lunes, 10 de noviembre de 2014

Pared por medio



La foto perdura en el tiempo, más ahora que la efeméride recuerda un cuarto de siglo de aquel impacto. Como tantos, la mayoría optó por subir al muro y mostrar su euforia desplegando banderas, a la vez que divisaban, quizás por primera vez,  el otro lado, que dejaba de ser el otro país, tan vigilado.  Pero no fue la única reacción, otros se habrán quedado mirando de frente la piedra, sin poder recobrarse. El límite había sido erradicado, pero para muchos el muro continuaría un buen tiempo. Como una metáfora de nuestras dudas, que apilan ladrillos en las paredes de lo que no podemos.

La política, la prensa y el ímpetu de muchos, habrán hecho pensar que el tránsito fue inmediato. Pero derribado el muro, continuaron por un tiempo siendo dos países. En las respectivas calles los mismos carteles, las mismas señales de tránsito, los mismos uniformes militares, los mismos billetes de banco, el mismo color o descolorido tinte de los edificios, no daban muestras aún del tránsito hacia la unidad. Para unos continuaría la aversión ante la unificación. De un lado o del otro del muro. Para los del Oeste, la queja ante el supuesto gasto que propicia la unificación y el riesgo de asumir el atraso y desocupación del vetusto sistema terminado; para los del Este, quizás los miedos a la pérdida de esos derechos sociales que supuestamente tenían, o el temor de no acceder a un papel en la sociedad de consumo que se abría. Otros, con los mismos interrogantes, nunca lo dudaron. Habían conocido el fracaso de la quimera socialista, estaban dispuestos a enfrentar el fracaso del consumismo desmedido.
Cuando la utopía se viene abajo, el hombre tarda un poco en volver a abrazar otro ideal. Suele criticar al nuevo sistema, cuando aun el hedor del viejo fracaso sigue siendo intenso. El corte para unos fue precipitado, para otros, demoró demasiado. No nos ponemos de acuerdo nunca, si lo hacemos con prisas, porque las cosas apuradas no resultan; si lo hacemos con tiempo, estamos dando la espalda al progreso. Hagas lo que hagas, lo único que está claro es que debes probar si salió bien o mal la nueva quimera. Y en el mientras, recogemos la opinión de los de a pie, que suelen contradecir bastante a los libros de historia e historiadores.
Y la mayoría elige cruzar hacia la parte occidental de la ciudad. Pero hay algunos locos, que prefieren entrar a la zona oscura. Y entre estos, hay algunos que se dan cuenta que puede haber un negocio en eso, el obtener una diferencia. Los marcos del Oeste se cambian por tres a uno en el Este. Lo mismo funciona en el mercado negro. Testigos observan como gente humilde ostenta billetes en la mano mientras pregona el cambio. Tres por uno, y resulta entonces que la visita inocente encuentra, a diez minutos de tu casa, un efecto ilusorio, pero que está resultando bien real. Se habla el mismo idioma, el tiempo climático es el mismo, el mismo huso horario, pero por arte de magia, tu dinero se multiplica. Si tomas un café del otro lado, te sale tres veces menos, y si te decides a almorzar un gulasch, un marco y algo de los tuyos, compensan los 3,95 que te cobran del otro lado. Algunos sacian la curiosidad por conocer la otra zona, la que estuvo limitada por 28 años largos. Otros regresan con más frecuencia, mientras se unifique, intentarán estabilizar la diferencia monetaria. ¿Hacen faltan muros para ver cómo huele el dinero?
Para las generaciones que habitan hoy las escuelas, esto es una mención añeja de los libros de historia, lejana en el tiempo. Ellos no pueden entender lo que estudian. Ellos caminan por cualquier calleja de Berlín, la ciudad que no tiene límites y que en su recorrido, alberga tres siglos bien definidos de la historia. Estos niños no estuvieron sentados frente al televisor, llorando al ver unas imágenes que parecían increíbles, imposibles. Quizás esa misma noche, sus abuelos concibieran a sus padres, pero ellos hoy solo pueden acercarse a los museos o a ver los tramos de muro que la historia conserva.
