domingo, 12 de octubre de 2014

La vida sin problemas es matar tiempo a lo bobo



Nunca se precisó el lugar, ni tampoco podemos decir a ciencia cierta con que material lo escribió. Sabemos que no fue pintura. Carbón de leña, o quizás tiza, siguen encabezando las suposiciones. Presa de la indignación y furia por sentirse proscripto en su país, emprendió el exilio a Chile. Y supuestamente en la Quebrada de Zonda, escribió la frase en una piedra, debajo de un escudo patrio, que también dibujó. “On ne tue point las idees”, fue la frase, que significa la tan mentada “Las ideas no se matan”. Dicen que la escribió en francés para reforzar que pertenecía al mundo de los civilizados. Era el año 1840 y para los argentinos, Domingo Faustino Sarmiento puede ser considerado como el primer grafitero de nuestra nación.

Si seguimos navegando en la historia, deberíamos llamar también grafiteros a los soldados griegos mercenarios del siglo VII que escribían sus nombres sobre las tumbas de los egipcios. O mencionar las pinturas eróticas rescatadas en Pompeya. Estaban bajo cuatro metros de cenizas que emanaron del Vesubio allá por el año 79, de nuestra era. O para los que están leyendo por aquí cerca, las Cuevas de Altamira, en la región Cantábrica, inmortalizaron al hombre del Paleolítico, a través de sus bisontes.
El grafiti es un mundo fuera de la ley, pero que tiene leyes que todos conocen. Esta definición es de Arturo Pérez Reverte, y la suscribe en su libro “El francotirador paciente”, que va precisamente del mundo del grafiti o arte callejero. Para muchos es un arte que se escapó de la rebeldía, irreverencia o afán por sentir la libertad en alguna de sus expresiones. Es una supuesta vocación de jóvenes, que se arriesgan a hacer volar y valer su imaginación en lienzos de ladrillo y concreto, gritándole a las sociedades motivos o conceptos para no ser tan sumisos.
A veces parece que todo sucedió a partir de los 60. El descaro, como que se inventó por aquellas épocas. El despertar a las libertades, el freno a la economía o política, y el desarrollo artístico y creativo se activa en todo el mundo. El Mayo Francés de barricadas y protestas, también se recuerda por la abundancia de los aerosoles con leyendas. Nadie homenajeó a Erik Rotheim, ingeniero noruego que por 1926, generó el nacimiento de la pintura por aerosol. Los argentinos suponen conocer de antes el trazado en las paredes, cuando en la década de los cincuenta los simpatizantes de Juan Domingo Perón plasmaban su entusiasmo con una P envuelta en la V, que venía a significar Viva Perón, tan o más importante que la marcha peronista en la eternización de ese movimiento.
La aspiración de todo grafitero, no suele ser el anonimato, como podemos valorar en una primera instancia. La aspiración del grafitero es que lo vean, es la conclusión de varios, incluida la de Pérez Reverte, en alguno de los reportajes de promoción del libro. El grafitero quiere que se lo vea, que se lo lea, que se lo recuerde, que se lo siga viendo. Un grafitero que trasciende con un mural en forma de vagón de tren o metro, alcanza más lectores que un consumado novelista con sus ventas. El grafitero es una persona que siente derecho a ser considerado escritor, y dependiendo de su agudeza, también a ser llamado filósofo.
Este tipo de arte tiene su arista de épica. Son como románticos que se arriesgan en la noche para dejar sus mensajes. Algunos se han de enojar con esta definición, sobre todo los afectados por sus paredes garabateadas. Y el grafitero no se podrá enojar con esta definición, ya que grafiti proviene de garabato. El nombre deriva de la palabra italiana: graffiare, que es casi lo mismo que decir garabatear. La versión contemporánea se masificó a partir de los 70, cuando activistas políticos, bandas callejeras o seguidores de bandas musicales, utilizaron muros públicos para manifestar ideologías, sentimientos o simplemente dar a conocer sus territorios.
“Nos llenan la ciudad con tías en sujetador, de políticos sonriendo, de anuncios de coches. El mundo comercial nos viene con sus mierdas y resulta que lo nuestro es delito y antiestético. Y es más obsceno que quien hizo de la imagen y de la invasión del espacio público como un campo de batalla perverso, se atreva a condenar al tipo que junto a su esquela mercantil, pone en una pared o tacha esa publicidad con un dibujo, nombre o tag”, me sirvo de Arturo Pérez Reverte, para tratar de conocer parte de este arte, y comprender si es ético, marginal o necesario.
