martes, 18 de noviembre de 2014

No voy en tren, voy en avión



Es difícil suponer que no existan pasajeros preocupados por un check-in de una línea área.  Y si para colmo, es un pasaje low cost (línea económica), tiendo a buscar obsesivamente la trampa. Y la mayoría de las veces pierdo el sueño y hasta la calma pensando si el impreso que acerco hasta el aeropuerto estará en condiciones normales de ser utilizado, o si cometí el error infame que tantas veces temo.

Tampoco nos ponemos de acuerdo con la hora de llegada al aeropuerto. Y estos criterios difieren sobremanera si se trata de recomendaciones de la línea, y si se trata de la hora sugerida por mí o por mi esposa. Al momento de razonar el arribo, siempre caemos en la tentación de adelantar un poco más el acceso a la terminal. Creemos que es preferible aguardar en la sala de embarque que estar corriendo a las desesperadas, por algún contratiempo traicionero que nos aceche (Recordar mi vuelta de Ginebra hace bien poco).
Hace tiempo que no es relajado el tema volar para mí. Y en líneas generales no tengo motivos para perder el orden. Pero esa sensación de tener todo controlado, tantas veces te obliga a pensar que has dejado un cabo suelto, vuelves a mirar el impreso con tus datos y lees casi en estado de pánico por si finalmente aparece un error de tipeo u ortografía en tus apellidos o en tu numero de documento.
Y vuelves a mirar tu DNI, aunque sepas de memoria que faltan aún nueve años para que expire. Y aunque se trata de un viaje por la misma Unión Europea, te planteas con crueldad la pregunta si no habría sido necesario traer el pasaporte, solo por las dudas. Y como curioso que soy, además de obseso, navego un rato por la web y descubro que está a rebosar de links, donde la mayoría de las empresas, en términos muy amigables, te recomiendan tener en cuenta hasta el último detalle. La forma amigable está dada en la prevención, porque si surge un error, no te quepa duda que te ha de costar bien caro.
Y ya cuando estás on line sacando el pasaje, te invade la inseguridad. No te la ponen fácil. Tienes que estar un ojo acechante al margen derecho donde va figurando el importe a abonar. Si te distraes, ese importe se incrementa. ¿Y cómo? Te puedes preguntar. Con detalles bien tontos, por ejemplo con la diferencia de pagar o no con tarjeta de crédito o débito, o simplemente por activar sin querer el seguro del viajero, o la prioridad de embarque. Entonces siempre antes de comprar el pasaje, y leyendo la advertencia que te suele aparecer en pantalla, optas por volver una vez más al paso de atrás y dar una última revisada, generalmente harto de volver a desconfiar de tu pericia, pero obligado por la desconfianza que estas líneas áreas nos generan.
Y tienes que contemplar detenidamente la hora de arribo. Porque estas líneas baratas suelen aportar aeropuertos que están en las afueras de las ciudades, y a veces tan afuera, que el aeropuerto de Viena puede ser Bratislava, o el de Milano Orio al Serio en realidad es Bérgamo, y el de Frankfurt que suena a aeropuerto grande, en realidad separa a esa ciudad en algo más de hora y media de bus. Entonces sacar un pasaje que te acerque a esas ciudades, y sobre todo en época invernal, puede asociarse a un suicidio antes que a una jornada placentera.
Y entonces, ¿utilizo o no el servicio de low-cost? Lamentablemente todo el rato. Al consultar los distintos destinos, solo observo las cuatro cinco páginas que ya conozco de memoria, y que son las únicas que me han de garantizar un precio por demás económico. ¿Y cómo ayudo para hacerlo bien aprovechable el precio? No facturo equipaje ni prioridades, ni escojo asiento o seguros y hago el check-in on line. Navego durante un buen rato analizando varias semanas o todo el mes para buscar las condiciones más baratas. Y recuerdo que en algún momento, ya no cercano en el tiempo, he volado desde Dublín hasta Edimburgo pagando apenas las tasas.