Y quizás aquel jueves de noviembre, terminó de generar la Unión Europea, espacio que las sucesivas crisis económicas y de corrupción del despilfarro, cada tanto recuerdan que puede terminarse. Hoy los socios, en silencio, recelan otra vez de Alemania. Veinticinco años atrás, los socios, representados por otros directorios, recelarían de la posibilidad de estar gestando nuevamente un coloso, el nuevo imperio germánico. De momento, nadie se aventura a suponer que puede pasar si rompen el pacto europeos y alemanes. Aunque los ciudadanos griegos, portugueses, españoles, italianos o irlandeses, ya se estén dando una idea de los efectos de esa “supuesta” igualdad de monedas y fronteras. El precio lo paga el pueblo, el despilfarro, las cuentas en Suiza y los presupuestos apócrifos, fueron gestiones de los políticos del “pelotazo”. La culpa no es germana.
Y el muro tuvo un poder fascinante sobre la literatura de ficción. La sombra que dan 168 kilómetros de hormigón, permiten suponer un sinfín de historias, dramas y aventuras. John le Carré se consagró con la Guerra fría, aquella sensación latente de que un botón accionado terminaría con el juego. Ese miedo existía, aun cuando nadie conocía una botonera. Hoy, los niños indiferentes de aquella post Guerra Mundial, saben y conocen como nadie el accionar de video-juegos que permiten matar, destruir, mutilar o colapsar mundos. El de mis padres se supone que era un miedo irracional ante lo que no se puede imaginar. El mundo a pesar del horror de tantas guerras, parecía algo más virgen.
Otros escritores prefirieron dejar aparcada la ficción, y concentrarse en los efectos pre y post muro. Reinhard Jirgl basó su obra literaria en torno a los traumas colectivos que primero la división, y luego la reinstauración propició en las Alemanias. En el mismo efecto de estallidos emocionales basó su obra, Antje Rávic Strubel, abordando el legado psicológico de la RDA, basado en subordinación laboral, homofobia misógina y mentalidad de denuncia. No es gracioso, pero la vigilancia no solo era competencia de la Stasi (Ministerio para la Seguridad del Estado de la República Democrática Alemana), el entramado de denuncias estaba tan aceitado por convicción o por temor, que el vecino espiaba al vecino, el sobrino denunciaba al tío, y un sinfín de espías perdieron su función en el nuevo entramado.
El principal dirigente del Partido Socialista Unificado de Alemania, Walter Ulbricht, declaró en julio de 1961: “Nadie tiene la intención de construir un muro”, ante la huida masiva de ciudadanos de la RDA hacia la otra Alemania. Las bondades del sistema colectivista podrían quedarse sin practicantes, si continuaba la estampida de ciudadanos. Pero los políticos no cumplieron con sus declaraciones, no reconocieron que preocupaba la falta de credibilidad del comunismo, sino que construyeron un muro para preservar a la gente de las obscenas tentaciones del capitalismo y de los nazis, que se presumían aun vigentes. El muro de protección antifascista fue parte de la frontera interalemana a partir del 13 de agosto de 1961.
El fin del nazismo y el fascismo fue un soplo de optimismo, ráfaga que siendo sinceros, debió durar poco, porque la esencia sigue estando en el hombre. Hemos llamado horror a algo que fue orquestado con complicidad, indiferencia o ignorancia ciudadana, porque si lo reconocemos como un horror, puede sonar a excepción. Cuarenta años después, la caída del Muro fue otro soplo, quizás el último que disfrutó la raza humana. Pero tal vez, en algún rincón, alguno del Este hable aún hoy sobre los del Oeste, como si fueran una raza aparte, extraña, irreconocible en su ADN. Al revés ha de suceder lo mismo. Pero no derriben un muro de concreto, revisando los muros mentales, encontraran el mismo concepto, sin ir más lejos entre madrileños o catalanes.
