lunes, 27 de octubre de 2014

El dolor tiene su valle



“yo no sabía que iba a ser tan larga. Si lo llego a saber a lo mejor no la empiezo, quizá la habría dividido; como son varias historias… Pero me encontré muy a gusto escribiendo el primer tomo y luego me ocurrió algo que yo no esperaba. Había oído lo que decían muchos escritores de “la novela me mandaba a mí”. Yo pensaba “¡Qué chorrada!” Pues no es una chorrada, me mandaba la novela y me tuve que plegar a lo que mandaba.”

Ramiro Pinilla, sobre su novela “Verdes valles, colinas rojas”.


Aprendí a defender a Ramiro Pinilla el día que leí por casualidad, un post del blog de Iñaki Anasagasti. Vaya paradoja, una crítica histérica y despechada confirmó mi afición por el escritor bilbaíno. No fue la única razón, ya que además de molestarme los dichos del venezolano, Pinilla se caracterizó por ser un narrador claro y directo, que no complicaba, que no se lucía con la prosa, y de esta manera, lograba lucir sobremanera su prosa.
Vaya tributo a Pinilla el mío, lo encaro exponiendo a un político, que le molestó que el escritor no fuera nacionalista y de su partido, y además cuestionara el proceder del PNV en un momento trascendental del País Vasco. Es emblemático ese post, porque la política se enriquece permanentemente de personajes que sí estás en desacuerdo (con razón o no), te tratan de majareta, de tostón, de apátrida. Me alivió tanto fastidio al leer los comentarios del blog: Pinilla tenía un sinfín de defensores. No sólo eso, habían leído gran parte de su obra. Cómo lo hice yo, con esa sensación de buen gusto que me generaba encomendarle a Gorka, mi amigo encargado de la biblioteca de Plentzia, un nuevo libro del bilbaíno. Para terminar con el político, el post data de 2007, y el último comentario es de principios de 2011, la gente se dio cuenta que cuatro años de indignación hacia un despistado, suelen ser demasiado. Y que los partidos políticos o ideologías realzan a sus escritores, pero el tiempo pone a todos en su sitio.
La totalidad de la obra de Pinilla es un homenaje a la memoria. Y encaró dicha evocación no de manera histórica, sino con contenido literario, atrapándonos con sus historias. Estoy muy activo con los juegos de palabra, en esta entrada. Reconstruyó e inmortalizó el municipio que adoptó para vivir: Getxo y sus zonas de influencia: Neguri, Las Arenas y la playa de Arrigunaga. Fue un trabajo ciclope, veinte años, dos mil doscientos folios para una novela dividida en trilogía, donde consagró la historia del País Vasco desde sus orígenes. Le valió el Premio Nacional de Narrativa por su obra “Verdes valles, colinas rojas”. Pero la totalidad de su obra está ambientada en el Getxo, fundamentalmente en el de post guerra. Solo se apartó un par de veces del municipio, una para contarnos una final de Copa del generalísimo de 1943, donde el Athletic finalmente logró poner en su sitio a Franco.
“El Athletic era la única oposición de masas a la dictadura en las calles, a veces con gritos sueltos, en manifestaciones sordas de unidad popular antifranquista y también nacionalistas. Los franquistas tenían que tragar porque aparentemente era una simple celebración de un campeonato ganado. Recibir una copa de manos de Franco era como una victoria, una revancha y al dictador le salían ampollas”, recuerda Pinilla al evocar “Aquella edad inolvidable”.
La historia inventada de Souto Menayas, alias Botas, un futbolista que tocó la gloria con un gol convertido con la mano y que le valió el triunfo ante el Madrid, dicen que fue fruto de la inspiración al observar el primer gol de Maradona a los ingleses, aquel de la mano de Dios en el mundial de México 1986. La historia de Botas es, finalmente, una parábola de la honestidad y la inocencia, que prevalecen aún ante el riesgo de quedarse sin nada. “El eje de la novela es un sentimiento que he compartido y que todavía comparto. Como a Souto nos queda la dignidad y lo que hemos mamado de niños, como todo el mundo sabe, se queda grabado para toda la vida, el escenario, las amistades… Y aunque no lo sientas de mayor, no puedes traicionar al niño que fuiste”, otra evocación del escritor en alguna nota. Traslademos el Athletic a cualquier equipo, la niñez a cualquier de la nuestra y cualquier fiel futbolero entenderá perfectamente ese sentimiento, que es más de vida que de deportes.
Y se dio a conocer con el Premio Nadal de 1960, al vencer con “Las ciegas hormigas”. Otra historia conmovedora, con un mismo patrón: la virtud y tesón para enfrentar la adversidad, resaltando la nobleza de una raza. Sabas Jáuregui, trata de ocultar a la Guardia Civil, una carga de carbón reunida en una noche desapacible, de un barco carguero inglés encallado, arrastrando a la desdicha a la totalidad de los habitantes cercanos. Con esa novela comenzó un trabajo verdaderamente de hormiga, animal emblemático que solo vive de su trabajo, y su instinto siempre le permite culminar sus obras. Y para poder continuar con su afición por la escritura, eligió distanciarse del mercado editorial y aceptar cualquier ocupación que le permitiera acercar el pan a casa.