E internet te soluciona el tema burocrático. Y qué decir de la aplicación del teléfono que te facilita no llevar papeles contigo. Pero no te has de sincerar y confesar, que al menos alguna vez, te has encontrado el día anterior al viaje, sin tinta en la impresora, sin conexión a internet, error en la página en cuestión o que no te deja recuperar tu gestión de reserva. Y me ocultarán esa desgracia que también sucede, de confiar en las bondades del abarca todo telefónico, que hoy resulta ser el móvil, y encontrarse a la hora de mostrar la foto de tu embarque, que has perdido contacto con el servidor, o que te has quedado sin batería y el teléfono no enciende, o que la aplicación no encuadra bien el código de barras, indispensable a la hora de pasar migraciones. A mí no me ha sucedido, pero no crean que no me preocupo. Entonces, además de revisar todo el rato la cobertura de mi teléfono y la cantidad de batería disponible, llevo encima el impreso de rigor, y generalmente dos copias por si una de ellas se pierde en la obsesión de que no se pierda. ¿Y cuál es el resultado de mi organización? Que manejo diversas administraciones, la web, el teléfono, el impreso, y por las dudas me acerco al mostrador para confirmar que no es necesario que me acerque al mostrador. Y combato la burocracia, con mucha más. Y resulto un clon de todo aquel funcionario público, que detestamos pero al que nos parecemos en exceso.
Y ahora casi, casi, que te desvisten a la hora de pasar el escáner. Y así todo, el muy maldito pita. Y tú miras a un indiferente policía, que no repara en el absurdo y ya te hace poner con manos y piernas abiertas, imitando al Hombre de Vitruvio, de Leonardo Da Vinci. Y yo encima que mido casi un par de metros y mi barba a veces conjugada con un pelo que cada tanto crece y no me avisa, parezco ser un talibán para las autoridades aeroportuarias. Y si todo resulta bien, la tarea es ponerse lo más rápido posible el cinturón, no sea cosa que persista esa sensación de que los pantalones se te caen. Si después de tanto despliegue, te entregas a recorrer el free shop, esto será porque no tienes sangre en las venas, y el estrés nunca te cambia las rutinas.
Otro clásico post terrorismo es revisarte en los escáneres los líquidos que lleves. Entonces, utilizando tablas y medidas similares a la tabla periódica de los elementos, estudiados en merceología, de cuarto y quinto año de secundaria, tendrás que tener en cuenta que el líquido en cuestión no supere los tantos mililitros, y que esté presentado en los envases correctos y hasta unificados en un paquete. En el aeropuerto de Varsovia, recuerdo una apasionante discusión de mi esposa con una aburrida funcionaria que no estaba de acuerdo que los envases estuvieran todos separados en una bolsa reglamentaria. Fernanda tuvo que unirlos todos con una bandita para el pelo, cuando yo era de la idea que la funcionaria se metiera todo el líquido junto o por separado por donde quisiera.
Y por las dudas, vuelves a mirar la puerta de embarque. Porque un par de veces la han cambiado, sin aviso de megafonía. Y en esos aeropuertos que son de extensión considerable, un cambio inoportuno de puertas, te obliga a rememorar viejas épocas donde podías parecer un atleta. Y si aburrido de estar estresado, te acercas al free shop y compras cualquier tontería, seguro que no tienes contigo la tarjeta de embarque, y cuando el vendedor te la pida para adjuntarla a tu vuelo, tendrás que ir rumiando tu inocencia al encuentro de tu esposa que te preste la hoja impresa.
Y al buscar la total economía de tu pasaje, te dejas llevar por el asiento aleatorio. Supuestamente te da lo mismo donde te ubiquen, pero cuando entras en el avión recuerdas que no es indiferente la ubicación. Los aviones son cada vez más pequeños, pero no de tamaño, sino de espacio para los viajeros. Donde pueden te ubican una nueva línea de asientos. Entonces tus rodillas estarán incrustadas en el asiento de adelante, y así todo los pasajeros. Y si te sientas en el medio, seguramente el desconocido de la derecha, querrá levantarse todo el rato para salir al pasillo, ya sea para ir al baño o para sacar algo de su equipaje de mano.