Caminé solo tres días por Berlín. Me apasionó el recorrido por su historia imperial, fascista, de guerra fría y actual modernidad. En todo momento no pude precisar por donde caminaba, no sabía que esquina era del Este y cuál del Oeste. La ciudad si bien conserva rasgos, hoy se muestra como una unidad. Es una síntesis de seguir adelante, de reconstruir. Sí tenemos líneas en el piso que recuerdan el paso de un muro, sí bien tenemos fragmentos de concreto que se usan más para fotos que para recuerdo vivo, hoy se vive en la parte oriental o occidental, pero la ciudad es una sola, parece magnífico que no perduren aparentes grietas.
Un par de años después de la caída del muro, el grupo musical U2 se acercó por primera vez a Berlín, a relamer sus heridas personales. Luego del inmenso éxito de “The Joshua Tree”, sobreviene el fracaso o descenso del proyecto “Rattle and Hum”, y los problemas personales de los integrantes del grupo. Parecen desnortados, parecen estar habitando esa frontera de dos mundos donde a veces te deriva la vida. De esa reunión salió quizás el mejor tema de la banda, “One”, y quizás el mejor trabajo discográfico: “Achtung Baby”. Con este disco, U2 consiguió seguir en lo más alto de la cúpula del rock, y ese renacimiento muchos lo hacen coincidir con el nacimiento de la nueva moneda única en la vieja Europa, con el volver a las fuentes para reunificarse, y utilizar un sonido innovador, que la fragancia de Berlín siempre había aportado a las artes. Es más que un símbolo, pero así funcionan los muros, acercándose a un cocktail entre decadencia,  originalidad y química sexual de una ciudad que se destacó entre guerras, allá por los años treinta, con el resurgir en el mismo momento que se unifican conceptos en los noventa.
El símbolo de Achtung Baby es el inicio de los megas conciertos. Y el emblema escogido por Bono para decorar los escenarios lo dan tres coches viejos, los Trabant, que en alemán significa satélite, y que durante el aislamiento forzado, quizás permitió la escasa movilidad en el sector este. Eran coches simples pero confiables, un Trabant te podía durar 28 años, lo mismo que el muro de la infamia. Eran confiables pero lentos, confiables no significaba eficientes. El Trabbi o Trabi, era difícil de adquirir, las listas de espera inmensas. Al caer la URSS, y reunificarse Alemania, dejó de fabricarse, pero no de existir. Hoy también es buscado por los turistas para las fotos, una vez saciada la búsqueda de restos del muro. Y Bono le dio un aire sofisticado, una foto de portada y el cuarteto paseando en el coche dio la imagen publicitaria distinta, más acorde con los coches del oeste germano.
Un muro puede ser el atributo hacia un rechazo. Actúa como metáfora, porque tras los muros viven los otros, y estos otros son muy distintos, que de tan distintos, peligrosos. Mejor que se queden donde están, es el grito de muchos. Menos de algunos, que ven como la lapida de ladrillos y puestos de vigilancia, comienzan a separar amigos, familiares, conocidos o ideales. Así  todo, triunfan los muros, al menos durante un buen tiempo. No sabemos escalarlos ni derribarlos y si aprendemos, nos puede costar la vida. Un muro es el resultado de varios bandos, de la acción de uno y la indiferencia o impericia del otro. Un muro nos recuerda hasta dónde puede llegar el ser humano cuando persiste en el intento de suponer que sus ideas son mejores que las del grupo contrario.
Esos imperios protegidos por el miedo, y auspiciado por guardias, perros sabuesos, torres, alambradas y barreras, continúan existiendo. Dicen que hay más de ocho vigentes en el mundo. Pero deben ser más, mantienen a la humanidad constantemente atenazada. Todos se preguntan lo mismo, que pasará al día siguiente. Si gana el miedo, seguiremos cerrando fronteras y levantando muros, y si persiste el egoísmo, seguiremos dándole la espalda a nuestros semejantes. No olvidemos que recordando cosas porque las vivimos o las vivieron nuestros mayores, o porque las estudiamos o leímos, trataremos de equipararnos a aquellos que ignoran todo de todo, que aplauden monstruos y después avalan muros o relatos. Y cuando todo termina, se alinean con el nuevo, y creen que aquí no ha pasada nada.

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