El boom se gestó a partir de 1967, el año en que yo nací. Una explosión de nombres sobre edificios y paredes en todas partes de la ciudad de Filadelfia, reflejaron el cambio social de una nación. Al mismo tiempo, los adolescentes de la ciudad de Nueva York, comenzaron a escribir sus nombres o pseudónimos en las paredes de sus barrios. A partir de ese momento avanzaron en la creación de un estilo, gestando una guerra de tribus, que apuntalan esta expresión artística. Brooklyn y el Bronx trascendieron al mundo, desarrollando tipografías o masificando motivos en las paredes. Se propagó al mundo, pero claro, en los que faltaban las libertades esenciales, la irrupción habría de demorarse.
Hay países de habla hispana donde el grafiti fue fundamental para la resistencia política. Tanto en España, principalmente como medio de rechazo a la dictadura franquista, como en América Latina luchando contra las dictaduras militares, el grafiti representaba la anónima resistencia. Tomado el congreso, vetada la palabra, abolida la discusión, la única manera era la toma sutil y silenciosa de la calle. De nuestra dictadura argentina, mantengo dos recuerdos: uno vinculado a un símil grafitero y el otro, una arenga anónima representada por una masa de cincuenta mil personas, que en medio de un partido de futbol cantaba “Se va acabar, se va acabar, la dictadura militar”. Fue un canto con material indeleble, hacia más daño, ya que en noventa minutos de futbol se dejaba sentado el germen del inconformismo y añoranza, a través de un salto conmovedor y tantas repeticiones como fueran posibles. Y el símil grafitero lo frecuentaba al visitar a mis tíos, allí por el bajo Belgrano. En las paredes del Instituto de Rehabilitación Psicofísica, en la calle Echeverría, se sucedían los contornos de personitas dibujados con la mención en su interior o debajo, de un nombre y apellido con una fecha. Yo era un niño y era una imagen misteriosa; tantas veces he pateado balones sobre esas paredes, con el tiempo comprendí que era la resistencia urbana de mencionar a los que continuaban desapareciendo.
Arturo Pérez Reverte es el autor español más leído desde los noventa. Ha trascendido fronteras como fenómeno literario. Alterna la escritura de novelas con apariciones semanales en revistas dominicales. Es un genio del misterio, del manejo de una trama, y construye permanentes mundos de ficción intensos. Y se basa en la investigación, sus obras están muy bien documentadas, y estudiadas. Es, imagino, la mejor reseña que puede halagar al escritor. El otro piropo es contradictorio, sus escritos de ficción están basados en una riqueza idiomática que se camufla entre el habla de la mayoría de los mortales, dominado por modismos o tacos repetitivos. Es muy bueno el dominio del lenguaje, recrea los ambientes históricos como pocos. Nos entrega verdaderos puzles que va desarrollando a través de verdaderas aventuras. Es un excelente grafitero de trescientas páginas. Y últimamente intenta condensar ese talento en los caracteres de los tweets, y logra ser polémico, como contundente y directo.
Desde la segunda mitad de los ochenta, Madrid vio inundada sus calles con firmas y flechas. Ese emblema dio origen a los flecheros, todos aquellos dibujantes que cerraban su mensaje con una flecha debajo del nombre. Esto fue generado por una persona, Juan Carlos Argüello, pero conocido como Muelle, quién inmortalizó un estilo propio. Influyó durante dos décadas sobre otros, quienes vieron en esta expresión una manera distinta de formar parte.
A los pocos días de arribar a la península, el hijo de mi prima, a medida que tomaba confianza conmigo, me planteó una necesidad. Había experimentado en un sinfín de folios su propio desarrollo de tag. El tag o tagging consistía en la firma del artista con forma de garabato, dominado por letras grandes, estilizadas y plagada de colores. Ya había pulido su marca, había metido horas en perfeccionar su estilo y solo necesitaba la calle para cerrar el círculo creativo. Me mostró una mochila repleta de aerosoles, de diversas marcas, de anchuras de pico dispares, de colores cromados o metalizados, y sólo me pedía lo más fácil, en apariencias: Que lo acompañara por las calles de Madrid, para experimentar esa cultura. Había varios problemas, quizás el más importante era que tenía 14 años, que quería salir a inmortalizar su estilo de noche, que yo particularmente puedo ser definido como un cagón adaptado a los sistemas vigentes, y lo más importante, aún no tenía documento de identidad española y me enfrentaba a impredecibles consecuencias.
“Si es legal, no es grafiti”, dice Pérez Reverte al ampliarnos la información de su novela. Cuando un ayuntamiento decide preparar un espacio liberado para que puedan escribir grafitis, ya deja de ser ese tipo de arte. Y yo, desesperado por cumplir con Mateo, buscaba el resquicio en la legalidad. Mi primera llamada telefónica en España la hice al ayuntamiento de Majadahonda. Allí pregunté por alguna zona liberada donde soltar el instinto creativo de este niño. Creo que necesitaba encontrar ese espacio público autorizado. Pero no lo hallé. Y encima, presa de mi nerviosismo, pedí consejo al que no se le debe pedir: “Hombre, no está permitido. Si los pillan, tendrán su multa o consecuencias”. Al retornar del colegio, Mateo no se mostró contrariado por la falta de ese espacio autorizado. El no quería un lugar permitido, su firma debería reposar en algún rincón prohibido. Y la noche debía ser esa. Y lo hicimos, casi a escondidas.
