para en algunas horas al menos tener unos pesos para su cosecha.  Cuando comenzaron los problemas ante la validez de ese sistema, la base aceptada ya era un obstáculo. Y hubo que negociar el fracaso ante una directiva casi exclusiva de mujeres, y sus argumentos eran tópicos casi calcados de los hombres. Y no se podía hacer casi nada, la causa estaba perdida.
Y cuando se da el caso que vamos perdiendo ese extraño equilibrio entre los extremos y nos caemos del sistema, intentamos asumir el rol de gestionar el hogar y el cuidado de los nuestros, aunque invariablemente nos  sigan cuestionando la mentada diferencia. Y conocemos los programas de la lavadora, los tiempos de cocción del horno, y los que tienen hijos, los momentos de descanso o estimulo al pequeño, pero la evaluación del otro género, en determinados arrebatos, suele estar condicionado por los tópicos, siendo terriblemente injustas y arbitrarias las sentencias recibidas.
Nos siguen llamando básicos. Y seguramente lo seamos. Pero hay un atisbo de considerar básico al otro género, con sus propios patrones. Al hombre básico se lo considera tosco, con un peligroso equilibrio entre lo primitivo o vulgar con una cultura de la vida civilizada. Pero hay una tendencia, que no es mayoritaria pero sí existente, es que ese hombre básico muestra una cultura o tendencia destinada a complementar, entregar o dedicar al integrante del otro género. Y no solemos ser tan brutos como en un principio creen o creemos ser nosotros mismos.
Alguna vez escribí sobre Simone de Beauvoir y los derechos de la mujer. Entiendo que esas diferencias absurdas persistan en el tiempo, es inclusive absurdo observar el proceder de ciertas culturas en relación a los géneros. Pero hay hombres que sentimos un profundo desprecio ante comentarios de otros mismos hombres sobre su accionar con las mujeres. No nos gusta, lo sentimos arcaicos, fruto de otras generaciones equivocadas. Pero nos está pasando algo similar cuando escuchamos otras arengas dedicadas por el otro género. Y haciendo un escaneado riguroso de los actores, resulta que no veo la sensibilidad que los diferencie, veo un desprecio que los iguala.
Unos y otros continuarán con el mensaje que el otro sexo es un mal necesario. Muchas de mis amigas o familiares mujeres continuarán, lamentablemente bajo patrones de desigualdad de género. Pero muchos amigos o familiares hombres han de proseguir enquistados en su afán de consideración o entrega a la familia y sus vínculos, y cada tanto sentirse menospreciados, o acusados de “sensibilidad desmedida”. En el mientras, intentan acercar los extremos para seguir acercándonos. Y cada tanto observar internamente nuestras arengas, para poder digerir con sabiduría el actual fracaso que ambos géneros podemos estar gestionando…

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