El escritor conoció un sinfín de oficios para suplir el poco dinero que acercaba la literatura. Marino mercante, administrativo de una empresa de gas, traductor y editor en la editorial Fher, también conoció el fracaso de varios emprendimientos propios. Pero finalmente llegó su tiempo, es una invitación a todos los que deseamos algún día abrirnos paso con la escritura. A partir de los ochenta años, encontró un reconocimiento al que le escapaba, pero le permitió centrarse en proliferar aún más una notable bibliografía.
Para los más jóvenes, resulta chocante leer sobre los manejos habituales de la Guardia Civil o la falange en la post guerra. La Guerra Civil no finalizó con la contienda; la represión y revancha de los vencedores tuvo efectos aún más represivos que la contienda misma. “La Higuera” constituye otro texto impresionante, fiel reflejo de uno de los problemas de esta sociedad, no poder poner punto final a una historia de arbitrariedad. La Memoria histórica ha sido tibia en este país. Los vencedores enterraron y honraron a sus muertos. Como la historia es un relato que hacemos al mirar hacia atrás, buscamos en las distintas higueras un poco de sombra, una reivindicación a través de la mirada de un niño que observa en primera fila tanta aberración, tanto libre asesinato. Buscamos en la historia un poco de dignidad moral hacia los vencidos. Y recordar, recordar todo el tiempo que la libertad de matar, de pasearse altivo ante el temor del pueblo, no puede ser nunca gratuita. Existe una Guardia Civil que todo vasco te puede contar con lujos de detalles, repleta de exabruptos, soberbia y abuso de poder.
Un pasado de militante comunista le permitió desarrollar a un personaje verdadero, este fuera del contexto de Getxo. Antonio Bayo provenía de un submundo miserable en la zona de Las Cabreras, en León. Se entrevistó con él, escucho su versión de su historia durante un mes. El hambre le persiguió desde pequeño, y lo llevó a un interminable carrusel de abusos y humillaciones. Le tocó vivir en la miseria, en la degradación, en la exageración, en las vergüenzas y desgracias del vivir en el sistema franquista. Corrupción, brutalidad policial, delincuencia, violencia de género (algo que no se consideraba en esa época), moldeó la personalidad de un personaje, que a pesar de todo, intentó sobrevivir y buscar el máximo anhelo del afecto. “Antonio B, el Ruso, ciudadano de tercera” incluye en su relato componentes sociales, religiosos, políticos, jurídicos y económicos de esa España que también fue marca España.
Y como siempre hay objetivos pendientes, un día se volcó al género negro. Y encontró un detective, Samuel Esparta, trasunto de Sancho Bordaberri, habitante del Getxo de los 40, ideal para la novela policiaca. Sancho Bordaberri, librero y escritor, tiene un problema: carece de imaginación. Dieciséis rechazos editoriales por severa imitación de Raymond Chandler y Dashiell Hammett, lo ponen en la disyuntiva de dejar de intentarlo. Pero un crimen no resuelto en aquel municipio, le permite rescatar del olvido a varios personajes intocables. Así escribe su investigación y nos regala una excelente versión del género del suspense.
“Sólo un muerto más” y “El cementerio vacío” alcanzan a ser una saga detectivesca. Me falta leer “Cadáveres en la playa”. Muchos de sus simpatizantes, nos hemos calzado la gabardina junto al librero en la búsqueda de la verdad. Nos obligó a perderle el miedo al crimen y a la altivez de la falange. “Podría estar trescientos años escribiendo sobre Getxo”, confesó Pinilla en más de una ocasión. El senador del PNV que me permitió abrir el tributo a Pinilla, se preguntó en el final de su innecesario post: “¿Qué habría hecho ese por Algorta? Pinilla, Pinilla, Pinilla… ¿Qué habría hecho este señor por Euzkadi? Seguramente no inmortalizó Getxo como lo hizo García Márquez con Macondo, o como hizo Onetti con Santa María, o Faulkner con los poblados del sur de Estados Unidos. Pero a través del municipio donde escogió residir, ha mencionado “lo vasco” de una manera que nadie ha logrado hacer, mostrando amor a la esencia, nobleza, humor y carácter de un pueblo silencioso. Quizás no comulgue con el nacionalismo vasco, pero ¿Desde cuándo eso es traicionar una tierra? Quizás solo los diferencia una manera de ser patriotas, unos en sintonía con los que sufren y no tienen nada, y otros con los que alguna vez sufren y han dejado de tener algo menos.
Historias del que aguanta o de la que aguanta, la virtud esencial de su dilatada obra. El esfuerzo o tozudez, la constancia, la lealtad aún pesando los defectos, el rasgo de su escritura. Como una hormiga que no descansa, se apartó de las luminarias editoriales por más de veinte años. Regresó con una obra inmensa, que debería ser de lectura obligada. Continuó en silencio como hormiga, y a los noventa y un años, y en silencio, su corazón dijo basta. Por eso intenté este tributo, sin pedantería ni ostentación. Era la mejor manera de representar a un hombre sencillo. Y defendiéndolo de las críticas aun ya antiguas. Él lo hizo de manera habitual en las reivindicaciones de sus personajes. Era mi manera de agradecer tamaña grandeza. Fue el mejor camino para conocer mejor la tierra donde un día decidió descansar en paz mi abuelo, el aitite que nunca conocí…

“Ahora sé por quién he escrito siempre. Pero mi verdadero mundo fue otro”. 
Dedicatoria de Ramirio Pinilla a su madre en la trilogía Verdes valles, colinas rojas.

PD: Me faltó conseguir “Seno”, lectura por la que fue finalista del Premio Planeta.

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