Las salidas de emergencias suelen ser las mejores acondicionadas para la comodidad. Obvio no están pensadas para el confort del pasajero, sino para la rápida movilización en caso de accidente. Supuestamente estos asientos deben ser ofrecidos a personas con capacidad o disponibilidad para adoptar una responsabilidad en caso de emergencia. Pero hasta ahora las azafatas no confían en mi criterio, nunca me ha tocado sentirme un cercano héroe.
Y esos asientos suelen ser los preferidos para anunciar los diversos males físicos que nos aquejan. Operaciones, limitaciones, prescripciones y demás ciones son utilizados para lograr hacerse con esa perita que es el asiento de emergencia, con más capacidad para estirar las piernas y sin tener adelante a nadie que pueda inclinar el asiento. Yo que mido casi dos metros, que mantengo con fidelidad una escoliosis, y alterno problemas de rodillas o tobillos, viajo continuamente con el sistema sardina, es decir apretado por el de adelante, y yo que no me animo a joder al de atrás. Mientras que observo con desconsuelo que él que accedió a la salida de emergencia parece no tener finalmente de que preocuparse, y eso que mentó tantas enfermedades para hacerse con el asiento, que parecía que podríamos enfrentarnos con un deceso aún antes de despegar.
Y ya en el vuelo no te dan ni agua. Y por no dar, ni siquiera una aspirina o ibuprofeno por el hecho de desconocer tu historial clínico. A cambio puedes acceder a la raspadita de una lotería de la aerolínea, a un esmirriado sandwiche de precio extra large, u otras ofertas, que de tan profusas, suelen pasar inadvertidas.
Y cuando aterrices ya casi nadie aplaude, eso está bien, porque a mí siempre me dio apuro parecer un aldeano. Y si te tocó bien detrás, casi con seguridad solo se abrirá la parte delantera del avión y eso confirmará que serás uno de los últimos en bajar. Suele pasar que cuando te toca bajar de los primeros, lo haces con un aire de satisfacción, y que cuando te estás por acomodar en el autobús que te acerque a la salida del aeropuerto, compruebes que salir primero no te ha de servir de nada. Porque los que bajan detrás de ti, entran después en el bus, y se quedan amontonados en las puertas de salida, entonces serás seguramente el ultimo en bajar. Es difícil precisar el movimiento perfecto para optimizar tu salida a la ciudad visitada.
Y tu maleta nunca aparecerá por la cinta. Y verás como los demás retiran no solo una, sino varias y de a poco van encarando la puerta de salida. Y cuando llega la tuya, notas en el acto un problema. Un raspón, un pequeño roto o restos de suciedad semejantes a haber arrastrado tu equipaje, te mueve a la indignación. Entonces optas por acercar la valija a algún funcionario cercano a las salidas, para ofrecerles un buen rapapolvo, que suele no llegar nunca a expresarse, ya que el funcionario de turno te advertirá que si la maleta está dañada, nunca, pero nunca, se debe retirar de la cinta. Generalmente la gente se queja con el equipaje encima, y entonces pierde el efecto mágico del éxito del reclamo. Hasta eso está testeado por nuestra aerolínea, que eso sí, siempre nos agradecerá por volar con ellos, valorando nuestra confianza en hacerlas cada día mejor.
Y lo dejo aquí, todavía me queda encontrar la línea de metro o el autobús que me acerque a la ciudad. Son pocos los que cada día se animan a hacer la fila de los taxis. Mientras miramos el móvil para adaptarlo al nuevo destino, mientras guardamos los papeles y documentos usados, muchos de nosotros ya estamos prontos a sufrir el proceso de regreso, aun cuando resten siete días para ese momento…

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