Así que pasada la medianoche, un niño sutilmente camuflado por chamarra con chupa debajo, que aprovechaba para esconder su rostro, me guiaba por una ciudad que desconocía, para participar en mi primer acto marginal. Intenté disimular mi miedo, mi adicción por las reglas y convenciones. Le indique un sinfín de rincones a metros de la casa. Pero Mateo lo tenía todo pensado, es otra característica de este arte, nada se improvisa, la estrategia del lugar es tan importante como el dibujo o firma. Él quería debajo de un puente en una de las carreteras principales. Y por debajo del puente transitaban coches, aún a esas horas.
Y subía y bajaba para bosquejar su firma. Y yo respiraba con más dificultad a medida que los minutos transcurrían. Mateo no estaba nervioso, estaba pletórico y me buscaba con la mirada para confirmar mi misma euforia. Distinguir el color azul de las luces superiores de una patrulla policiaca es una experiencia que estremece, no sé porqué, ya que estoy siempre dentro de los parámetros de la ley. Pero esa manera de autoridad consigue que estemos por las dudas asustados. Imagínense lo que se puede sentir cuando, encima estamos desafiando su ley. Allí comprendí que Mateo tenía estudiado los códigos de la calle. “Un grafiti se termina. Al día siguiente no puede mostrarse inconcluso”. Así que cuando se disipaba el aura azulada, retornábamos a la plataforma. Su tag estaba repleto de colores, eso significaba un sinfín de aerosoles, más tiempo destinado a la creación de su estilo. Y yo era el encargado de la mochila, esa especie de paleta de colores. Nunca olvidaré el ruido de esa bolilla interior que tintinea al momento de sacudir el aerosol.
Mateo al día siguiente fue al colegio, como cualquier otro día. Pero habrá sido distinto, liberado su acto creativo. No recuerdo si había cámara en los móviles, creo que no. Entonces habrá sacado una foto con su cámara de rollo. Esa fue la lección final. El grafiti se abandona a la mirada de los ciudadanos y al desgaste del tiempo o limpieza del funcionarado. Pero antes de marcharse, se lo fotografía. Es necesaria siempre una prueba para que los demás sepan de tu osadía. Más cuando apenas tienes catorce años. Y yo leyendo la novela de Pérez Reverte, me acordé en el acto de Mateo. Y creo que eso es lo mágico de la literatura, siempre te acerca a pequeñas y anodinas experiencias personales.
Al mismo tiempo, la crisis argentina despertó una manifestación artística en sus calles. El colapso de nuestra economía, sumió al país en una profunda depresión. Para combatir el poco humor e ilusión de los argentinos, los grafiteros tomaron las calles, llenándolas de mensajes coloridos y apolíticos. Se gestaron enormes murales, que intentaron tener el mismo efecto que la canción de moda de aquel 2002, “Color esperanza”. De la crisis se desprende la creatividad de los mortales. Entonces el aerosol era prohibitivo por su precio, y la pintura látex hizo su aparición. Sólo necesitabas cubrir los tres colores primarios, luego las distintas mezclas te permitían lograr los colores deseados. Se gestó otro tipo de resistencia, la pintura a su vez, cubría más rápido las paredes. La economía no mejoraba, pero al menos se intentaba transmitir optimismo, señales.
Este es la mejor reseña que puedo ofrecer de la novela. Es el mejor homenaje a un buen escritor como Pérez Reverte. No cuento la trama, es como todas sus novelas, frenética. Pero asocio la literatura con material de vida, de las sociedades y la mía propia. Y me viene a la mente el último ejemplo, que en mi adolescencia imaginaba sus formas prohibidas, cuando el sexo era una referencia pero un arte desconocido en mi vida. Un grafiti firmado con una raíz cubica y el apellido Vergara (tan reconocidos en mi barrio de Belgrano y luego presentadores mediáticos televisivos), inmortalizó en la esquina de la casa de mis tías, el más singular grafiti que yo recuerde: “Tocala y abríte. Firmado: Maradona”. Es que algún día deberé escribir sobre sexo, no?.

PD: El titulo de la entrada responde a parte de la letra de Luzbelito y las sirenas, canción de Los redonditos de ricota. Esta frase, junto con otras varias ricoteras, suelen acompañar las paredes de nuestras ciudades, como grafitis favoritos.
Por otro lado, recuerdo una foto de Mikel, con un grafiti plentziano que refería a Open your mind, Plentzia, un día de agosto. La lectura de El francotirador paciente, finalmente me recuperó a Mateo, y aquella linda experiencia con aquella tan bonita persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario